Geraldine de Radigues - Combate el estrés laboral
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- Libro:Combate el estrés laboral
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:2017
- Índice:4 / 5
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Combate el estrés laboral: resumen, descripción y anotación
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Geraldine de Radigues, 2017
Traducción: Marina Martín Serra
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
- ¿Problemática? Diga basta al estrés en la oficina. Controle sus reacciones.
- ¿Utilidad? Reaccionar de una manera reflexiva para no perder la dignidad; evitar las situaciones de huida, de lucha o de inercia; aprender a superarse y a pasar de la supervivencia a la creatividad.
- ¿Preguntas más frecuentes?
- ¿Para qué sirve el estrés?
- ¿Cómo se reconoce el estrés?
- ¿Qué se esconde tras el estrés?
- ¿Cómo convivir con un colega estresado?
- ¿Cómo se puede aliviar el estrés?
Indispensable para la supervivencia, el estrés ha formado parte, desde siempre, del funcionamiento de los animales. En un sentido más amplio, tiene una función de indicador de peligro y puede estimular mucho a todo ser vivo que padezca esta tensión.
Hoy en día, en nuestros países occidentalizados, el nivel de estrés al que tiene que enfrentarse la mayoría de los trabajadores, en la empresa o en otros lugares, ha aumentado de forma innegable. Esta presión empuja a cada individuo a maximizar su rendimiento, bajo pena de ser amenazado, de sentirse infravalorado o atrapado en objetivos imposibles de alcanzar, controlado durante su trabajo u obligado a reembolsar una parte de sus ganancias en caso de resultados no alcanzados, de ser comparado con los otros colegas, y un largo etcétera. Estas exigencias hacen que la gente esté bajo presión, y por desgracia cada vez hay más casos de depresiones, de burnout o de consumo de ansiolíticos.
Pero ¿qué es lo que nos lleva a acabar en semejante estado? Intentemos entender cómo transformar un sentimiento de estrés, a priori desagradable, en una fuente de superación de uno mismo positiva.
El estrés es una información emitida por el cerebro para alertarnos de que vivimos una situación que nos supera, que nos coloca en una situación incómoda y/o nos da inseguridad. Este síntoma, aunque poco agradable, siempre ha existido y es muy útil. Viene de la parte más primitiva de nuestro cerebro: el cerebro reptil.
¿Sabías que…?
En neurocognitivismo, se divide al cerebro en varias partes:
- el cerebro reptil, que es el más primitivo o instintivo;
- el gregario o paleomamífero, que controla nuestro posicionamiento en un grupo;
- el neomamífero o la «biblioteca de recuerdos, de vivencias o de informaciones diversas»;
- el prefrontal, donde se encuentran la creatividad y la adaptabilidad.
Frente a un sentimiento de estrés, todos, tanto animales como humanos, pueden mostrar tres actitudes diferentes:
La huida
- El animal corre, huye cuando advierte un peligro.
- Los hombres reaccionan de forma similar: su instinto les empuja a sentir este mismo deseo de huir. ¿Quién no ha sentido alguna vez unas ganas repentinas de huir antes de una reunión importante? ¿Quién no ha tenido alguna vez ganas de ir al baño justo antes de una entrevista o de un examen? Mucho más que una sensación, este tipo de comportamiento tiene sentido a nivel fisiológico: nos alivia en caso de salida precipitada.
La lucha
- El animal gruñe, muestra su fuerza para impresionar a su adversario y convencerle de que se someta.
- En los humanos, este estado se traduce en cólera, gritos, golpes encima de la mesa, ceños fruncidos, violencia, insultos para afirmar el poder y el potencial propios de cada uno y dominar al interlocutor.
La inercia
- Frente al peligro, el animal no se mueve, permanece inmóvil con la esperanza de pasar inadvertido, de ser olvidado. ¿No os ha pasado alguna vez que habéis encendido una lámpara y habéis visto a una araña inmóvil en la pared? Conduciendo por la noche, ¿no habéis sorprendido nunca con vuestras luces del coche a un conejo, inmóvil en medio de la carretera?
- Los hombres experimentan, frente a algunas situaciones, una sorpresa tal que se quedan desorientados y literalmente paralizados. Así pues, a veces son incapaces de reaccionar cuando, por ejemplo, un armario se desploma encima de un colega que está cerca de ellos. Además, algunos permanecerán imperturbables delante de su jefe chillando, mientras que diez minutos más tarde, una vez hayan salido de este estado de inercia, encontrarán los argumentos y excusas que habrían tenido que plantear delante de su superior. Por último, a veces sienten simplemente un desaliento que les conduce a abandonarlo todo.
Ha quedado claro que el estrés tiene un papel de indicador, ya que nos transmite un mensaje y nos confronta a nuestros límites.
Así, cuando un acontecimiento o una palabra nos sume en un estado de tensión, es porque este elemento exterior hiere directamente nuestra sensibilidad. Reactiva una susceptibilidad, una vivencia difícil, una emoción, y como no queremos volver a vivir más esta situación, a causa del instinto de supervivencia, nuestra mente se mueve hacia una zona de estrés. El cerebro reptil toma entonces las riendas de nuestras acciones para protegernos y evitar que debamos revivir estos recuerdos difíciles.
Sea cual sea nuestra reacción (lucha, inercia o huida), finalmente nos preguntamos cuál es la naturaleza de este exterior que nos afecta. ¿Es este entorno el que es fuente de estrés, o es más bien la emoción o el recuerdo que despierta en nosotros lo que la crea?
Sentir estrés nos permite encontrar nuestros límites y, en consecuencia, conocernos mejor. Mediante la observación de los mecanismos que nos hacen ir hacia una forma de supervivencia, de estrés, nos damos cuenta a menudo de que un mal recuerdo o incluso un miedo —que queremos evitar a toda costa— no pararán de aparecer en nuestra vida bajo formas a veces muy distintas. Hay que aprender pues a conocerse: a base de querer alejar el estrés sin afrontarlo, uno se arriesga a encerrarse en él.
«Testimonio: Ludovic, 36 años
Llevaba mal la autoridad de mi padre y nunca me atreví a decírselo. Durante mi infancia, por amor, mi madre se ponía entre ambos para atenuar nuestros conflictos, calmar mis frustraciones y yo nunca supe transmitirle cuáles eran mis límites, lo que sentía con el corazón. Me hice cargo de mí y esperé a ser mayor de edad para vivir mi independencia y alejarme de él.
Con el título de mis estudios en el bolsillo, llego a un trabajo con un jefe autoritario, lo que me desestabiliza e impide que llegue a posicionarme delante de él. Él siente mi debilidad y cada vez me respeta menos.
Para protegerme a mí mismo, intento parecer indiferente —mientras que, en el fondo, estoy muy afligido— lo que desespera todavía más a mi superior, o me entrego en cuerpo y alma para hacer un trabajo impecable y así evitar los reproches. Las horas dedicadas a este objetivo me hacen perder el juicio; mi jefe recalca mis errores y sus críticas me hieren. Me encuentro presionado, siento que cada vez estoy menos en mi lugar, me siento menos hábil y empiezo a dudar de mis capacidades. Tengo miedo de explotar, la presión aumenta…
En cuestiones de pareja, como no me gustan los enfrentamientos, tengo tendencia a situar a mi pareja ante los hechos consumados, algo que no le gusta, ya que se siente ignorada. Se queja, me culpa y yo me resigno. Nuestra relación se deteriora, ya que para evitar sus gritos, sus comentarios, llego más tarde sin avisarla. Su frustración se traduce en discursos violentos, que hieren.
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