En La vida cotidiana del dibujante underground, centrado en sus andanzas en la efervescente Barcelona de la Transición, Nazario se reveló como un memorialista excepcional. Confirma sus dotes en este segundo volumen de sus memorias, en el que aborda la etapa inmediatamente anterior. Nos encontramos aquí con Nazario en su etapa de formación sexual y cultural, en el periodo que recorre los años sesenta y los inicios de los setenta del pasado siglo, antes de instalarse en Barcelona. Y si en la entrega precedente esa ciudad acaparaba todo el protagonismo, aquí se reparte entre Sevilla, Torremolinos, Morón de la Frontera, Ibiza, Madrid, París, Londres… Estamos en un periodo no menos efervescente que el de Barcelona, pero todavía en pleno franquismo. Y en el sur de España todo es mucho más clandestino pero igualmente estimulante. El autor evoca una avalancha de experiencias en las que se entremezclan el flamenco y el LSD, la copla y el underground, progres, hippies, comunas gais (la Casita de las Pirañas del título), norteamericanos que quieren aprender a tocar la guitarra española, amigos del alma, novios, amantes ocasionales y personajes estrafalarios de lo más variopinto a los que trató en aquellos años de aprendizaje y desenfreno. Años en los que se independiza gracias a su sueldo de profesor, asume su homosexualidad, descubre la alocada vida nocturna de Torremolinos, el mundillo gay clandestino de Sevilla y los aires de libertad de las ciudades europeas, donde se ve envuelto en situaciones que van de un lance sadomasoquista en una elegante casa parisina a un encuentro sexual con un cura en el exterior de un teatro en el que se representa Aida, pasando por la detención por escándalo público en unos lavabos de Piccadilly.
Nazario
Sevilla y la Casita de las Pirañas
Título original: Sevilla y la Casita de las Pirañas
Nazario, 2018
(AG)
Revisión: 1.0
1. EL DÍA QUE NAZARIO DEJÓ DE SER VIRGEN SIN DEJAR DE SER MÁRTIR
Aunque continuaba enredándose aún con sus patológicos problemas de culpa y aceptación —resistiéndose a ser uno más de aquellos homosexuales que había leído en La máscara de carne y otros libros parecidos, o aquellos pervertidos de los que hablaban los curas—, algo se iba resquebrajando en su interior abriéndose paso a la posibilidad de una aceptación. Mantener relaciones habitualmente con hombres aún le resultaba algo reprobable.
En aquellos diarios cada vez más caóticos y desganados de comienzos de año, tras haber probado hasta hartarse lo que era ser homosexual en las aventuras recientemente vividas en Torremolinos y ver la naturalidad con que los homosexuales se comportaban sin que por ello tuvieran que ofrecer aspectos afeminados, Nazario divagaba de esta forma:
«… Pero no es el pecado ya lo que me preocupa sino algo más trascendental como es la imposibilidad o, mejor, la impotencia de luchar contra mis pasiones, contra mi cuerpo, contra mi alma, contra Dios, contra todos… Sueño con liberarme algún día y huir hacia algún lugar desconocido, solo, conmigo mismo, porque sería imposible liberarse de sí mismo para ser otro. Ya he elegido un camino que quizás no sea más que una bifurcación en la que los dos senderos volverán a reunirse algún día detrás de la montaña. Pero todo esto podría ser un espejismo, un intento por querer ignorar la existencia de otro camino posible. Y el reconocimiento de su existencia y su negación me conduciría irremisiblemente a tener que admitir una actitud hipócrita, producto de la eliminación de los problemas y los enfrentamientos de los que me siento víctima, una hipocresía que me aportaría por fin el sosiego y la comodidad, el reposo de un guerrero que no ha ganado la guerra sino que ha desertado de ella.
»En la lucha enconada entre el sentimiento de ser de una forma determinada y no querer serlo, en la resistencia a admitir una evidencia que va ganando terreno cada día queriendo negarla, me veo odiando lo que amo en el momento de amarlo, rechazando un placer por considerarlo indigno y sucio… ¿Seré o llegaré a ser algún día como me gustaría? ¡Algunas veces pienso que ese día llegará demasiado tarde, que llegará cuando nada signifique para mí! ¡O, lo que más me horroriza, que llegue algún día a estar conforme con ser como no quiero ser, que todo me dé igual, que me acomode a mi derrota y acabe justificándola!».
Estas eran sus últimas reflexiones sobre las luchas entre la atracción homosexual y los complejos de culpa que ello le acarreaba por haber sido educado en una religión en la que ser homosexual era una aberración y un repugnante delito. Con el año 1964 y sus recién cumplidos veinte años, a Nazario se le habían abierto unas perspectivas hasta hacía poco impensables que le harán dar un salto de la adolescencia a la juventud, de las luchas autodestructivas al disfrute del cuerpo, de unos condicionantes represores al placer. No volverá a confesarse porque a partir de ese momento de aceptación está convencido de que sus actos han dejado de ser delictivos. No es ya que un asexuado y todopoderoso arcángel de la guarda blandiendo una espada haya sido derrotado por el otro arcángel, Luzbel, portador de un olisbo, sino que ambos arcángeles habían pasado, como por arte de magia, al desván de las creencias en desuso como muñecas rotas o tebeos manoseados. Habían quedado en el recuerdo como una pesadilla del pasado y, en su presente, como dos ángeles turiferarios de escayola de cualquier iglesia.
Pero esta lucha subyacerá en su memoria sirviéndole un día, ya dibujante de cómic, para crear el guión de la historieta «Jesusín el siquiatra divino», en la que pondrá en escena la batalla encarnizada que libran los ejércitos de ángeles invasores al mando de San Miguel contra un enjambre de demonios que está pacíficamente instalado en el interior de un joven barbudo. En medio de un decorado onírico de tripas, venas y colgajos como lianas, que está a caballo entre la selva enmarañada en la que se mueve el Tarzán de Hogarth y la futurista ambientación de la película Viaje alucinante de Fleischer, se desarrolla esta decisiva batalla de la que resulta vencedor un desnudo Luzbel que amenaza con clavarle el tridente en el cuello a un Miguel abatido por los suelos. Un Jesucristo histérico, semiclavado en una cruz, jalea a su ejército de ángeles desde el exterior mientras el esquizofrénico barbudo se tira de los pelos presa del ataque de ansiedad y confusión que la batalla provoca en su interior. La imagen de San Miguel con el pie aplastando la cabeza del demonio que preside el retablo de la iglesia de su pueblo, del que es patrono, es reutilizada por Nazario invirtiendo los papeles y convirtiendo a Luzbel en arcángel vencedor. A continuación presentaba unos primeros planos de la cara expectante de Jesusín que observa cómo va saliendo, entre los vómitos del joven, el ejército de ángeles derrotados. El joven termina dando saltos de alegría al verse libre de los invasores y Jesusín, enardecido, prepara de nuevo a sus tropas para futuras intervenciones.
Una vez terminados los estudios de Magisterio, Nazario comenzó a dar clases en Morón de la Frontera como maestro de adultos en una recién creada Campaña de Alfabetización. Ahora podía disponer de un sueldo y ser independiente.
Aquellas navidades se marchó al pueblo. Una vez pasada la Nochebuena, sus padres, al verlo por allí aburrido y considerándolo ahora independiente, aceptaron la decisión de Nazario de marcharse a pasar la Nochevieja con unos amigos. No existían tales amigos y Nazario dudaba entre encaminarse a Granada o a Málaga. Se decidió por esta última ciudad que no conocía.