Geraldine C. Nichols recoge las entrevistas que realizó a escritoras como Carmen Laforet, Ana María Matute, Ana María Moix, Montserrat Roig, Carme Riera y Esther Tusquets, en las que ellas mismas hablan de sus propias experiencias y trabajos.
Geraldine C. Nichols
Escribir, espacio propio: Laforet, Matute, Moix, Tusquets, Riera y Roig por si mismas
Título original: Escribir, espacio propio: Laforet, Matute, Moix, Tusquets, Riera y Roig por si mismas
Geraldine C. Nichols, 1989
Revisión: 1.0
14/03/2020
Autor
Geraldine C. Nichols enseña literatura española en la Universidad de Florida (Estados Unidos). Ha ejercido la docencia en otros países, incluida España, donde impartió un seminario sobre la narrativa femenina de la posguerra en Cataluña, en el Centre d’lnvestigació Historica de la Dona, de la Universidad de Barcelona. Ha publicado numerosos artículos sobre literatura española contemporánea en revistas especializadas de Estados Unidos y de Europa. En su libro Escribir, espacio propio: Laforet, Matute, Tusquets, Moix, Roig y Riera por sí mismas (1989) ofrece las entrevistas realizadas a la mayor parte de las autoras estudiadas en Des/cifrar la diferencia. Narrativa femenina de la España contemporánea.
Notas
[1] Las excepciones son Robert Spires, Ignacio Soldevila Durante, José María Martínez Cachero y Margaret E. W. Jones, cuyos libros son relativamente equitativos en su tratamiento de la narrativa femenina.
[2] El excelente artículo de Margaret E. W. Jones, «Las novelistas españolas contemporáneas ante la crítica», provee muchos ejemplos más de «esta torcida perspectiva crítica» (24).
[3] Cuando un número ideológicamente intolerable de mujeres había ganado el Premio Nadal, se empezó a denigrarlo de manera sistemática, llamándolo «el Dedal» o diciendo «el Nadal, después de Nada, nada». Parecería que el nombre «Dedal» fue la idea de una revista de humor, según Dolores Medio contó a Margaret Jones («Novelistas…» 22), pero luego se convirtió en una broma común.
[4] Aunque nadie lo dice explícitamente, es bastante claro que para los críticos este público tan falto de criterios es en su gran mayoría femenino. En una reseña reciente del relato de Carme Riera, Qüestió d’amor propi, el reseñador atribuye lo que supone que va a ser su éxito de venta no a la calidad de lo escrito, sino a ese consabido, desastrosamente acrítico público: «[Es] una especie de vuelta a los orígenes que de seguro complacerá al público fiel que Carme Riera tiene… Complacerá, eso sí, a quienes ya de antemano están dispuestos a dejarse emocionar y conmover… pero al lector que busque algo más, a ése que se haga ilusiones ante las expectativas de ahondar en la tensión entre vida y literatura… “Qüestió d’amor propi” [le] va a saber a muy poco o a “dejá vu”. El libro retoma las virtudes esenciales del éxito primitivo de Riera y vamos a verlo sin duda encaramado a los primeros puestos de venta durante unas cuantas semanas, pero a mí me queda la duda sobre el grado de convicción y de complacencia de la propia autora…» (Orja 38). Otro crítico, al reseñar una novela de Rosa Montero, Amado amo, habla en términos semejantes del público; menciona que una novela anterior «constituyó un importante éxito de ventas», y que Montero «siempre ha gozado de importantes núcleos de lectores». Por suerte, ésta es «la más equilibrada y la mejor construida» de sus novelas, por lo cual el reseñador no tiene que prevenir al lector contra las posibles equivocaciones del público. Es cuando leemos su resumen de la novela que tanto le ha gustado por su «equilibrio» que empezamos a sospechar de su entusiasmo: «En sus libros anteriores, los mejores personajes de la escritora eran las mujeres, que aquí brillan casi por su ausencia; son referencias tan sólo» (Conte 21).
[5] Cuando Quiroga fue elegida —en una de las más reñidas elecciones que se recuerden— el periódico Diario 16 informó casi apologéticamente que: «Elena Quiroga no es muy conocida por las nuevas promociones. Se destacó en 1951 con el Nadal y en 1965 casi detuvo su labor creadora, aunque en 1974 apareció una última novela, “Presente profundo”, que pasó más inadvertida. También sus compañeras de generación se han ido callando: Carmen Laforet, Ana María Matute, y algo menos Carmen Martín Gaite, todas ellas premiadas también con el Nadal» (14 de enero de 1983. Reimpr. en Boletín cultural 16 [1983]: 24). Las razones de su silencio, tales como las explicó la misma Quiroga, son prototípicamente femeninas; tuvo que hacer de ángel del hogar cuando enfermó su marido, y luego sufrió ella misma una enfermedad incapacitante: «En 1974 publiqué mi última novela, y luego llegó la enfermedad de mi marido y una dolencia de columna que me tuvo sin teclear una letra durante dos años» (ibid).
[6] Convendría notar que en el campo de la literatura española contemporánea el canon —la lista de los textos que se consideran «clásicos»— que se enseña en las universidades norteamericanas no corresponde exactamente con su homólogo español. Aquí por ejemplo se han valorizado más las obras que se tomaban por contestatarias al régimen, o que plasman fielmente una visión (errónea o no) que los profesores de Estados Unidos y Canadá tienen de España. Hasta hace poco decir «Goytisolo» en el ambiente hispanista norteamericano equivalía a nombrar a Juan, pero no pasa lo mismo en España, donde se conoce y se aprecia tanto o más a su hermano Luis. Ana María Moix es otra figura que gozó de cierto renombre en los círculos universitarios norteamericanos durante unos años, pero en España está relativamente olvidada.
[7] Desde entonces Elaine Showalter ha difundido entre las críticas literarias feministas una teoría propuesta por los antropólogos Shirley y Edwin Ardener que explica sucintamente esta pertenencia/no pertenencia de los grupos no hegemónicos respecto de su sociedad. La situación cultural de estos grupos —«muted groups» o grupos mudos, en la terminología de los Ardener— se puede representar con dos círculos que se intersectan así:
Explica Showalter: «Al usar el término “mudo”, Ardener sugiere problemas tanto de lengua como de poder. En el nivel de la subconciencia, los dos grupos generan creencias o ideas vertebrantes sobre la realidad social, pero los hegemónicos son los que controlan las formas las estructuras según las cuales la conciencia puede expresarse. Por consiguiente, los grupos mudos tienen que mediatizar sus creencias en las formas permitidas por las estructuras dominantes» (262).
[8] Laforet no se crió en el Ensanche, pero sus padres sí, y su literatura sugiere que ella recibió más o menos la misma educación que las otras escritoras. Lo mismo se podría decir de Riera, cuya madre es barcelonesa.
[9] Explicó a Montserrat Roig en una entrevista: «A casa meva es respirava un ambient catalanista, pero abans era així quasi per tot Barcelona. No com ara, que és una ciutat híbrida, que va en camí de despersonalitzar-se per complet… Ara, Barcelona em sembla una ciutat desconeguda… I a mes és una ciutat bilingüe. La gent parla castellá a tot arreu» («L’alé…» 165).