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Madeleine Riffaud - Vietcong: Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur

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Madeleine Riffaud Vietcong: Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
  • Libro:
    Vietcong: Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
  • Autor:
  • Editor:
    Anteo
  • Genre:
  • Año:
    1965
  • Índice:
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Vietcong: Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur: resumen, descripción y anotación

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FLN
Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud

Original español“: Vietcong”, Edit. Anteo, Buenos Aires, Argentina, 1965.

Digitalización: Colección Socialismo y libertad.

ÍNDICE

“Ya lo sé el poeta lírico hará su mejor mueca, el crítico alzará su latiguillo:

— El alma, ¿dónde está? ¡Esto es simple retórica!

¿Y dónde la poesía? ¡Es puro periodismo!

‘Capitalismo’: el vocablo no es nada gracioso. Mucho más grato se oye decir ‘ruiseñor’.

Pero más de una vez volveré a aquella palabra...

¡Que se eleve a consigna mi verso agitador! Voy a escribir sobre esto y aquello,

pero no es momento para el amoroso deliquio pues toda mi sonora potencia de poeta

te la entrego, clase en impetuosa ofensiva.

‘Proletariado’: suena torpe, estrecho, el vocablo para quienes son ajenos al comunismo.

¡Para nosotros es música poderosa

capaz de levantar a los muertos para luchar!.”

Maiakovsky

“Después de la Primera Guerra Mundial me gané la vida en París como retocador de fotografías unas veces, y otras como pintor de ‘antigüedades chinas’ (¡hechas en Francia!). A veces distribuía volantes denunciando los crímenes de los colonialistas franceses en Vietnam. Apoyé por instinto, sin comprenderla aún, a la Revolución de Octubre.

Amaba a Lenin porque era un gran patriota que había liberado a sus compatriotas pero no había leído ni uno solo de sus libros. La razón que tuve para ingresar al Partido Socialista Francés fue que estos ‘señores y señoras’ —así llamaba a mis camaradas en esa época— mostraron simpatía hacia mí, hacia la lucha de los pueblos oprimidos.

Había entonces discusiones en el PS sobre si seguir en la Segunda Internacional fundar la Segunda y Media Internacional, o adherirse a la Tercera Internacional de Lenin. Yo escuchaba atentamente las discusiones que al principio no entendía bien. ¿Por qué eran tan acaloradas? Si con la Segunda, la Segunda y Media o la Tercera Internacional se podía emprender la revolución, ¿para qué discutir? Y, ¿qué fue de la Primera Internacional?

Lo que más me interesaba saber, y esto era precisamente lo que no se discutía en las asambleas, era cuál Internacional estaba a favor de los pueblos de los países coloniales. Pregunté esto en una asamblea. Algunos camaradas me contestaron que esa era la Tercera Internacional, no la Segunda, y me dieron a leer las ‘Tesis sobre las cuestiones nacionales y coloniales’, de Lenin.

Había ahí términos políticos difíciles de entender, pero a fuerza de leer y releer pude finalmente captarlos casi en su totalidad.

Lloré de alegría. Solo en mi cuarto, grité: ‘¡Queridos mártires compatriotas! ¡Esto es lo que necesitamos. Este es el camino de nuestra liberación!’. Después de esto tuve plena confianza en Lenin y en la Tercera Internacional.

Antes en las asambleas sólo escuchaba, todo me parecía lógico y no podía diferenciar entre quienes decían lo correcto o lo erróneo.

A partir de este momento entré a discutir, y aunque todavía me faltaban palabras en francés, hice pedazos los alegatos de quienes atacaban a Lenin y a la Tercera Internacional. Mi único argumento era: ‘Si no condenáis el colonialismo, si no apoyáis a los pueblos coloniales, ¿qué clase de revolución pensáis emprender?’.

En el Congreso de Tours voté junto a Marcel Cachin, Vaillant–Couturier, Monmosseau y muchos otros por la adhesión a la Tercera Internacional.

En un principio el patriotismo más que el comunismo me llevó a Lenin. Paso a paso, combinando el estudio con la práctica, llegué a la conclusión de que sólo el socialismo y el comunismo pueden liberar de la esclavitud a las naciones oprimidas y a los trabajadores del mundo”.

El camino que me llevó al leninismo

Ho Chi Minh

“Porque entre todas las cenizas

que hoy resumen el dolor de Vietnam están nuestras cenizas victoriosas,

las de los hijos del pueblo

que morimos por la vida de Vietnam y de toda la humanidad.”

Hablan los muertos de Vietnam

Roque Dalton

MADELEINE RIFFAUD

Un día de julio de 1944, una muchacha, francesa mató de un tiro a un oficial alemán. En las jornadas de la liberación de París, sus compañeros del maquis la rescataron de las celdas de los condenados a muerte. Las torturas nazis no habían abatido su ánimo y prosiguió combatiendo hasta el fin de la guerra. Más tarde, con una granada en la mano detuvo un tren en el que trataban de huir muchos ocupantes hitlerianos.

Esa muchacha era Madeleíne Riffaud que en la posguerra, continuó luchando contra el fascismo en todas sus formas en el ejercicio de un periodismo militante y revolucionario. La mejor prensa francesa la destacó en muchos puntos del mundo donde los pueblos peleaban por su liberación nacional y social. Estuvo en Argelia (y resultó herida antes de que los argelinos conquistaran la independencia), estuvo en Bizerta cuando el bombardeo. Algunas de sus mejores crónicas fueron escritas a fines de 1964, mientras se desempeñaba como enviada especial del diario “L´Humanite” y luego publicados en un libro editado con el título: “De nuestra enviada especial”. Volvió luego a Vietnam y pasó dos meses con los combatientes del Frente de Liberación Nacional. Las notas que se reproducen a continuación, son el fruto de esa experiencia, y también aparecieron en una serie de artículos en el citado periódico francés.

VIETNAM 1965
1. UN EXTRAÑO CAZADOR DE TIGRES

Créanme si les digo. Créanme puesto que yo lo he hecho: cualquiera sin saber nadar, puede atravesar un río con tres nueces de cocos secos, alrededor de la cintura a modo de salvavidas. Cualquiera, si lo desea verdaderamente, puede pasar un torrente sobre el tronco de un árbol tumbado a través, sostenido solamente por una frágil liana, para no perder el equilibrio. Cualquiera puede, rápidamente, como los combatientes del Frente, habituarse a considerar la jungla, pese a sus escorpiones, espinas envenenadas, serpientes, sanguijuelas que se prenden a los tobillos durante las largas marchas, los ojos verdes del leopardo, de noche, a considerarla —repito— como “el hogar” adonde se vuelve luego de las peligrosas misiones “a cielo abierto”, en las que se juega al escondite con los bombarderos. “La casa” sin muros, donde se vuelve para trabajar, feliz de estar vivo…

Todo el mundo puede vivir con la totalidad de sus enseres prendidos a la cintura y sentirse por ello muy rico, con la condición de tener un ideal y estar respaldado sin cesar por el equipo...

Por eso, los dos meses que hemos pasado, W. Burchett y yo, con los combatientes de Vietnam del sur, compartiendo con ellos sus comidas extrañas, a base de tigre y mono, sus escondites secretos y los incesantes bombardeos, no llaman la atención a aquellos que tienen la posibilidad de vivir en el país “donde el pueblo duerme en el hueco de las hamacas”. Para este pueblo, después de veinte años de lucha por su libertad, eso es “tan común como comer arroz”.

En cuanto a las dificultades que nosotros hemos atravesado; ¿cuántos intelectuales de Saigón, tan poco preparados como nosotros a la vida de hombres de la selva, han tenido que soportarlo de 1955 a 1959–60, durante los años más negros?. Los viejos combatientes perseguidos por la policía de Diem (Ngo Ding Diem) y sus amos norteamericanos, encontraron refugio en el altiplano y pudieron sobrevivir, gracias a las tribus de las minorías nacionales, que vestidos con taparrabos aún vivían la época del bambú, pero eran verdaderamente más humanos que los pretendidos “civilizados” especialistas de la “guerra especial”...

EL EXTRAÑO CAZADOR DE TIGRES

En una de las unidades que me acogió, había un extraño hombrecito, enjuto, gran especialista de nuestro equipo de caza (la intendencia, digamos). Cada tarde, él se iba con una lámpara colocada en la frente, a la manera de los mineros, su carabina de precisión (norteamericana) en la mano.

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