I.S.B.N.: 84-95052-82-2 Depósito legal: M-52.119-2002 Diseño de portada: T. Caballero
Reser vados todos los derechos. Queda totalmente prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento electrónico o mecánico, incluso fotocopia, grabación magnética, óptica o informática, o cualquier sistema de almacenamiento de información o sistema de recuperación, sin permiso escrito del editor.
PRÓLOGO
«Decir amigo es considerar insuficiente todo lo hermoso que no podamos compartir».
(El haÿÿ Sidi Sa’id bin Aÿiba al Andalusi).
La inspiración llega como un arrebato, que remueve algo por dentro y se convierte en lo que «brota» luego, de uno mismo. Es un soplo que invade el interior y ahoga, hasta que sale de ti; y cuando lo hace, arranca una parte de lo más recóndito del corazón, que se abre, respirando ese hálito guardado en él y se da a un intercambio con el mundo sensible (de los Atributos).
Para un wali (íntimo de Al-lâh), esa inspiración es dikr (recuerdo). Y si entra en uno, no se queda estancada, retenida para ser poseída por un cuerpo que moriría sin reciclaje, sino que se devuelve al universo, una vez que haya transitado y ejercido su influencia, haciéndose posible en nosotros. Así que, en ese movimiento constante, en esa creación continua, actuamos como la naturaleza enseña, por la rahma (matriz-fuente) con la que Al-lâh riega la vida.
¿Qué hacemos con ese recuerdo? ¡respirar! lo aprehendemos desde que nacemos y lo repetimos hasta el último suspiro. Pero en ese impulso mecánico, la realidad consciente nos empuja a un gesto: imitando la nobleza ejemplar de la Belleza, que en ese mar de satisfacción que proporciona con su arrebatadora y generosa sutileza, nos sumerge en la plenitud de percepción de los sentidos con sus signos, cuando se manifiesta. Esa lección indica, cómo el Amor deja de ser un concepto abstracto, por Su «querer»; por Su deseo inagotable de generar vida mediante Sus más bellos Nombres y Atributos, reflejados en lo creado.
Esa substancia insondable, oculta en la Noche de los tiempos, manifiesta en el romper del alba desde los días de la creación, ama para ser amada; se muestra para ser conocida a través de colores y sabores, formas y perfumes; por todo cuanto podamos percibir y contener como receptáculos de luz.
Y el ‘abd (dócil a la acción creadora) –según la preciosa definición que nos regala el Haÿÿ Sidi Sa’id – «el aprendiz de brujo», el «girasol» aprende a nutrirse de lo que le sustenta, con humildad, acatando una ley desconcertante y maravillosa: devolver más de lo que le ha sido dado * . El Maestro le ha demostrado al aspirante, que no necesita más de lo que se le otorga y que de lo recibido, nada le pertenece; que con esa semilla, se fecunda lo que le ha sido confiado y que aumenta; que su agradecimiento, abarca tanto el compromiso de compartir, como de preservar la huella que deja en él. Y que todo ello es un depósito universal y ha de trasladarse de nuevo al Todo, volviendo desde uno mismo; ya no, partiendo de cero, sino acrecentado con la «maceración» de la esencia; de la perla cultivada.
No es pues, que el mundo necesite de nosotros para transformarse; es más bien, que necesitamos que ese don nos penetre, para transformarnos con el mundo. La retribución del dikr es que vuelve, que no se seca, que siempre fluye...
La complejidad con la que Al-lâh maneja la alquimia de Su propia esencia, para que ocurran procesos incesantes en Su magnífica diversidad y en el diseño de Sus formas, siendo Uno-Único, es algo que escapa al azar, a la casualidad y a la imaginación de cualquier mortal; pero el ardid por el cual, se articulan y combinan los misterios de lo oculto; cómo se funden en la misma realidad, los mundos celestiales y terrenales en esa cópula continua, en ese hermoso esfuerzo cósmico de los opuestos, para provocar el encuentro, y en esa intensidad para lograrlo, vemos la Majestad, la fuerza-violenciapotencia, necesaria para propiciar el suceso: Su acción generatriz.
* En el dikr, la inspiración contiene aproximadamente la mitad de lo que se expira. Por ese alargamiento se produce el estado que favorece el fikr (meditación). Por ese “vaciamiento” se facilita la Presencia.
El autor de este libro nos inicia en un camino de descubrimiento, con la sencillez del que va ligero de equipaje, con la perplejidad de quien observa la extraordinaria trascendencia en los detalles cotidianos; de quien alcanza a «ver» el fruto, accesible al deleite de unos pocos: «Caminaba absorto en una meditación sobre el aspecto a veces indeseable –a nuestro entender– de algunas formas de continente en las que se nos ocultan algunos maravillosos contenidos, en cómo a veces el envoltorio nos dificulta la clara percepción de lo que guarda. Concluía por lo tanto en que esa dificultad añadida no podía tener otro objetivo que el de educar la agudeza de nuestra mirada y habituarnos a la aniquilación del prejuicio. En ese momento vi ante mí una flor azulada de un crocus de prado, limpia y brillante, que brotaba esplendorosa del centro de un gran excremento de vaca... A partir de aquí cualquiera puede suponer el derrotero que tomaron mis pensamientos».
El hallazgo no es el fin en si mismo –sin por ello desmerecerlo– de esta sensibilidad, sino la actitud (estar atento) en el camino, lo que hace que el tránsito ascendente, eleve al sufi, en su proceso gradual de aspirar a la intimidad con la Realidad Trascendental. La orientación en el viaje propicia el encuentro.
También hay señales en este libro, de una intuición demostrada ya en la Vía del tasawuf por muchos sinceros, pero desafortunadamente eclipsada por la mediocridad de los que, a menudo se han dejado arrastrar por el inmovilismo de los dogmas, aferrándose a «creencias» y esquemas religiosos oligárquicos. El Haÿÿ se pronuncia: «Estemos dispuestos a no dejarnos sojuzgar una vez mas por ningún totalitarismo religioso salvífico, denomínese secta o religión oficial! ¡No permitamos que manchen nuevamente de impudicia nuestros dulces besos, nuestros cálidos abrazos, nuestras ideas torpes o sutiles! ¡No dejemos que perviertan todo aquello que nace de nuestra intimidad en desarrollo y que por lo tanto eleva nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestro espíritu hasta lo que no es otra cosa que el don de Al-lâh en las rutas de la Revelación!».
Sa’id bin Aÿiba al Andalusi, «inspirado» por los grandes maestros, permite dilucidar una visión sobre la dimensión espiritual humana, que se aleja de los tabús oscurantistas, para reunirnos quizá, en una tradición espiritual común a todos los pueblos; nos invita al vínculo intemporal de un mensaje, transmitido de un modo u otro a toda la humanidad, y lo hace con un lenguaje que no necesita traducción en nuestra «torre de Babel», puesto que se expresa con la claridad; en sus propias palabras: «aprendiendo a retirar el velo de las apariencias» no ya del que informa, sino del que lo vive.
Ojalá que ese saboreo de miel pura, recogida en un panal libre de engañosas manipulaciones, sirva para recuperar lo más radical de la naturaleza del islam: Su paz.