El presente título no trata de libros que no se editaron o que hayan sido olvidados por el público. Tampoco de libros que se proyectaron y que nunca se llevaran a cabo. Ocho libros perdidos. Ocho enigmas de la literatura magistralmente relatados por el novelista, editor y ensayista italiano Giorgio Van Straten, actual presidente del Instituto Italiano de Cultura de Nueva York.
Estos ocho libros existieron y fueron leídos por unos pocos privilegiados, pero se destruyeron o desaparecieron y ya nunca más se supo de ellos. Nunca más se podrán leer. El último libro de Romano Bilenchi, las memorias de Lord Byron, la gran obra maestra desconocida de Gógol, joyas literarias perdidas de Bruno Schulz, Malcom Lowry, Sylvia Plath y Ernest Hemingway o el manuscrito perdido con la maleta de Walter Benjamin.
Un libro que nos recuerda la fragilidad del arte y la necesidad de preservarlo, y que nos descubre una nueva manera de explicar la historia de la literatura del siglo XX.
«Los libros perdidos son aquellos que existieron y ya no existen.
No son los libros olvidados que, como sucede a la mayoría de los hombres, desaparecen poco a poco del recuerdo de quien los ha leído, se evaporan de las historias de la literatura, se desvanecen a la vez que la vida de sus autores. […]
Y tampoco son los que nunca nacieron; fueron pensados, ansiados y soñados, pero las circunstancias impidieron escribirlos. […]
Yo entiendo por libros perdidos aquellos que el autor escribió, aunque en alguna ocasión no llegó a terminarlos; son libros que alguien vio, tal vez incluso leyó, y que luego fueron destruidos y nunca más se supo de ellos».
Giorgio Van Straten (del Prólogo).
Giorgio Van Straten
Historia de los libros perdidos
ePub r1.0
Titivillus 01.09.2017
Título original: Storie di Libri perduti
Giorgio Van Straten, 2016
Traducción: Maria Pons
Retoque de cubierta: Titivillus
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
GIORGIO VAN STRATEN (Florencia, Italia, 6 de julio de 1955). Escritor, editor, ensayista y traductor italiano. Su libro La memoria de mi nombre (2000) ganó el año de su publicación cuatro premios literarios, entre ellos el prestigioso Viareggio, así como el Zerilli-Marimò de narrativa italiana.
Entre sus trabajos se encuentran traducciones del inglés al italiano de clásicos de la literatura como El jardín secreto de France Hodgson Burnett (1992), La llamada de lo salvaje de Jack London (1994), El libro de la selva de Rudyard Kipling (1995) y El pabellón de las dunas de Robert Louis Stevenson (1997).
A lo largo de su carrera ha sido presidente de la Orquesta Regional de la Toscana (desde 1985 y hasta 2003) y de la Asociación General Italiana del Espectáculo (AGIS, desde 1998 y hasta 2002), miembro del consejo director de la Biennale di Venezia (entre 1997 y 2002) y de la Radio Televisión Italiana (entre 2009 y 2012), así como director general del festival de ópera Maggio Musicale Fiorentino (desde 2005 y hasta 2008) y del Palacio de Exposiciones de Roma (de 2005 a 2008).
En la actualidad es uno de los directores de la revista literaria Nuovi Argomenti y dirige el Instituto Italiano di Cultura de Nueva York.
Notas
[1] Traducción de Gabriel Ferrater.
[2] Traducción de Jimena García.
[3] Traducción de Elzbieta Bortkiewicz.
[4] Traducción de Ramón Buenaventura.
[5] Traducción de Ramón Buenaventura.
[6] Traducción de Montserrat Abelló y Mireia Bofill.
[7] Traducción de Luis Antonio de Villena.
[8] Traducción de Teresa Shaw.
INTRODUCCIÓN
EL RIESGO DE UNA IMPOSIBILIDAD
LONDRES 1824
LAS «MEMORIAS» ESCANDALOSAS
George Gordon Noel Byron (1788-1824)
Este es mi viaje tras las huellas de ocho libros perdidos, libros míticos como las minas en la fiebre del oro: todos los buscadores están seguros de que existen y de que serán ellos quienes las encuentren, pero en realidad nadie tiene pruebas fiables de su existencia ni caminos seguros para llegar a ellas. En mi caso, las señales también son débiles y las esperanzas de encontrar esas páginas, escasas. Pese a todo, el viaje vale la pena.
Los libros perdidos son aquellos que existieron y ya no existen.
No son los libros olvidados que, como sucede a la mayoría de los hombres, desaparecen poco a poco del recuerdo de quien los ha leído, se evaporan de las historias de la literatura, se desvanecen a la vez que la vida de sus autores. Esos libros es posible encontrarlos en algún fondo de biblioteca, y un editor curioso podría reimprimirlos. Puede que nadie sepa nada de ellos, pero todavía existen.
Y tampoco son los que nunca nacieron; fueron pensados, ansiados y soñados, pero las circunstancias impidieron escribirlos. También en este caso nos hallamos ante una carencia, ante un vacío que ya no se puede llenar. Pero esos libros nunca existieron.
Yo entiendo por libros perdidos aquellos que el autor escribió, aunque en alguna ocasión no llegó a terminarlos; son libros que alguien vio, tal vez incluso leyó, y que luego fueron destruidos y nunca más se supo de ellos.
Los motivos que causan la pérdida son muy diversos. Puede que estos textos hayan sido víctimas del hacha de la insatisfacción del autor, de su búsqueda de una perfección imposible de alcanzar. Cabe afirmar que, si no satisfacían a quien los había escrito, tal vez menos iban a satisfacemos a nosotros, y que si la insatisfacción prendiera en algunos escritores contemporáneos todos saldríamos ganando. Aunque también leemos las obras que un valiente sustrajo a la voluntad destructiva del autor, como en el famosísimo caso de Kafka, y somos conscientes de la suerte que supone que no se respetara esta voluntad.
O bien fueron las circunstancias ambientales e históricas las que crearon el vacío; la Segunda Guerra Mundial, sobre todo, porque fue una guerra que se extendió por todas partes sin distinguir entre la línea del frente y las retaguardias, entre militares y civiles. Y los intentos de poner a buen recaudo lo que había sido escrito no siempre tuvieron éxito.
Otras veces intervino la censura, incluso la autocensura, porque los libros parecían escandalosos, peligrosos, y no solo en sentido figurado, si tenemos en cuenta que en el siglo XIX, e incluso en el XX, en algunos países europeos la homosexualidad todavía era un delito.
Se dio incluso la circunstancia de que un descuido o una negligencia provocaran un incendio, o un robo (aunque de escasa utilidad para el ladrón: ¿qué podía hacer con todo aquel papel?), destruyendo así años de trabajo y obligando al autor a empezar de nuevo, si es que se vio con ánimos de hacerlo.
Y luego está la voluntad de los herederos, en especial de los viudos y de las viudas, y su deseo de protegerse a sí mismos y a sus familiares —la reputación del marido o de la mujer— de la deficiencia de sus obras, o bien proteger la vida de personas que aparecían en aquellas obras y eran reconocibles.