A la presente edición se le añade el capítulo sobre el clasicismo de Las Casas, que fue presentado como ponencia en las XIV Jornadas de Historia de Occidente. V Centenario (1492-1992). Otros Puntos de Vista. 24 y 25 de Septiembre de 1992. Agradezco al licenciado Luis Prieto Reyes su invitación a participar en ese congreso. Asimismo agradezco al Departamento de Publicaciones de la ENEP Acatlán por haberme cedido los derechos de autor para esta segunda edición, así como al Fondo de Cultura Económica.
México, D. F., marzo de 2004
PREFACIO
A LA PRIMERA EDICIÓN
En el año de 1987 impartí un curso sobre la historiografía antigua para mis compañeros de la ENEP Acatlán. Dos años después repetimos la experiencia, sólo que en esa ocasión me ocupé de la historiografía moderna sobre la antigüedad clásica. Finalmente, en mayo de este año participé en el Taller Internacional sobre Filología Clásica en América, celebrado en La Habana, Cuba, con una ponencia sobre el Compendio de historia antigua de Justo Sierra. Al revisar los tres textos me pareció que formaban una especie de díptico: dos aproximaciones a la historiografía de la antigüedad clásica, y se me ocurrió formar este libro y dedicarlo a Lorenzo Luna, entrañable amigo con quien más he platicado de historiografía y, en general, de historia.
Agradezco pues la colaboración en esta obra a mis compañeras y compañeros de la ENEP Acatlán, a los participantes en el taller habanero, a las licenciadas Aurora Flores Olea y Patricia Montoya Rivero, sucesivas directoras del Departamento de Filosofía e Historia de la ENEP Acatlán, a la licenciada Ana María González y a la doctora Elina Miranda, decana y vicedecana, respectivamente, de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana.
México, D. F., junio de 1990
Postdata: un destino implacable me ha obligado a cambiar los términos de la dedicatoria.
Además, en el último año y medio, varios amigos y compañeros han leído el manuscrito y algunos lo han comentado conmigo, cosa que me ha llevado a hacer algunas modificaciones a este libro. Agradezco su empeño y declaro ser el único responsable de los errores que subsistan. Ellos son la doctora Lourdes Rojas Álvarez, el doctor Jorge Alberto Manrique, el doctor Álvaro Matute, la licenciada Pilar Barroso Acosta y la licenciada Carmen Nava Nava. Es además un placer agradecer a Judith Martínez Hernández la ayuda incansable y la paciencia infinita que desplegó al ayudarme en el procesamiento del texto.
México, D. F., febrero de 1992
PRIMERA PARTE
EL CONCEPTO DE HISTORIA
EN LA HISTORIOGRAFÍA
ANTIGUA
I. INTRODUCCIÓN
EL ESTUDIO de la historia es algo corriente en nuestra cultura. Aunque pueda haber distintas concepciones o apreciaciones en torno a él, es una cosa que se da por sabida.
En este escrito trataré de exponer las características de una concepción diferente de la nuestra: las del concepto original que la historia tuvo en la antigüedad clásica. ¿Cuál puede ser el sentido de un estudio con tal orientación?
Como todos sabemos, la historia es un proceso que nosotros mismos producimos y por ello al estudiarla nos ocupamos, en primer lugar, de uno de los aspectos más fundamentales de nuestra vida, pues el hombre es un animal histórico. Es claro que la historia no puede ser entendida parcialmente, lo cual no quiere decir que haya que estudiarla toda, pero sí que es necesario tener una visión global de ella. En la elaboración de tal visión, la historiografía no puede sino desempeñar un papel fundamental, ya que mediante el estudio de las obras de historia y de las concepciones sobre ella, los historiadores pueden ser capaces de adquirir una perspectiva sobre su propio lugar tanto en la historia como en la historiografía: es claro que la historiografía no guarda la misma relación con los historiadores que —por ejemplo— la ornitología con los pájaros: cuanto más conscientemente asuma el historiador su circunstancia histórica, más capaz será de ejercer una profesión que no es instintiva, sino producto de una vocación y de un trabajo consciente.
Ahora bien, ¿por qué ocuparse del concepto de la historia? Si estamos de acuerdo en que el estudio de la historia no es un producto natural del hombre, sino una disciplina científica y, por tanto, parte de la cultura, y que los historiadores por definición (y tal vez, por desgracia) no pueden ser como el burro que tocó la flauta, debemos estar de acuerdo en que no puede existir una historiografía sin que en ella subyazga un concepto de la historia tanto como ciencia, como en lo que se refiere al proceso mismo: ningún historiador ha hecho historia por casualidad ni con el propósito de escribir un tratado de física o de investigar algún asunto que no sea la historia misma. Se puede decir que —explícita o implícitamente— el concepto de la historia es el fundamento necesario de toda escuela o corriente historiográfica.
Desde luego, existen varios conceptos de la historia y uno corre siempre el riesgo de atribuir los propios a los demás, especialmente cuando se estudian culturas distintas de la nuestra. Ante ello, Gerald Press, siguiendo el parecer de Quentin Skinner, ha adoptado el método de estudiar palabras y en su libro se dedica a seguir la evolución semántica de hístor, historeîn, historía, historikós y las palabras afines en latín, pero parte del supuesto (probablemente derivado de la filosofía analítica) de que el hombre expresa siempre lo que dice y dice siempre lo que quiere decir, lo cual me parece cuestionable, y adopta implícitamente la posición de que es imposible entender los referentes del lenguaje, posición que me parece en extremo peligrosa. Además, es ingenuo pensar que la concepción de la historia es igual a la definición de las palabras relacionadas con ella.
En mi opinión, es posible enfrentar el obstáculo adoptando una posición historicista y, siguiendo a Finley, considerar a la historia un diálogo entre el historiador y el objeto de su estudio.
De esta posición metodológica derivan varios principios: en primer lugar, implica que, al analizar la obra de los historiadores clásicos, debemos de tomar en cuenta la historicidad, hacer conciencia de que dos mil años no pasan en balde, pero sobre todo sacar las conclusiones de la extrañeza —lo ajeno— de la cultura clásica, una cultura que tenía un papel determinado dentro de su sociedad y que era radicalmente distinto del papel que la cultura tiene entre nosotros.