Hamilton, Mariano
Duelos / Mariano Hamilton. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Planeta, 2019.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-49-6603-6
1. Historia Argentina. I. Título.
CDD 982
© 2019, Mariano Hamilton
Diseño de cubierta: Departamento de Arte de Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
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© 2019, Grupo Editorial Planeta S.A.I.C.
Publicado bajo el sello Planeta ®
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Primera edición en formato digital: marzo de 2019
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ISBN edición digital (ePub): 978-950-49-6603-6
Para los que nunca dejan
de acompañar, de querer:
Ceci, Nicky, Luli, Fran, Fidel
y los amigos del whisky de los martes.
Los duelos que podrían haber cambiado la Historia
Para la investigación de este libro me topé con gran cantidad de material. Mucha bibliografía y actas de duelo pero también algunas fotografías de época, de esas que obligan a detenerse en los detalles y que dejan pensando al que las observa.
La foto que más me impactó fue una en la que se los ve al senador Lisandro de la Torre y al ministro de Hacienda, Federico Pinedo, sentados en el asiento de atrás de un auto, el 25 de septiembre de 1935, supuestamente poco antes de batirse a duelo en El Palomar.
De la Torre, con su rala barba canosa y con un pañuelo blanco en el cuello, mira al frente. Pinedo observa la lente de la cámara. Los dos están con sombrero y sobretodo; y con el gesto adusto.
Por la luneta trasera se divisa una silueta masculina, por lo que intuyo que el auto estaba detenido y que ambos, que habían llegado al lugar en diferentes vehículos, se sentaron allí para esperar que los padrinos y el director del duelo resolvieran los últimos detalles.
La foto está sacada desde el exterior, porque se alcanza a ver la ventanilla baja del auto. Mi amigo Fabián Mauri, todo un experto en el análisis fotográfico, no dudó cuando lo consulté: «La luz que se refleja en el rostro de Pinedo deja muy claro que no se utilizó flash, algo muy extraño para la época. La foto está hecha con placa de vidrio y con el diafragma muy abierto. La sacaron por la mañana, presumo que antes de las 8 y apostaría a que es en un lugar descampado. La luz entrega muchas pistas. También se puede entender qué les pasa a ambos, por la actitud corporal. Pinedo está de acuerdo con ser retratado porque mira a cámara. A De la Torre se lo ve incómodo, desaprobando la situación porque, además, en el momento de la toma, mueve la cabeza hacia el frente. Por eso está un tanto fuera de foco».
Más allá de la calidad técnica de la imagen, lo que más me atrajo fue, a partir de esta escena, imaginar lo que podría haber pasado ante los diferentes resultados de la contienda. ¿Qué hubiera ocurrido si Pinedo mataba a De la Torre en el duelo? No sólo con su figura sino también con el resto de sus descendientes. ¿Qué país hubiéramos tenido si, justamente un día después del asesinato del senador Bordabehere durante el debate por el pacto Roca-Runciman (), hubiera caído muerto De la Torre? ¿Y si hubiera sido al revés? ¿Si el que resultaba cadáver era Pinedo?
Hay que considerar que a De la Torre se lo consideraba el fiscal de la Nación por su investigación sobre la exportación de carnes. Pinedo, en cambio, era la cara visible del gobierno fraudulento de Agustín P. Justo que estaba regalando (¿regalando?) los bienes del país a una potencia extranjera. La muerte de uno u otro durante un lance caballeresco hubiera inclinado la balanza hacia lugares imposibles de imaginar.
Otras digresiones surgieron al ver a De la Torre. ¿Qué hubiera sucedido si el bueno de Lisandro mataba a Hipólito Yrigoyen en el duelo con sable que protagonizaron en 1897? ¿De la Torre hubiera abandonado el radicalismo para fundar en 1914 el Partido Demócrata Progresista? ¿En qué se habría convertido la Unión Cívica Radical sin un presidente populista como Yrigoyen? ¿Qué hubiera sido de la Argentina? Pensemos nomás que en 1916, por primera vez en la historia de este país, asumía la conducción un gobierno popular encarnado en aquella revolucionaria Unión Cívica Radical.
Un amigo que está en contra de todos los populismos, en cualquiera de sus formas, me comentó que si De la Torre hubiera matado a Yrigoyen 19 años antes de alcanzar la presidencia, hoy seríamos un país mejor, más cercano a Australia que al Tercer Mundo. No estoy de acuerdo. Si algo hicieron los movimientos nacionales y populares —populistas, si se quiere— fue mejorar la vida de los habitantes de esta bendita Nación. No quiero ni ponerme a suponer qué país seríamos si los conservadores y liberales se hubieran perpetuado en el poder.
Hay otro hecho desconocido que podría haber cambiado el rumbo de la historia argentina. Poco tiempo después del golpe que derrocó a Juan Domingo Perón el 16 de septiembre de 1955, sucedieron hechos que marcaron a fuego nuestro presente. Aquel golpe no fue uno más, no fue otro de la saga que venía asolando al país desde hacía 25 años. No. El gobierno encabezado por los generales Eduardo Lonardi y Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Francisco Rojas acometió contra el peronismo y contra cualquier cosa que se pudiera considerar su legado, tanto en lo cultural como en lo económico.
Ni bien Aramburu desplazó a Lonardi de la presidencia de la Nación —estuvo en el poder apenas 51 días en ese fatídico año 55—, tomó medidas drásticas para borrar el pasado reciente: derogó la nacionalización de los depósitos bancarios, de
sarticuló el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI) —centralizaba el comercio exterior y redirigía los excedentes hacia diferentes sectores de la producción—, anuló los precios máximos, eliminó las restricciones para los giros de dólares al exterior —lo que multiplicó la fuga de capitales, uno de los males endémicos de la economía argentina— y devaluó la moneda ante la algarabía de los sectores agroexportadores que, nuevamente, se encontraron con un país a medida: cambio favorable, altas rentas para exportar y disponibilidad para enviar las ganancias al exterior.
Para cerrar el círculo, Aramburu llevó adelante un agresivo plan para pedir préstamos al exterior que destrozó el objetivo de Perón de dejar al país con un «endeudamiento cero». Uno de los paladines de la derecha, el economista Eustaquio Méndez Delfino, defendía allá por 1956 las acciones de Aramburu con estos argumentos: «El peronismo llevaba adelante una política tendiente a la engañosa conquista de la sensibilidad popular para crear un clima hostil a la contratación de empréstitos exteriores, asegurando que comprometían la soberanía nacional».
En pocas semanas, entonces, el combo ya era completo: precios liberados al antojo del mercado y de los empresarios, giros de divisas al exterior, libertad a los bancos para manejar los créditos, libre importación y exportación, devaluación y endeudamiento galopante. Pero como todo ajuste no se acaba en las variables económicas, también se estableció el fin de las paritarias y un techo para los aumentos salariales. O sea que bastante tiempo antes de la llegada de McDonald’s al país, el mercado se encontraba con una cajita feliz con juguetito y todo.