Anexo fotográfico
ANEXO FOTOGRÁFICO
Apéndice documental
APÉNDICE DOCUMENTAL
DOCUMENTO N.º 1
«Notas» del comandante Batet sobre el Ejército de África. AB, leg. 3, primer pliego, doc. 3. Veintitrés cuartillas escritas a mano. Sin fecha [1923].
Pídanse, cuando haya lugar y ocasión, las causas contra el Coronel Riquelme, contra el Comandante de Artillería Martínez Vives, el de igual empleo y arma Écija, la de la Oficialidad del Regimiento de San Fernando en la que están procesados el Comandante Serra y el Capitán Navarro, la del Comandante de Intendencia Sr. Gállego, la del Coronel Giménez Arroyo y cuantas se han tramitado por los Jueces Especiales y en todas ellas se verá cuán remisos han estado en Auditoría y Alta Comisaría en el despacho de los asuntos demorando la rápida tramitación de todas las causas en que era de importancia el presunto delito que se iba a juzgar: En la primera de ellas podrá observarse que, recobrada la jurisdicción por el Alto Comisario, una vez descubierto por el Juez el delito de fraude y procesado el Coronel, delega aquélla en el comandante General de Melilla para derogar el procesamiento y arrancarla de manos del Juez especial que saben no ha de prevaricar, nombrando otro Juez que se allane a cuanto quieran, que es precisamente no perseguir el delito; en la de Martínez Vives, véase cuantas trabas se pusieron al Juez tanto por Comandancia General como por Alta Comisaría para evitar el descubrimiento del delito y el procesamiento y prisión del citado Comandante; en la de Gállego, podrá estudiarse demora se dice sobre tan importante extremo y no ordena, como era su deber, la formación de causa en averiguación de la responsabilidad en que incurrió el Mando, siendo así que éste ha sido el único y principal culpable de que el desastre se produjera. Este decreto y cuantas trabas y cortapisas han puesto a los Jueces, obligarán a éstos, para acallar escrúpulos y remordimientos de conciencia, a formular dictámenes sin hacer resaltar hechos delictivos y no procesar a nadie en el curso de las actuaciones.
El General en Jefe (Burguete), en una de sus visitas a Melilla, tuvo que dictar dos órdenes generales: una sobre la forma de prestar el servicio de descubiertas, seguridad, convoyes, etc…, y otra sobre la estancia y permanencia en Melilla de los Jefes y Oficiales de las fuerzas llamadas pomposamente de choque y de los Cuerpos de plantilla en el Territorio (nada de los peninsulares que estaban siempre en sus puestos) que por sí solas califican a un Ejército y son una vergüenza para los que a ellas dieron lugar. Pues bien, a los pocos días la orden de estar en sus puestos era tímidamente incumplida. En cuanto Burguete estuvo en la Península y se rumoreaba su cese, lo fue descaradamente por todos los Jefes, [a] excepción de los Generales Echagüe y Ruiz Trillo y Coronel Ruiz del Portal: éstos están siempre en sus puestos.
El Comandante Franco del Tercio, tan traído y llevado por su valor, tiene poco de militar, no siente satisfacción de estar con sus soldados, pues se pasó cuatro meses en la plaza para curarse enfermedad voluntaria, que muy bien pudiera haberlo hecho en el campo, explotando vergonzosa y descaradamente una enfermedad que no le impedía estar todo el día en bares y círculos. Oficial como éste, que pide la laureada y no se la conceden, donde con tanta facilidad se han dado, porque sólo realizó el cumplimiento de su deber, militarmente ya está calificado.
Un oficial de Regulares, en plan chulesco y borracho, sale en defensa de la dueña de una cantina, en la posición de Drius, porque un soldado del Tercio se permitió decirla que era un robo el precio de una copa que tomó, y sin que mediara falta de respeto por parte del soldado, le atizó tan tremendo golpe en la cabeza con un hierro (creo era el cierre de la puerta o cancela) que falleció al poco rato. Se armó tremenda trifulca entre Regulares y Tercio, apaciguándose al fin. El General Castro Girona fue al siguiente día al campamento para informarse y proceder; no se hizo nada, ni se tomó determinación alguna a pesar de haber llegado el asunto a conocimiento del General en Jefe y del Fiscal Jurídico Militar, quien creyó no debía intervenir, no obstante haberse en público calificado el hecho de asesinato.
Días después, en una casa de lenocinio, se siente chulo y matón el oficial de Regulares Giménez Aguirre, con otro (creo de Ingenieros) de igual fuste y temple; se dan de bofetadas, de palos, se produce como consecuencia de ello un parte, se mata al nacer y no se sancionan hechos que tienen penalidad prevista en el Código Militar.
Algunos oficiales de Regulares y del Tercio, se sienten valientes a fuerza de morfina, cocaína o alcohol; se baten, sobre todo los primeros, en camelo: mucha teatralidad, mucho ponderar los hechos y mucho echarse para atrás y a la desbandada cuando encuentran verdadera resistencia. De la confianza que inspiran los Regulares y Fuerzas Indígenas, lo demuestra que cuando hay una posición de verdadero compromiso, la fían a batallones peninsulares, tan despiadadamente y con tanta injusticia tratados por Berenguer. Todos ellos, exceptuando muy pocos, cuya culpa cae de lleno sobre el Jefe, cumplieron y cumplen perfectamente y a satisfacción del mando sus deberes. ¿Qué culpa puede caberles si procuran desmoralizarlos, llegando a prohibir que la prensa se ocupara de su actuación brillante (hay una crónica de Corrochano en ABC que así lo afirma) empleándolos en servicios de poco lucimiento y donde el peligro era mayor? Compárese la actuación del Tte. Coronel Barrera, Jefe de La Corona, que enfermo grave no quiere dejar el mando de su Bón. e ingresa en el hospital para morir al siguiente día; la del Tte. Coronel Ordóñez, Jefe de Valencia, que herido en Tizza sale del hospital sin estar restablecido porque no consiente que mande su Bón. otro Tte. Coronel. Compárense estas conductas con la del teatral y payaso Millán, que tiembla cuando oye el silbido de las balas y rehuye su puesto (el coronel Serrano Oribe del 60 y el Gral. Berenguer Dn. Federico pueden dar fe de ello, si quieren estar bien con su honor y su conciencia) y explota de la manera más inicua una herida que en cualquier otro hubiera sido leve y por condescendencias de médicos llega a ser grave y le cuesta al Estado 9135’00 pts. (D. O. n.º 247, R. O. C. de 3 de Nobre. 1922). El Comte. Sánchez Recio puede hablar de esto, pues fue testigo presencial de escenas verdaderamente cómicas.
Los militares de verdad, los que sienten la profesión sin alharacas, sin teatralidad, cumpliendo sus deberes seriamente, amantes del sold., posponiendo su propio bien al de los demás, no buscando el aplauso pero sabiéndolo agradecer cuando es otorgado con justicia y prohibiéndolo, rehuyéndolo cuando es infundado porque no lo merece el sencillo cumplimiento del deber, hay que buscarlos en las tropas peninsulares. Entre los de Marruecos haríamos excepción del Coronel Serrano Orive, Tte. Coronel Carrasco y volverían a lo que antes eran, muchos, todos los que ostentan empleos por méritos en África, exceptuando Martínez Anido y Aguilera. Dabán es bueno, pero por el hecho porque fue ascendido, aun herido, él mismo lo repudia, pues Aguilera quiso formar sumaria al Gral. Ros, Jefe de su columna; López Ochoa quizás sea un buen militar… pero deja tanto que desear en su vida privada. Sanjurjo se bate, es valiente y nada más; disposición como organizador, ejercicio de sus deberes como militar, completamente nulos, y el mando sin dotes organizadoras, sin ser el 1.º en el sacrificio, no se ejerce con autoridad. (Recuérdese el día citado por Hernández Mir en «La Libertad» en que el soldado no tenía qué comer ni beber y él se daba un banquete con jamón, pollo y vino de marca).
¡¡Cavalcanti!! No entrando en el examen y crítica de las disposiciones que tomó, acumulación exagerada de fuerzas y desproporción de éstas con relación al objetivo, terreno y enemigo que había, el día de la operación para llevar un convoy a Tizza, por ser éste asunto que está pendiente de esclarecimiento por el Supremo, por haber opiniones encontradas entre los elementos militares, verdaderamente apasionadas tanto en pro como en contra, pero que nosotros tenemos el convencimiento de que un Tribunal compuesto por eminencias del arte militar alejado de todo prejuicio, incluso nos atreveríamos a pedir que lo formaran Grales. Extranjeros de fama mundial, lo reputaría un gran error que incapacitaría para el mando al que lo cometió, ya que sólo se apreciaría un acto de valor que, si salvó la situación por él mismo creada, no le exime de la ineptitud demostrada como general; dejando, repetimos, de lado tal hecho, nos fijaremos únicamente en uno que está al alcance de todos y para el cual basta sólo el sentido común: el brokaus [