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Erich Fromm - Anatomía de la destructividad humana

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Erich Fromm Anatomía de la destructividad humana
  • Libro:
    Anatomía de la destructividad humana
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1972
  • Índice:
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Anatomía de la destructividad humana: resumen, descripción y anotación

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1. LA EVOLUCIÓN DEL CONCEPTO FREUDIANO DE AGRESIVIDAD Y DESTRUCTIVIDAD

Quizá sea lo más notable del estudio que hizo Freud de la agresión el que hasta 1920 apenas prestara atención a la agresividad y la destructividad humanas. El mismo expresa su asombro ante este hecho muchos años después en El malestar en la cultura (1930): «Pero ya no logro entender cómo pude olvidar la ubicuidad de la agresividad y destructividad no erótica y cómo pude haber dejado de concederle el lugar debido en nuestra interpretación de la vida». (S. Freud, 1930).

A fin de entender este peculiar punto ciego será conveniente que nos pongamos en el ambiente de la clase media europea antes de la primera guerra mundial. No había habido guerras de importancia desde 1871. La burguesía iba progresando constantemente, tanto en lo político como en lo social, y el señalado antagonismo entre las clases se iba reduciendo, debido a la continua mejoría en la situación de la clase obrera. El mundo parecía pacífico y cada vez más civilizado, sobre todo si no se prestaba mucha atención a la parte mayor del género humano, que vivía en Asia, África y América meridional en condiciones de pobreza y degradación absolutas. La destructividad humana parecía ser un factor que había desempeñado su papel en el siglo de las tinieblas y en muchos siglos anteriores, pero ahora la habían remplazado la razón y la buena voluntad. Los problemas psicológicos que se estaban desentrañando eran los que planteaba el código moral, demasiado estricto, de la clase media, y Freud estaba tan impresionado ante la prueba de los dañinos resultados que producía la represión sexual que sencillamente no concedió importancia al problema de la agresividad, hasta que ya no pudo seguir ignorándolo en vista de la primera guerra mundial. Esta guerra es la línea divisoria en la formación de la teoría freudiana de la agresividad.

En Una teoría sexual (1905), Freud consideraba la agresividad uno de los «instintos componentes» del instinto sexual. Y decía: «El sadismo correspondería así a un componente agresivo del instinto sexual independizado y exagerado y, por desplazamiento, usurpador de la posición principal». (S. Freud, 1905).

Pero, como suele suceder con Freud, muy en contraste con la línea principal de su teoría tenía un pensamiento que estuvo latente hasta mucho después. En la sección 4 de Una teoría sexual escribe: «Puede suponerse que los impulsos de la crueldad nacen de fuentes de hecho independientes de la sexualidad, pero unidas a ella en una fase primitiva». (S. Freud, 1905. Subrayado mío).

Mas a pesar de esta observación, cuatro años después declaraba Freud muy explícitamente en la historia del pequeño Hans (Análisis de la fobia de un niño de cinco años): «No puedo resolverme a suponer la existencia de un instinto especial de la agresión junto con los instintos familiares de la conservación del individuo y del sexo, y en plan de igualdad con ellos». (S. Freud, 1909). Puede reconocerse en este modo de formular cierta vacilación: «No puedo resolverme a suponer» no es tan fuerte como lo sería una negación pura y simple, y el otro añadido de «en plan de igualdad» parece dejar la posibilidad de que hubiera una agresividad independiente si no fuera en plan de igualdad.

En Los instintos y sus destinos (1915) continuaba Freud ambos pensamientos: el de la destructividad, componente del instinto sexual y el de la fuerza independiente de la sexualidad.

Las etapas preliminares del amor aparecen como fines sexuales provisionales mientras los instintos sexuales siguen su complicado desarrollo. Reconocemos como el primero de esos fines la fase de incorporación o devoración, tipo de amor que concuerda con la abolición de la existencia aparte del objeto y que por eso puede calificarse de ambivalente. En la etapa superior de la organización pregenital sadicoanal, el ansia del objeto aparece en forma de afán de dominar, sin importar el menoscabo o el aniquilamiento del objeto. El amor en esta forma y en esta fase preliminar apenas se distingue del odio en su actitud hacia el objeto. Sólo cuando está hecha ya la organización genital resulta el amor lo contrario del odio. (S. Freud, 1915).

Pero en el mismo trabajo adopta también Freud la otra posición ya expuesta en Una teoría sexual —si bien la alteró en 1915—, a saber, la de una agresividad independiente del instinto sexual. Esta hipótesis alternativa supone que los instintos del ego son el origen de la agresividad. Dice Freud:

La relación de odio con los objetos es más antigua que la de amor. Procede del repudio primordial narcisista por parte del ego del mundo externo con su efusión de estímulos. En su calidad de manifestación de la reacción de disgusto provocada por los objetos queda siempre una relación íntima con los instintos conservadores del individuo; de modo que los instintos sexuales y del ego pueden fácilmente formar una antítesis en que se repite la de amor y odio. Cuando los instintos del ego dominan la función sexual, como es el caso en la etapa de la organización sadicoanal, comunican también las cualidades de odio al objetivo instintual. (S. Freud, 1915. Subrayado mío).

Aquí supone Freud que el odio es más antiguo que el amor y que radica en los instintos del ego o instintos de conservación del individuo, que repudian ante todo la «corriente de estímulos» que dimana del mundo que nos rodea y son la antítesis de los impulsos sexuales. Debe mencionarse, entre paréntesis, cuán importante es esta posición para todo el modelo freudiano del hombre. Ve en el infante un ser que repudia primordialmente los estímulos y odia al mundo por su intrusión. Esta posición es contraria a la que sustentan muchas pruebas de evidencia clínica de aparición reciente, que demuestran cómo el hombre y aun el infante de pocos días tiene ansia de estímulos, los necesita, y no siempre odia al mundo por su intrusión. Freud da incluso en su formulación acerca del odio un paso más en el mismo trabajo:

El ego odia, aborrece y persigue con intención de destruir todos los objetos que son fuente de sensaciones desagradables para él, sin tomar en cuenta el que signifiquen una frustración de la satisfacción sexual o de la satisfacción de las necesidades de autoconservación. Ciertamente, puede afirmarse que los verdaderos prototipos de la relación de odio se derivan no de la vida sexual sino de la lucha del ego por conservarse y mantenerse. (S. Freud, 1915. Subrayado mío).

Con el trabajo sobre Los instintos y sus destinos (1915) termina la primera fase del pensamiento freudiano acerca de la destructividad. Vemos que siguió dos conceptos simultáneamente: la agresividad, parte del impulso sexual (sadismo oral y anal) y la agresividad independiente del instinto sexual, como cualidad de los instintos del ego que se opone (y odia) a la intrusión de los estímulos externos y los obstáculos a la satisfacción de las necesidades sexuales y las de la autoconservación.

En 1920, con Más allá del principio del placer, Freud inicia una revisión fundamental de toda su teoría de los instintos. En esta obra atribuía Freud a la «compulsión de repetir» las características de un instinto; aquí postulaba también por primera vez la nueva dicotomía de Eros y el instinto de muerte, cuya índole examina más detalladamente en El «yo» y el «ello» (1923) y en escritos ulteriores. Esta nueva dicotomía de instinto de la vida (Eros) e instinto de la muerte.

El mismo Freud da una descripción sucinta de la evolución de su nueva teoría en El malestar en la cultura (1930):

En primer lugar, los instintos del ego y los instintos del objeto unos frente a otros. Fue para señalar la energía de los segundos y sólo de ellos para lo que introduje el vocablo «libido» Di el paso siguiente en Más allá del principio del placer (1920) en que atrajeron primero mi atención la compulsión de repetir y el carácter conservador de la vida instintual. Partiendo de especulaciones acerca del principio de la vida y de paralelos biológicos saqué la conclusión de que

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