PIJAMA PARTY
Alfonso S. Palomares
Créditos
Edición en formato digital: junio de 2016
© Alfonso S. Palomares, 2016
© Ediciones B, S. A., 2016
Consell de Cent, 425-427
08009 Barcelona (España)
www.edicionesb.com
ISBN: 978-84-9069-460-2
Conversión a formato digital: www.elpoetaediciondigital.com
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Siempre a Ana Tutor en el recuerdo.
A Ana, Alfonso, Alejandro y Antonio
XXI
La noticia de que Aline Tyler estaba embarazada de tres meses aceleró el veneno de la rabia en el corazón de Aresi y la disimuló mirándome con una forzada sonrisa traviesa. El muy hipócrita ya llevaba tiempo traicionándome, tal vez años. Evitó que le entrara la tristeza de los celos, la rabia sí, porque la rabia contribuye a la expulsión del recuerdo. Estaba decidida a coger a Samuel Nafar, meterlo en el basurero de la memoria y quemarlo en un exorcismo para el que tenía que inventar una liturgia. Me lo contaba en la cafetería Timberly de Mayfair, vecina al edificio donde recibo clases de perfeccionamiento de conversación inglesa. Me había telefoneado a media mañana para decirme, necesito verte, y quedamos en Timberly. Tuvo que interrumpir la escritura de un artículo sobre el protocolo en el ejercicio del poder para acudir a la cita. Lo terminaría al volver a la redacción para entregarlo antes de las siete de la tarde y que entrara en el próximo número.
—¿Cuándo te enteraste?
—Pronto. Al poco de llegar, un compañero me lo enseñó en el Sun . Él aparece muy sonriente, feliz de dar la noticia, y ella ni te digo, como si acabara de engendrar el mundo. Está solo de tres meses, podían callárselo un tiempo, dejar que la cosa se asentase, pero al parecer tenían prisa por fastidiarme. Al principio, no le di importancia, me pareció un episodio más, incluso seguí escribiendo el artículo, rememoraba la majestuosa ceremonia de la coronación de Isabel II, la había seguido como periodista acreditada en la abadía de Westminster. Fue el esplendor absoluto, nunca he visto algo tan espectacular. Trataba de decir que con ese rito se subrayaba la trascendencia del poder que asumía aquella muchacha, para proyectarlo sobre sus súbditos. A medida que iba haciendo esta y otras consideraciones, se iba apoderando de mí la idea de que Samuel había engendrado un hijo en otra. Horrible. Sentí algo más profundo y doloroso que cuando me dejó.
Se echó a llorar. Nunca la había visto así, tan abatida, siempre parecía dominar la situación, manteniendo en todo momento un optimismo alegre. No saben cómo me dolían sus lágrimas. La besé en los ojos y sorbí sus lágrimas, eran saladas y amargas. Me quemaban los labios. Le cogí las manos y se las acaricié sin importarme que nos vieran, pero sin saber qué decirle. Se fue reponiendo poco a poco, volvió a sonreír, con una sonrisa forzada, pero sonreía.
—Perdona el espectáculo tan lamentable que te estoy dando. No volverá a ocurrir —dijo.
No saben lo guapa que estaba. La vi tan humana que me dieron ganas de abrazarla, de desnudarla, de hacerle el amor allí mismo, delante de todos. Se lo dije y contestó, no te atreves, no nos atrevemos. Nos tirarían a los tigres del zoo. Nos vengaremos al estar solos, te lo prometo. Empezaba a volver a ser ella misma. Me vino bien este desahogo, comentó, pero ¡qué espectáculo! El tío ese no se lo merece. A propósito de los ritos y lejos de la grandiosidad de la coronación de Isabel II me contó que los judíos tenían liturgias para todo, para levantarse, para vestirse, para saludar, para comer, para salir de viaje, para volver de viaje. Para todo, y no te digo para las ceremonias litúrgicas de la sinagoga.
—Tú, ¿las cumples?
—Ninguna. Sobre todo las referentes a las represiones del amor. En las relaciones sexuales todo son prohibiciones, la mujer es de naturaleza impura. Sin embargo, hay un rito curioso y espero que se cumpla en mi caso.
—¿Cuál?
—En la ceremonia de mi boda, conforme a la liturgia nupcial, Samuel rompió una copa diciendo: «Si me olvidara de ti, Jerusalén, que mi brazo diestro pierda su destreza.» La Jerusalén simbólica era yo y me olvidó, así que espero que se cumpla en él aquel deseo. Que su brazo diestro pierda su destreza.
Había vuelto a su tono normal, irónico y alegre. Se notaba. Los ojos parecían más grandes porque al limpiar las lágrimas se había llevado el rímel.
—¿Podrás terminar el artículo?
—Sí. Lo terminaré. No te preocupes. Ya estoy bien, tenía necesidad de que me vieses llorar y ya me viste.
Llegó cuando entraba la noche. Tenía los ojos y los labios alegres a pesar de que sus primeras palabras fueron para quejarse del frío que se había levantado de repente con el viento del norte. Vestía una blusa ligera y buscó un jersey en los cajones de Adriana, encontró uno verde que le quedaba bien, ni que se lo hubiera probado ella al comprarlo. A Adriana le debe de quedar ajustado porque es un poco más ancha que yo. Al oír que un viento del norte había traído frío, me di cuenta de que el apartamento estaba más fresco, sentí que hacía más fresco como si de pronto el fresco lo crearan las palabras de Aresi, hasta entonces no me había percatado. Me ocurre con frecuencia, no sé si a ustedes les pasa lo mismo, cuando oigo que hace calor o frío, lo siento con más intensidad. En la BBC estaban diciendo que solo duraría dos días, después volverían a subir las temperaturas.
—¿Terminaste el artículo?
—Sí. El redactor jefe me dijo que opinaba lo mismo que yo, que el poder necesitaba rodearse de una cierta liturgia, que el boato era el uniforme de la autoridad, especialmente en las religiones y en las casas reales, pero también en las escalas menores. Se puede escribir un libro interesante sobre esto. Ya tengo un tema para combatir el aburrimiento los días de lluvia. Podría titularlo: «Capas pluviales y mantos de armiño.» Quiero cenar fuera, algo exótico, iremos al restaurante indio que hay al lado. Tengo que decirte algo, muy distinto de lo que hablamos esta mañana.
Aresi sabía cómo tenerme en vilo. Yo nunca había estado en un restaurante indio. Miró despacio la carta y se decidió por el Momo de cordero , comeremos Momo de cordero , te gustará. Me explicó que era un plato de origen tibetano, se trata de una masa de harina de cebada cocida rellena de carne de cordero condimentada con cilantro. Ella lo quería un poco cargado de picante y yo dije que también lo quería un poco cargado de picante, aunque si les confieso la verdad, me daba lo mismo. Esperaba que me dijera lo que tenía que decirme y lo dijo inmediatamente, había comenzado el exorcismo para borrar a Samuel Nafar de su vida. Para siempre. Ya había dado el primer paso del ritual, se trata de un exorcismo sin liturgias escritas, ni protocolos precisos, tengo que inventarlos, ponerle imaginación, echarle fantasía a la medida de cada uno. Una cabeza sin fantasía es un cuerpo muerto. La improvisación es clave. Tienes que colaborar conmigo. Te necesito. No saben cómo le divertía decir estas cosas. No cabía duda de que estaba en la fiebre del ajuste de cuentas póstumas y ahora no lo disimulaba. Estaba desatada.
—Dijiste que habías dado el primer paso del ritual. ¿Puedo saber cuál fue?
—Uno muy importante. Definitivo. El artículo sobre los ritos lo he firmado con mi nombre, ya soy la que soy, Aresi Kebra. No Aresi Nafar. Nunca más Nafar. No sabes la cara que puso el redactor jefe cuando se lo dije, se resistía a que firmara así, pensó que se trataba de un impulso pasajero hasta que le convencí de que era una decisión innegociable. Tú verás, no sabes lo difícil que es hacerse un nombre, le respondí que sería más difícil hacerse una nueva vida y yo estaba en eso. Aceptó, pondría una nota al lado de la nueva firma explicando el cambio. Se lo prohibí. Tendrán que ir acostumbrándose a la firma de Aresi Kebra. Sin explicaciones de ningún género.
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