Teju Cole es un observador tan perspicaz como emotivo, dotado de una especial sensibilidad para captar la extrañeza latente en las realidades conocidas. El amplio abanico de temas que trata en los ensayos escritos para diversos medios y reunidos en este volumen atestigua la riqueza de sus intereses, que versan desde la política hasta los viajes, pasando por la fotografía, la historia o la literatura. «Hay otro libro posible que incluye todo lo que no aparece en este […] tal vez tendría un tono más crítico, sería más analítico e incluiría juicios más argumentados. Pero este libro que el lector tiene entre las manos, aunque reúne todos esos elementos, prefiere la epifanía». La lectura de estos textos, persuasivos y desafiantes a un tiempo, nos brinda la oportunidad de observar el mundo desde perspectivas insólitas y descubrir cosas nuevas en el más cotidiano de los paisajes.
Teju Cole
Cosas conocidas y extrañas
Título original: Known and Strange Things
Teju Cole, 2016
Traducción: Miguel Temprano García, 2018
Revisión: 1.0
22/01/2020
Para Michael, Amitava y Siddhartha.
Autor
TEJU COLE: Llamado en realidad Obayemi Babajide Adetokunbo Onafuwa, (Kalamazoo, Michigan, 1975) creció en Nigeria y en 1992 se estableció en Estados Unidos. Es escritor, fotógrafo e historiador del arte. Debutó en 2007 con la novela Cada día es del ladrón (Acantilado, 2016), a la que siguió Ciudad abierta (Acantilado, 2012), obra aclamada y galardonada con el Premio PEN/Hemingway, el New York City Book Award for Fiction y el Premio Rosenthal de la American Academy of Arts and Letters. También ha publicado un libro de ensayo, Cosas conocidas y extrañas (Acantilado, 2018).
Notas
[1]Beowulf y otros poemas anglosajones, trad. Luis Lerate, Madrid, Alianza, 1999. (Salvo indicación contraria, todas las notas son del traductor).
[2] Virginia Wolf, Al faro, trad. Miguel Temprano García, Barcelona, Lumen, 2011.
[3] V. Naipaul, El enigma de la llegada, trad. Flora Casas, Barcelona, DeBolsillo, 2016.
[4]Una casa para el señor Biswas, trad. Flora Casas, Barcelona, DeBolsillo, 2003. Todas las citas del libro proceden de esta edición.
[5] Trad. Roberto Mascaré, Madrid, Nórdica, 2012.
[6] Hebreos 12,1, trad. Eloíno Nacar y Alberto Colunga, Madrid, BAC, 1944.
[7]Los anillos de Saturno, trad. Carmen Gómez y Georg Pichler, Madrid, Debate, 2000.
[8] Frase latina que advierte de que el riesgo corre de parte del comprador.
[9] En inglés, to list significa dar bandazos o escorarse un barco; un lister sería, por lo tanto, alguien que se tambalea o vacila.
[10] En inglés, se emplea la misma palabra, negative, para referirse a la «negación» y al «negativo fotográfico».
[11] Recuérdese que twitter significa «piar».
[12]La vejez, trad. Aurora Bernárdez, Buenos Aires, Debolsillo, 2012.
[13]Julio César, trad. Alejandra Rojas, Barcelona, Penguin Clásicos, 2016.
[14] Hechicero de las religiones animistas.
[15] Trad. Pilar Vázquez, Madrid, Alfaguara, 2012.
[16] Literalmente, «Faces [rostros] y fases».
[17] Craigslist es un sitio web de anuncios clasificados.
[18] J.M. Coetzee, Elizabeth Costello, trad. Javier Calvo, Barcelona, Mondadori, 2004.
[19] Jean Améry, Más allá de la culpa y la expiación, trad. Enrique Ocaña, Valencia, Pre-Textos, 2004.
[20] Catherine Taylor, Apart, Nueva York, Ugly Ducklind Presse, 2012. (N. del A.).
[21] Jacques Derrida, Mal de archivo, trad. Paco Vidarte, Madrid, Trotta, 1997.
[22] Robert Rotberg y Dermis Thompson (eds.), Truth versus Justice: The Morality of Truth Commissions, Nueva Jersey, Princeton University Press, 2000. (N. del A.).
[23] Masa y poder, trad. Horst Vogel, Barcelona, Muchnik, 1994.
[24]Ciudad abierta, trad. Marcelo Cohén, Barcelona, Acantilado, 2012
SIEMPRE DE REGRESO
U na mañana del pasado junio me escapé de una conferencia a la que iba a asistir en Norwich, Inglaterra, y pedí un taxi para ir al campo. Pero el taxi se retrasó, y tuve que esperar un rato. Cuando por fin llegó, poco después de las nueve, se produjo cierta confusión. ¿Era este el taxi que había pedido? ¿Era yo la persona a quien debía recoger el taxista? ¿Había telefoneado a la compañía otro pasajero, que aún no había llegado a la avenida circular del centro del campus? Estábamos solos: yo quería ir a un sitio y él estaba dispuesto a llevar a alguien a algún sitio. Subí al taxi.
Era una mañana gris y la visibilidad no era muy buena. La latitud y la fecha —coincidió con el solsticio de verano— significaban que el sol había salido a las cuatro y media, pero la niebla no se había disipado. Le dije al taxista dónde iba, y viajamos un rato en silencio entre el escaso tráfico y las calles silenciosas hasta que la ciudad empezó a desvanecerse en la luz gris. «¿Y qué sitio exactamente de Framingham Earl?», quiso saber el taxista. «La iglesia de Saint Andrew», respondí, recitando lo que había escrito: cerca de Poringland, justo al salir de la carretera de Yelverton. El taxista lo conocía.
Me asomé a la ventanilla y vi pasar el paisaje, las casas, los setos, los campos y las granjas, las balas de paja de aspecto extraño envueltas en plástico negro, las señales de la carretera con sus desconocidos nombres de East Anglia, los enormes y amenazadores camiones que pasaban a toda velocidad por las carreteras más concurridas. El taxista rompió el silencio, se puso locuaz y empezó a hablar de esto y de aquello de forma lacónica pero incesante, sin prestar verdadera atención a si me interesaba o a si le estaba escuchando.
—Me gusta esta zona y me gusta viajar por ella —dijo—. Por aquí hay muchos aeródromos, no solo en Norfolk sino también en Suffolk y en muchos otros sitios. Me gusta. Sí, cuando tengo tiempo libre voy a un aeródromo, veo una exhibición aérea, o visito un campo abandonado, y recuerdo cómo era antes. Hay sitios como Greenham Common, en Berkshire. ¿Lo conoce? —Respondí que no lo conocía, pero él reparó en que estaba tomando notas, en que había captado mi interés. Continuó hablando—: Greenham Common es uno de los grandes. Es donde estaba el campamento de la CND [Campaña para el Desarme Nuclear], sí, el campamento pacifista de mujeres y demás. En los años ochenta había misiles de crucero y muchas otras cosas, estuvieron allí hasta los noventa. Fui a visitarlo, queda un trozo de la pista, pero lo demás ha desaparecido. A esta zona, en Norfolk, con todos los aeródromos y las bases y demás, la llamaban el pequeño Estados Unidos durante la guerra. Estaba plagada de bases aéreas estadounidenses. Durante la guerra, la Segunda Guerra Mundial, había bombarderos que partían en misión aérea todas las noches. Estamos cerca de la costa, y despegaban desde aquí para bombardear las ciudades alemanas, desde aquí y también desde Suffolk.
—Sé de alguien a quien le habría encantado hablar con usted de estas cosas —respondí, aunque tal vez no lo bastante alto para que me oyera, pues cuando lo dije noté un nudo en la garganta.