Título original: The Future of History
© John Lukacs, 2011 / All rights reserved
Edición original en inglés: Yale University Press, 2011
Esta obra ha sido publicada con una subvención de la Direcció n General del Libro, Archivos y Bibliotecas del Ministerio de Cultura, para su préstamo público en Bibliotecas Públicas, de acuerdo con lo previsto en el artículo 37.2 de la Ley de Propiedad I ntelectual.
De esta edición:
© Turner Publicaciones S.L., 2011
Rafael Calvo, 42
28010 Madrid
Primera edición: octubre de 2011
De la traducción:
© María Sierra, 2011
Diseño de la colección:
Enric Satué
Ilustración de cubierta:
The Studio of Fernando Gutiérrez
La editorial agradece todos los comentarios y observaciones:
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ISBN Digital: 978-84-15427-31-5
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Para Willie
SPES FUTURAE
LA PROFESIÓN DEL HISTORIADOR
La aparición de la conciencia histórica – La historia de la historia profesional – La historia como “ciencia social” – Ser historiador durante la crisis actual – “El pensamiento histórico se nos ha metido en la sangre”
T odo tiene su historia, incluso la historia. (Todo tiene su historia, incluso la memoria… pero ahí no vamos a entrar, al menos por el momento). En la mayor parte de los idiomas, “historia” denota dos cosas: el pasado, pero también el estudio y la descripción del pasado, un determinado tipo de narración. Y ¿en qué estado, con qué perspectivas de futuro, se encuentra esa narración hoy, en los primeros años del siglo XXI ? Diré –debo decir– algo sobre esa gran pregunta –más que grande– un poco más adelante, en este mismo librito. Pero ahora debo empezar con el estado y las perspectivas de futuro de la profesión del historiador; o, dicho de manera más precisa, del acto de enseñar historia o de escribir sobre ella como una profesión acreditada que llevan a cabo profesionales acreditados.
La historia como actividad profesional es más reciente de lo que se suele pensar. La existencia en la historia empezó con Adán y Eva, que vivían en su tiempo y lo sabían. A partir de ellos, cobraron existencia el relato y la escritura del pasado, pero fueron quizá unos cuantos griegos los primeros que se ejercitaron de forma consciente (y excelente) en la “historia” (la propia palabra “historia” viene del griego, donde venía a significar “investigación”). Los grandes escritores griegos, romanos y de otras culturas (por ejemplo los del Nuevo Testamento) se inclinaban (algunos de ellos con gran entusiasmo) por registrar y escribir sucesos reales sobre gente real y no sucesos legendarios sobre gente de leyenda, pero ni a ellos ni a sus lectores se les ocurría utilizar el nombre de “historiadores” o de “biógrafos”. Muchos siglos después, desprenderían cierto tufillo a profesionalidad algunos hombres a los que se denominaba “cronistas” y que tenían encargada la tarea de llevar el registro de determinados sucesos o de determinadas personas. Con todo, estos hombres no diferían mucho de sus predecesores griegos o romanos. Más adelante –no durante el Renacimiento sino más bien, en general, posteriormente– apareció otra cosa que yo prefiero llamar el surgimiento de la conciencia histórica, concretamente en Europa occidental y en Inglaterra; algo que para muchos supuso un cambio de mentalidad y de vocabulario. Ese algo se hizo sentir en un interés cada vez mayor por la historia, e incluso por el autoconocimiento. No es tarea de este libro describir esa mutación con detalle, aunque su autor le haya dedicado gran parte de su trabajo como docente y como escritor, llegando al extremo de afirmar que la aparición de la conciencia histórica en torno al siglo XVII puede haber tenido tanta importancia –si no más– como la aparición del método científico.
Con todo, permítanme ilustrar esa aparición aunque sea en pocas palabras, con unos ejemplos tomados de la lengua inglesa. El Oxford English Dictionary registra la primera aparición de ‘historia’ “en tanto que registro formal” en el año 1482; la de ‘historiador’, medio siglo más tarde, en una época en la que la palabra ‘siglo’ no tenía su significado actual. Poco tiempo después, ‘primitivo’ cobra, por primera vez, el significado de que ciertas cosas y ciertas personas se hallan todavía “por detrás” de nosotros; ‘progreso’ significa por primera vez avance en el tiempo (ya no solo en el espacio); ‘siglo’, ‘contemporáneo’, ‘década’, ‘época’, ‘Edad Media’ (por vez primera alrededor de 1688, señalando un lapso de tiempo bien definido, entre lo ‘antiguo’ y lo ‘moderno’), ‘evolución’ y ‘desarrollo’ vienen un poco después. Al mismo tiempo, esta nueva visión externa de la historia trajo consigo un nuevo tipo de visión interna, que se ejemplifica claramente en la aparición de palabras con el prefijo ‘auto’: ‘autoestima’, ‘autocompasión’ o ‘autoconocimiento’ hicieron su aparición en el idioma inglés durante el siglo XVII ; ‘ego’ y ‘egoísmo’ llegan un poco después, cuando aparece por ejemplo ‘anacronismo’, que hace referencia a algo mal ajustado a su tiempo, esto es, a algo que está históricamente equivocado. (Recuérdese que dos siglos antes Tiziano y compañía pintaban escenas y figuras bíblicas con la indumentaria del siglo XVI , y casas y villas italianas del mismo siglo al fondo).
En suma: la historia de este desarrollo de la conciencia histórica precedió (y trascendió) la historia de la historia profesional. Por supuesto, la primera condujo a la última, y es de esta de la que me ocuparé en el presente libro. En algún momento, en torno al año 1700, hace ahora unos trescientos años, algunos hombres empezaron a darse cuenta de que el conocimiento de la historia podría ser no solo interesante, sino también práctico, en especial para lo concerniente a las relaciones entre estados. Hacia 1720, el cardenal Fleury, consejero del rey de Francia, escribió que “un hombre de estatus mediocre necesita muy poca historia; aquellos que desempeñan algún papel en los asuntos públicos necesitan mucha más y para un príncipe toda es poca”. El Profesorado Regio en Historia Moderna, instituido en Oxford en el año 1724 por el rey Jorge I , estaba restringido a la educación de jóvenes diplomáticos. El adjetivo “diplomático” se refería por entonces al estudio y análisis detallado de documentos; en este aspecto, un gran erudito francés, Jean Mabillon ( De re diplomatica , 1681), que se dedicó sobre todo a estudiar los primeros documentos de la Iglesia y a señalar sus errores, se adelantó en casi un siglo al estudio “científico” de la historia. Pero ya estaba en marcha algo más amplio (y más profundo). Durante el siglo XVIII , la historia empezó a brotar y a florecer como literatura, especialmente en Francia e Inglaterra, y hubo un gran incremento de la cantidad de personas que leían por placer. Voltaire se dio cuenta perfectamente; la historia es la forma de literatura que más lectores tiene en el mundo, escribió. De ahí que escribiera las biografías históricas de Carlos XII y de Luis XIV , por ejemplo. “La historia es la especie de escritura más popular”, dijo Gibbon, y a ella se dedicó. Hacia finales de ese siglo el doctor Johnson, en uno de sus comentarios a Boswell, se lamentaba de que no hubiera suficiente historia genuina.
Y tenía razón, en más de un sentido. Ahora la historia ya existía como una rama de la literatura de evasión. Pero recordemos que hace trescientos años no existían los cursos de historia. En las escuelas de bachillerato y en las universidades medievales, la historia no entraba en el temario. Nadie se licenciaba en historia. Puede que a la gente le interesara la historia cada vez más pero, por el momento, no había historiadores profesionales. Y entonces, hace unos doscientos treinta años, la cosa empezó a cambiar.