Akal / Pensamiento crítico / 66
Kristin Ross
El surgimiento del espacio social
Rimbaud y la Comuna de París
Prefacio: Terry Eagleton
Traducción: Cristina Piña Aldao
La década de 1870 –el momento en que el meteoro Arthur Rimbaud, el poeta genial y precoz por antonomasia, cruza el firmamento de la literatura universal para trastornarlo para siempre– suele ser soslayada en el relato convencional de la historia de Europa, y, en particular, de Francia. Sin embargo, fue el momento de dos acontecimientos particularmente relevantes en lo espacial: la expansión colonial francesa y, en la primavera de 1871, la Comuna de París –la construcción del espacio urbano revolucionario–. Argumentando que el espacio, como un hecho social, es siempre político y estratégico, Kristin Ross ha escrito un libro que es a la vez una historia y un mapa de la imaginación política de la Comuna, desde su lenguaje y relaciones sociales hasta sus valores, estrategias y posturas adoptadas.
En el análisis que la autora despliega de la Comuna como un espacio social y de oposición, desempeña un papel fundamental la poesía de Rimbaud. Sus poemas –un hilo que recorre todo el libro– contribuyen grandemente a la reconstrucción que efectúa magistralmente Ross. Además de Rimbaud, Paul Lafargue y el geógrafo social Élisée Reclus brillan también como figuras emblemáticas que se desplazan dentro y en la periferia de la Comuna, y cuyas resistencias frente a una concepción estrecha, capitalista, del trabajo amenazaban el orden existente, como sucede con la poesía misma de Rimbaud.
«Kristin Ross ha rescatado a Arthur Rimbaud para una izquierda que lo necesita desesperadamente, y este libro, con su estilo lúcido y cordial, se mantendrá sin duda como una aportación importante y permanente a la historia socialista de la cultura moderna.» Terry Eagleton
Kristin Ross, profesora de literatura comparada en la Universidad de Nueva York y especialista en literatura y cultura francesa de los siglos XIX y XX, es autora, entre otros libros, de Fast Cars, Clean Bodies: Decolonization and the Reordering of French Culture (1995), galardonado con el Critic’s Choice Award y el Lawrence Wylie Award, y de Mayo del 68 y sus vidas posteriores (2008). En esta misma colección ha publicado Lujo comunal. El imaginario político de la Comuna de París (2016).
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
«Arthur Rimbaud, junio de 1872», dibujo de Paul Verlaine
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Título original
The Emergence of Social Space. Rimbaud and the Paris Commune
© Verso, 2008
© University of Minnesota Press, 1988
© Ediciones Akal, S. A., 2018
para lengua española
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
www.akal.com
ISBN: 978-84-460-4578-6
Prefacio
Terry Eagleton
La revolución socialista parecería exigir lo imposible no sólo del sistema de poder al que se enfrenta sino también de aquellos que la efectúan. Ejecutar cualquier transformación social profunda exige una resolución de propósito muy superior a nuestra habitualmente tenue y esporádica percepción de nosotros mismos como agentes humanos efectivos. Las virtudes revolucionarias son las de la eficiencia y la sobriedad, la capacidad organizativa y una disposición para el sacrificio personal. Cualquiera que haya calibrado de manera realista el poder del Estado burgués y considere posible mermar dicho poder sin una enorme autodisciplina y sin una completa determinación por parte de sus antagonistas revela una inclinación envidiablemente optimista.
Pero esas virtudes revolucionarias son, por supuesto, parte del problema en igual medida que de la solución. Porque no es difícil ver cómo reflejan el sistema mismo que supuestamente deben subvertir. Resolución, eficiencia, sobriedad, sacrificio personal: si aprendemos estos valores, los aprendemos en general de aquellos cuyos bolsillos ayudan a llenar. Si este es el caso, podemos fijarnos en una retórica revolucionaria completamente distinta y no hablar del agente político resuelto e integrado sino del desaliñado y descentrado. Las revoluciones suponen sacudir identidades además de construirlas, generar fantasía y desorden además de constituciones políticas. Si no lo hacen, probablemente sabemos lo suficiente, históricamente hablando, para predecir con cierta seguridad que fracasarán, al menos en todos los aspectos más fundamentales. El 18 Brumario de Luis Bonaparte encuentra algo inherentemente teatral y melodramático en las grandes revoluciones burguesas, trazadas como lo están por el juego de la fantasía, la retórica y la ficción, el enmascaramiento, la pose y el desenmascaramiento, una escenificación de época y una grandiosa inflación del significante que ya es siempre simbólico, y muy fácil de traducir al lenguaje poético. El 18 Brumario de Luis Bonaparte, podría decirse, es el principal texto semiótico de Marx, relacionado con el agrietamiento de significantes y significados, la parodia y el travestismo político, la fusión de fantasía y realidad en el crisol del intenso cambio social. Las revoluciones sueltan las riendas del inconsciente de modos que ningún programa revolucionario podría esperar o prever, liberando una carga libidinal cuya relación con determinados objetivos sociales siempre será ambigua e incómoda. Mientras los cuadros se preocupan por los suministros de alimentos, la población les dispara a los relojes.
No siempre, por supuesto. Las revoluciones, por definición, no las hacen los cuadros, sino las masas y, para que esto se produzca, hacen falta, por su parte, esas virtudes austeras que se mantienen en relación profundamente ambigua con las dimensiones estéticas, somáticas y autoplacenteras de la insurrección revolucionaria. No ha habido aún, en mi opinión, ningún modelo político adecuado para articular estos dos momentos vitales de modo convincente. Nadie está muy enamorado hoy día de la noción de sujeto de clase puro, total y afirmativo en su identidad unitaria, que meramente tiene que materializarse en la práctica histórica para llegar a ser él mismo. Dichos sujetos no son, por lo general, más que una versión aceptablemente colectivizada de nuestro viejo amigo el sujeto humanista burgués, que tiene una historia suficientemente pertinaz como para no ceder terreno dejándose simplemente, por así decirlo, arrastrar a la propiedad pública. El sujeto de clase idealizado siempre parecería saber ya exactamente lo que necesitaba, estar intuitivamente presente para sí mismo en sus exigencias y deseos; el problema político se reduce entonces a la cuestión de la objetivación de sí mismo, como si dicha objetivación no fuese condición para el descubrimiento de sí mismo en igual medida que consecuencia de dicho descubrimiento. Este sujeto bien delimitado, esencializado y autotransparente se considera, por lo común, el candidato revolucionario preferido por el marxismo, aunque tal vez fuese más preciso hablar de él como el candidato preferido en cierta fase inicial de la obra de Georg Lukács. La tradición marxista-leninista, quizá hoy día el linaje socialista más ignorantemente falseado entre los denominados radicales, nunca llegó a ese punto de cómoda simpleza. En la teoría política marxista se ha tratado de bloques, alianzas, fracciones de clase, solidaridades entre clases; ¿qué otra cosa fue el concepto de hegemonía, generalizado en la Segunda Internacional pero conocido por muchos sólo a través de los escritos de Antonio Gramsci, sino un intento de meditar sobre la complejidad y la contradictoriedad apabullantes de un proceso revolucionario que nunca podría convertirse en un único agente aislado? En cuanto al leninismo, podría haber sido un poco imprudente por parte de los líderes bolcheviques imaginar una pura esencia proletaria que avanzase por sí sola, en una sociedad en la que el proletariado no sólo era una pequeña minoría abandonada en medio de un océano de campesinos potencialmente revolucionarios, sino también en la que había una extendida desafección entre secciones de la intelectualidad y de la pequeña burguesía.
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