Introducción
The Hand of History, el título original de este libro, se ha tomado de una observación de Tony Blair la víspera del acuerdo del Viernes Santo en Irlanda del Norte. El 8 de abril de 1998, el entonces primer ministro del Reino Unido declaró: «Un día como el de hoy no es un día para grandes frases, podemos dejarlas en casa. Sin embargo, siento la mano de la historia sobre los hombros…, realmente la siento». En una época notoria en el Reino Unido por la manipulación política, el líder del Partido Laborista declaró repudiar las grandes frases mientras al mismo tiempo, no obstante, pronunciaba la más memorable de toda su carrera.
El comentario de Blair parece un punto de partida adecuado: aparte de ser una maravillosa ironía, constituye un ejemplo típico de cómo los líderes invocan la historia de manera categórica. La resolución de un asunto de relativa importancia se califica de «histórica» para inflar la transcendencia de un acontecimiento y, en general, también el ego del líder. La historia se presenta como una autoridad omnisciente que proporciona una valoración cierta, y que normalmente suele coincidir con la versión de los acontecimientos de quien la emite.
Durante siglos, los políticos y los comentaristas han utilizado precedentes históricos para justificar estrategias políticas y militares. Ahora bien, la historia puede ser fácilmente tergiversada; dejando de lado la simple falsificación, el uso selectivo de los datos y de los hechos históricos puede resultar igual de engañoso. Cuando los intelectuales y los políticos de estados nacientes o de territorios que aspiran a la condición de estado hablan de construir una «identidad nacional» o una «historia nacional», estas expresiones invariablemente suelen conllevar una serie de hechos partidistas que apoyan una narrativa en concreto. Dicho esto, toda historia es necesariamente selectiva, puesto que la gente percibe de diversas formas la historia común, y estas diferencias suelen ser a menudo fuente de malentendidos y conflictos.
Mi objetivo al preparar esta antología era profundizar en algunas de estas cuestiones. Algunos destacados historiadores fueron invitados, o bien a escribir un aforismo, o bien a seleccionar una cita sobre la historia o sobre cómo se escribe la historia. También se les pidió un breve comentario en el que justificaran su elección. Más de un centenar de historiadores de todo el mundo respondieron a mi petición, y el resultado es una lista impresionante de los autores más respetados que escriben sobre historia en la actualidad. Me preocupó que sus comentarios fueran repetitivos. Lejos de ello, un aspecto muy positivo de esta recopilación es la variedad de sus respuestas.
Un tema que ha surgido es el papel cambiante del individuo al escribir la historia, una observación que se ajusta a mi experiencia como lector y editor: en el pasado reciente se ha puesto un énfasis cada vez mayor tanto en el papel del individuo común y corriente como en los detalles de su vida. Se trata de lo que podríamos llamar la «personalización de la historia», y es posible que este cambio se haya dado a expensas de las grandes y amplias narrativas de todas las escuelas históricas.
La tradición histórica marxista se ha centrado en los movimientos de poder impersonal y en las fuerzas subyacentes más que en los individuos como tales. Sin embargo, en 1963, E. P. Thompson publicó su fundamental historia social, La formación de la clase obrera en Inglaterra, en la que anunciaba su intención de «rescatar al pobre tejedor de medias, al tundidor ludita, al “obsoleto” tejedor en telar manual … de la enorme condescendencia de la posteridad».
Igualmente importante para los lectores de historia militar, mi propia disciplina, fue El rostro de la batalla, de John Keegan, publicado más de una década después, en 1976. El autor afirmaba explícitamente que su intención era abandonar los grandiosos cuadros de la historia militar y centrarse, en lugar de ello, en los pequeños detalles de la vida de los individuos. Keegan no se equivocaba: la gente lee sobre la gente.
Ni Keegan ni Thompson estaban complaciendo al mercado, sino que ambos se habían dado cuenta de que los lectores habían empezado a desear que se inyectara vida en la alta política y la estrategia. Querían comprender cómo la gente, y no solo los reyes y los comandantes, comían, dormían, bailaban y morían. En este contexto, no nos sorprende el éxito de la reciente serie de Max Arthur, Voices, recopilaciones de crónicas personales del siglo XX : los relatos de testigos presenciales pueden proporcionar una imagen más realista, básica y emotiva de las vidas de los personajes del pasado.
Esta personalización es una de las razones por la que la historia, en especial la historia narrativa, atrae ahora a un público más amplio; Peter Furtado, el editor de la revista History Today desde hace diez años, apuntó que la venta de libros de historia es mayor que nunca puesto que «las “narraciones” han vuelto a entrar en la “historia”».
Este significativo cambio ha coincidido con la democratización generalizada de la sociedad occidental desde las décadas de 1960 y 1970, y ha sido en parte consecuencia de ella. Con la erosión de las barreras de clase y la disminución de la deferencia hacia la autoridad, los lectores esperan una mayor igualdad en los temas históricos.
Hace poco tuve la suerte de publicar Secret Days, la crónica de Bletchley Park [el centro de descodificación y desencriptación de los servicios de inteligencia británicos durante la segunda guerra mundial] escrita por Asa Briggs. Lord Briggs, que este año cumple noventa años, describía su recorrido, de historiador de la economía en la década de 1940, a historiador social, historiador cultural y, finalmente, «historiador humano», con la publicación de sus experiencias en tiempos de guerra, donde escribía como historiador, pero también como antiguo participante. Reconoció que su evolución personal tal vez hubiera sido el resultado de un cierto desdén por la institucionalización de las «subhistorias», pero que también refleja sus reacciones a los cambios que han tenido lugar en el modo de escribir la historia en los últimos setenta años.
Este proceso tal vez sea la consecuencia del aumento del abanico de medios en los que se puede presentar la historia. La historia es más accesible que nunca; aparece en documentales emitidos cada noche en televisión en la franja horaria de mayor audiencia, y está disponible en línea a cualquier hora. Por otra parte, gracias a internet, cualquiera con un poco de curiosidad puede realizar su propia investigación, genealógica o sobre cualquier aspecto de la historia, y en cualquier idioma. El acceso a los materiales en línea no ha engendrado un incremento del interés por la historia familiar, pero ha facilitado mucho este tipo de investigaciones, haciéndolas más atractivas.
El progreso de la tecnología ha llevado a lo que Arnold Toynbee describió como la «aniquilación de la distancia». Toynbee pronunció esta frase en 1952 y desde entonces el ritmo del cambio se ha acelerado. En la actualidad, escritores de todo el mundo pueden publicar, promocionar y debatir su trabajo en línea en cuestión de minutos, lo que ha permitido acabar con los «silos»; las ideas y la información se mueven tan deprisa entre géneros y disciplinas que puede conducir a una original transfertilización. También ha ampliado significativamente el alcance de la literatura histórica.
Esta evolución y expansión continuará, y aparecerán nuevas tendencias; el estilo de la escritura histórica evolucionará, igual que lo harán las expectativas y las exigencias de los lectores. Tal vez ya estemos asistiendo al inicio de un regreso a la gran narrativa. El éxito de autores como Niall Fergusson y Andrew Roberts parece indicar que los lectores todavía sienten un sano apetito por este último género. No obstante, en todos los géneros se ha dado un cambio importante: incluso las obras históricas de carácter más amplio contienen ahora algo más de «toque humano». Se ha convertido en un ingrediente esencial de la literatura histórica.