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Manuel Ballesteros Gaibrois - Sevilla y el comercio de Indias

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Manuel Ballesteros Gaibrois Sevilla y el comercio de Indias

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Entrega n.º 152 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a Sevilla y el comercio con América.

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Título original: Sevilla y el comercio de Indias

Manuel Ballesteros Gaibrois, 1985

Editor digital: Titivillus

ePub base r2.1

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Entrega n.º 152 de la colección Cuadernos Historia 16 dedicado a Sevilla y el comercio con América.

Manuel Ballesteros Gaibrois Sevilla y el comercio de Indias Cuadernos Historia - photo 2

Manuel Ballesteros Gaibrois

Sevilla y el comercio de Indias

Cuadernos Historia 16 - 152

ePub r1.0

Titivillus 12.02.2022

Sevilla y el comercio de Indias

Manuel Ballesteros Gaibrois

Catedrático de Historia de América.

Universidad Complutense de Madrid

S EVILLA fue nombrada, durante varios siglos, Cabecera de las Indias. ¿Por qué esta denominación que nunca figuró como título de la ciudad en los papeles oficiales? Porque respondía a una realidad. Por Sevilla corría un río humano y económico, que vaciaba a Castilla de hombres, camino de América —las Indias— y llenaba, en una pleamar de sentido inverso, de oro y riquezas a Europa, al tiempo que hacía llegar hasta las viejas ciudades medievales de Castilla, de Aragón, de Provenza, del Rhin y del Danubio, los sabores de desconocidas especias o el alimento de tubérculos altamente nutritivos, como la papa o patata, y granos dorados, molturables, del indiano maíz. Por eso, y por lo que vamos a conocer en estas páginas, Sevilla fue denominada Cabecera de los inmensos territorios, que desde 1492 en adelante se habían ido descubriendo y posteriormente conquistando e incorporando a la Corona española.

Injusto y, antihistórico sería afirmar, o pensar, que solo por razón de las Indias Sevilla iba a ser una espléndida ciudad, rica, multicolor y cosmopolita, en la que se mezclaban aventureros, truhanes, serios comerciantes italianos y flamencos y un enjambre de covachuelistas, administrativos, clérigos, pícaros intrigantes y misioneros de las principales órdenes, en espera de embarco para su cometido evangelizador. Sí, todo esto fue la Sevilla de los siglos XVI y XVII, pero era ya entonces ciudad importante, rica y bella y habitada por gentes variadas y de extrañas procedencias, pudiendo decirse lo contrario, que fue por su rancia tradición de grandeza que se situó en ella la Cabecera indiana.

Geopolítica de un gran río y elogio de Sevilla

Las poblaciones en general, en todo momento de la Historia, incluso en el presente, buscan las corrientes fluviales, porque éstas garantizan, en primer lugar, el abastecimiento de agua y en segundo porque en sus márgenes suele crecer la vegetación, el arbolado y hay posibilidades de caza. Así fue en un comienzo, cuando al que luego los árabes llamarían el río de Kebir —Guad-al-Kebir— era una arteria pletórica, de un poderoso caudal en su corriente. Por eso ya los hombres del neolítico establecieron en sus márgenes los poblados de los primeros plantadores. Aunque se afirma que la navegación fue una conquista posterior de la Humanidad, esta idea se refiere más a los mares que a los ríos, que desde mucho antes servían de vías de comunicación por medio de balsas o almadías. Quizá lo difícil era remontar la corriente. Así surgió, entre varios brazos del Gran Río, la primitiva población de la futura Sevilla.

Con el paso del tiempo, en los siglos anteriores a la era cristiana, llegaron a la desembocadura del río pueblos industriosos, que se establecieron en las márgenes del curso medio e inferior de él, llegando a poseer una organización social, bajo régulos o monarcas, y una riqueza minera que atraía a los pueblos del Mediterráneo y que dio vida a núcleos urbanos más amplios, como Carmona y Sevilla. Este pueblo, el del reino enigmático de Tartessos, atrajo la atención de los cartagineses y produjo su ruina. Pero las riquezas han atraído siempre a los pueblos colonialistas, y en el siglo III a. C. Roma busca fuera de la península itálica tierras explotables, para hacerlas suyas, aunque estuvieran ocupadas por sus habitantes autóctonos o por otro pueblo imperialista. Este pueblo imperialista, en el caso del Gran Río, era el cartaginés, al que los romanos derrotan (204 a. C.) en la batalla de Ilipa (Alcalá del Río), expulsándolo. En 203 —nótese, al año siguiente— los romanos fundaban, a la orilla de uno de los brazos del Gran Río, simbólicamente, la villa de Itálica, sobre cuyas ruinas se edificó la actual Santiponce, quedando a no mucha distancia Hispalis, la futura Sevilla. Seco el brazo del Guadalquivir, Itálica queda algo relegada, e Hispalis será capital indudable de la Baetica, provincia romana, recibiendo de César el nombre de Iulia Rómula. La navegabilidad del río, hasta más allá de Córdoba, hacía de la futura Sevilla una vía importante de penetración, y de salida de los productos del interior.

La Torre del Oro y la Giralda al fondo a la derecha postal Ya en tiempos - photo 3

La Torre del Oro y la Giralda, al fondo a la derecha (postal).

Ya en tiempos visigodos Sevilla —que aún no se llama así— es cabeza de sublevación, promovida por el príncipe Hermenegildo, converso al cristianismo, hijo de Leovigildo, que lo vence. Pero no estaba lejos el momento del bautismo definitivo —en cuanto al nombre— de la vieja ciudad. Llegados los mahometanos en 711, ya en 712 se la denomina Isbiliyya, y permanecerá en manos musulmanas hasta 1248, en que la conquista Fernando III el Santo. Ha sido califal, segunda ciudad del Al-Andalus, almohade y taifa, acumulando construcciones, edificios religiosos y administrativos de cinco siglos de dominación árabe. Precisamente la conquista del santo rey Fernando pone de manifiesto la accesibilidad que por el río tiene la que ya se llama Sevilla, pues por él sube, aguas arriba, la flotilla del almirante Ramón Bonifaz, cortando la comunicación entre la capital y el barrio de Triana. La gran ciudad musulmana, donde compusiera delicadas poesías el tirano Mutamid, se hacía cristiana. El antiguo Alcázar moro era completado por Alfonso X, que en él moría, y donde al fin de sus días repasaría el texto de las Siete Partidas, sin saber que, pasados los años, serviría de pauta para otros siete libros de las Leyes de Indias.

Sevilla cristiana sigue siendo un emporio, se multiplican sus parroquias y cofradías, y aunque no tiene universidad —que ya llegaría con el Descubrimiento de las Indias a tener una— tiene sabios físicos, o médicos, como el autor de la Sevillana Medicina, tan llena de noticias. Las Atarazanas, que construyó Alfonso X, son una promesa de navegaciones, lo que explica en cierto modo que se centrara en Sevilla la organización de las flotas a ultramar,

El Guadalquivir, con Sevilla, después de Córdoba, a la que ya no se podía llegar por su corriente, como centro importante, era el tercer río que Castilla aprovechaba para su salida al mar. Desde la vieja Edad Media la aspiración de los estadillos mesetarios —León, Castilla— fue la salida al Atlántico. Primero el Miño dio cauce para la llegada al océano de las gentes galaicas del interior; después fue el Duero, que permitió a Fernando I llegar hasta Lamego; posteriormente debería haber sido el Tajo, pero el crecimiento del condado de Portugal convertido en reino, frenó esta derivación geopolítica, que continuó por las Extremaduras en busca de una boca hacia los anchos mares. La más importante vía fluvial, como venimos viendo, fue la del Gran Río, pero no menor la del Guadiana, el Tinto y Odiel. Huelva y sus poblaciones cercanas se convirtieron, con el paso de los siglos XIV y XV, en centros de navegaciones atrevidas.

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