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Javier Sábada - Porque soy libertario

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    Porque soy libertario
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    2019
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    2019
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Porque soy libertario: resumen, descripción y anotación

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El filósofo Javier Sádaba nos ofrece en este breve volumen una serie de reflexiones personales, claras, agudas, atravesadas de humor e incorrecció sobre los códigos intelectuales, éticos y políticos del pensamiento libertario y anarquista, para esbozar entre líneas su propuesta de socialismo libertario. Todo ello sin dejar de arrojar una mirada crítica a conceptos y realidades tan escurridizas y problemáticas, a fin de exponer sus dudas y tensiones, como las que conciernen a la libertad, la autodeterminació y el poder; a las formas de dominació, soberanía, obediencia y sumisió; a Dios, el Estado o la Nació; al papel del humor, el amor y la amistad, o a los dilemas y escollos en el terreno de la bioética y la inteligencia artificial.

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Luz

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Capítulo 8 Pensamiento libertario amor y humor El amor da tanta luz que - photo 1


Capítulo 8
Pensamiento libertario, amor y humor

El amor da tanta luz que ciega. Ciega los sentidos y ciega la inteligencia. De modo muy especial le sucede al amor de amores, de novios, ya que quien es poseído por él ni come ni duerme, incluso está dispuesto a quitarse la vida si lo pierde. Existen otros tipos de amor, algunos tan reposados como el amor a la humanidad. Nos centraremos, sin embargo, en el amor-pasión, en el primero que viene a la mente cuando se escucha la divina palabra. Desde un punto de vista orgánico, se ponen en movimiento una serie sustancias bioquímicas y procesos que condicionan el estado del enamorado; del, como suele decirse más con cariño que con crítica, locamente enamorado. Son las feromonas, estímulos volátiles o no; las endorfinas, opiáceos que genera el propio cuerpo y que reciben el nombre de las hormonas del placer; o neurotransmisores como la dopamina, la serotonina o la oxitocina. Por no hablar de todo el sistema límbico, sede, como se dice, de las emociones. Porque el enamorado es un ser emocionado. De ahí que poco le importe el sustrato de su situación físico-química. El amor lo vive, el amor es una vivencia, un estado de alerta que ve el mundo desde la ventana de la felicidad.

El amor trae con frecuencia el sexo y el sexo también con frecuencia la reproducción. Pero es el placer del cuerpo entero lo que caracteriza al que está enamorado o enamorada. Es raro que una persona adulta y que se conduzca con normalidad no se haya enamorado nunca. Y es un hecho antropológico que no todas las culturas, ni dentro de una misma cultura, lo viven igual. El amor de un maorí o el de quien subsiste en un suburbio o del que abunda en bienes poseen características distintas. Como es distinto el amor en pareja, el heterosexual, el homosexual, el que se ejercita en grupo o como Dios le dé a entender. Dios suele darle a entender, por cierto, que sea entre hombre y mujer, para toda la vida y sin saltos de cama. Pero la historia de la sexualidad es larga y variada. Los grecorromanos debían ser muy austeros en su bisexualidad mientras que un romántico la ponía a la altura de la muerte. Un monje de la primitiva Iglesia la reprimiría hasta anularla, aunque uno de ellos se llamaba san Pajón. De nuestros antepasados poco se puede decir porque estas acciones pocos fósiles dejan. Y una distinción importante que introdujo Havelock Elis entre sexo y sexualidad, diferencia el puro acto de fusión con todo el recorrido que va desde el encuentro, pasa por el cenit del afecto y acaba en la cama, en el sofá o, si no hay más remedio, en el suelo. Quien solo se centra en el sexo se pierde todo el encanto del juego erótico. Pero que cada uno se las apañe como entienda.

Pero toda luz tiene su sombra. Y al amor le acecha sin descanso el desamor. El enamorado nunca está seguro. Como en un trapecio, puede caer en cualquier momento y romperse las costillas. O sencillamente morir. Hay amores realmente trágicos que los ha inmortalizado la literatura. Mini Tirabuzone interpretada por la espléndida Mónica Viti nos desgarra cuando Giani Morandi acaba loco hablando solo y completamente desorientado. Ha perdido a su amor. Un ejemplo de la unión entre el amor y la muerte y que se ha convertido en referencia universal es el del Werther con sus cartas a Klara. La obra la escribió en pocos días un joven Goethe y ahí quedó plasmado el dolor de la pérdida del otro o la otra, que da forma total al placer del amor. Otro tanto le ocurrió al pintor Klimt y a su amante, aunque una de las historias más estremecedoras y desconocidas es la de Lafargue y la hija de Marx. Prometieron quitarse la vida antes de que su amor se marchitara. Y así lo hicieron. Y es que las flechas de Cupido, que el talento de Sócrates cambió de sentido, pasando de veneno a bálsamo, no pueden mantener durante mucho tiempo la intensidad del primer momento. La flecha hiere, pero la herida va cicatrizando. Es ese el drama de la pareja, sea esta del tipo que sea. Pasado cierto tiempo, y que no es mucho, se va hundiendo en la rutina y perdiendo el calor del origen, el fuego del inicio. Si se preguntara si el amor es un bien, casi todo el mundo respondería afirmativamente. Si la pregunta, por otro lado, es sin los bienes del amor superan a los males del desamor, la respuesta no es tan fácil. No hay balanza para medirlo. Sucede algo semejante a si hay más bienes que males en la tierra que habitamos. O se personaliza o se responde arbitrariamente o es el silencio la respuesta. Tal vez sería certero afirmar que existen momentos esplendorosos, únicos de amor, pero que si se toman todos los momentos entonces el rostro del amor se arruga y, por lo menos, deja la pregunta en tablas.

Las relaciones entre ética y amor son complicadas, especialmente para un libertario. Escribía el filósofo P. Singer que la ética tiene que ver con la felicidad, la justicia, el reparto de los recursos y cuestiones similares. El sexo no entraba en esas preocupaciones. Se lo dejaba a los obispos. Pienso que comete dos errores. El primero es no limitar bien el sexo libre de cualquier imposición. Porque en este caso no se están conculcando unas costumbres, sino unos principios que, bien es verdad, atañen a todo comportamiento. Conviene recordarlo. Eso supuesto, el libertario usará el sexo y la sexualidad como le dé la gana, siempre que no haga daño real (y no solamente simbólico o no querido) a nadie. Si Juana sufre porque Antonio no la quiere, la pobre Juana tendrá que conformarse y Antonio no tendrá que sacrificarse. En la historia del anarquismo se ha tendido a proponer y ejecutar el sexo abierto, libérrimo. Quizás, en una sociedad ideal a la que no se sabe bien si llegaremos algún día porque el puritanismo y el borreguismo seudoprogresista imponen hoy sus deslavazadas leyes, sexo y sexualidad sin correas sean las más adecuadas. Y darían fuertes arañazos al Estado. No se olvide que la revolución comienza por la re volución de las cos­­tumbres. Alguien dirá que así nos parecemos a los bo­­nobos. Qué le vamos a hacer. O que se parezcan ellos a nosotros.

A pesar de lo dicho, me gustaría añadir algo que ya escribí, y permítaseme la pedantería de la autocita, en Ética erótica , en donde decía que la ética no solo ha de hablar de deberes. Más que la ética, la moral de las costumbres podría aconsejar. El consejo no es un mandato. Es una especie de recuerdo de lo que ha sido satisfactorio, de apelación al sano sentido común y a una no menos sana cordura. En este sentido sería aconsejable, ya lo propuso Aristóteles, cierto equilibrio. Ni una monogamia en términos teóricos aparentemente superior, aunque en la vida práctica rozando lo imposible, ni un hedonismo desbocado. Hay zonas grises que son bellas, lugares en donde se conjuga autonomía y perdón, personas que nos van a atraer durante toda la vida por mucho que la imaginación vuele con su poderoso movimiento. Ahí puede situarse a gusto el libertario. Pero si prefiere ser más coherente y dedicarse al hedonismo sexual, sin por eso tener que imitar a don Juan o a Casa­­no­ ­v a, es cosa suya. Solo habría que recordarle que una seducción que no engañe, una sensualidad que abarque el cuerpo entero y un amor que en vez de atar libere son verdaderas promesas de felicidad. Cómo llevarlo a cabo lo sabrá cada uno. Ahí no hay GPS.

Amor y humor riman. Y tienen sus contrarios. Si al amor se opone el desamor, al humor le hace frente el aburrido, el pelma, el pesado, el que no suelta una sonrisa ni aunque uses un sacacorchos, el que arruina una cena, el que no dice palabra, el que parece que ha nacido para hacer este mundo menos llevadero. Afortuna­­damente, la evolución, que lo ha colocado junto a la inteligencia, lo ha mimado y considerado fundamental para sobrevivir. Un mundo sin humor sería un mundo en tinieblas, peor que sin música, que es a lo que más temía Nietzsche. La palabra humor viene de muy lejos, tan lejos que se remonta al mito de la división del mundo en cuatro partes. Después pasará a la medicina y a la composición del cuerpo, y de ahí a la división de los diversos caracteres de los humanos. El humor, lo sabemos hoy, relaja los mú sculos, nace de lo más profundo de nuestro ser, se enrosca con los deseos y hace que la vida sea mucho menos infeliz. El humor se expresa de muchas formas y se le ha estudiado con profusión. La ironía, la comedia, lo satírico no solo son formas de expresarse que dan salida a los estados de ánimo, sino que son punzadas contra el Poder. Se ha dicho, con razón, que el Poder no tolera ni la indiferencia ni la risa. La risa es una de las manifestaciones más claras del humor. Desde la leve sonrisa hasta la descarada carcajada. Una sonrisa real —las falsas son fáciles de detectar porque el sistema límbico está paralizado— puede enamorar, hacer gozar de la dulzura de un niño y hasta, como decía un clásico, parar una guerra. La carcajada, cuando es espontánea, nos contagia y crea un verdadero coro. Lo que el canto es al amor, la risa sincera es al humor. Una persona o una comunidad que no ría está a punto de morir. Es lo que sucede en nuestros días. La risa, además, es crítica y autocrítica. Un libertario ha de reírse de todos, empezando por uno mismo. Ese es su ámbito, su contexto, su forma de existir.

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