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Para Antonio Muñoz Molina y Elvira Lindo.
In memoriam, Santos Juliá (1940-2019)
y Gabriel Jackson (1921-2019).
España no es tan diferente, tan «especial» como
interesadamente se dice. Hay que desterrar de una vez para
siempre la idea de que España es un país anómalo [...] que
constituye siempre un caso especial, una «excepción» al
amparo de la cual puede hacerse lo que convenga.
J ULIÁN M ARÍAS , filósofo y sociólogo (1914-2005)
Spain is different .
Eslogan de promoción turística en los años sesenta,
durante la dictadura franquista
N OTA DEL TRADUCTOR
Uno de los grandes retos de traducir al español un libro sobre España escrito en lengua inglesa es el de tratar debidamente las citas literales, que, por lo general, suelen corresponder a declaraciones o textos que se dijeron o se redactaron originalmente en castellano. El autor trabajó tanto con fuentes anglosajonas como con fuentes españolas, pero todas las citas se vertieron al inglés en la versión original del libro. Una mayoría de ellas se han podido recuperar para la presente traducción; el resto —aquellas que no se pudieron rescatar— se han tratado de traducir de la forma más fidedigna posible. El propósito último que nos ha guiado en esta tarea ha sido el de no perder la expresividad ni el ritmo de la prosa de partida, pero sin faltar (en la medida de lo razonable) a la literalidad de las palabras de los protagonistas.
I NTRODUCCIÓN
Yo llegué a España cuando era aún un joven periodista en 1974, el año antes de que muriera el entonces dictador, el general Franco. Mi intención era pasar una breve temporada enseñando inglés en Madrid y regresar a mis labores periodísticas en Gran Bretaña, pero, en vez de ello, y por influencia de mi entonces novia (y hoy esposa) y de mis amigos españoles, me quedé un poco más. Ellos estaban convencidos de que el «Generalísimo», ya enfermo, no viviría mucho más tiempo y que la España posfranquista sería un lugar mucho más emocionante para un periodista en ciernes como yo que mi propio país de origen.
Según un chiste que por aquel entonces circulaba desde hacía tiempo, miles de españoles tenían un dedo índice más corto de lo normal de las muchas veces que habían repiqueteado con él en la mesa o mesita que tenían más a mano para enfatizar cada año su esperanza de que ese en concreto fuera el último de vida de Franco. Cuando finalmente falleció, después de una larga agonía, en 1975, a los ochenta y dos años de edad, España, un rincón periférico y relativamente atrasado del sur de Europa, apenas conocido más que por su turismo de masas (un aspecto en el que no ha dejado de crecer, pues el país recibe a más de ochenta millones de turistas anuales, la segunda mayor cifra de todo el mundo), las corridas de toros, el flamenco, la siesta y su dictador, el más veterano de Europa , pasó de la noche a la mañana a ser un foco central de la atención internacional ante los temores (avivados por los medios internacionales en general, no solo los más sensacionalistas) de que el país pudiera sumirse en una nueva guerra civil.
Volví al periodismo después de que Harry Debelius, veterano corresponsal en Madrid del The Times de Londres, me contratara como colaborador suyo. Fueron tres años muy intensos durante los cuales entrevisté a muchos de los protagonistas clave de la transición a la democracia, incluido el rey Juan Carlos. El Monarca, a quien los comunistas apodaron erróneamente «Juan Carlos el Breve» cuando accedió al trono, pues preveían que pronto sería barrido de la escena política junto con los demás vestigios del régimen franquista, recordó durante nuestro encuentro un chiste que se contaba sobre él. «¿Por qué me coronaron en un submarino? Porque en el fondo no soy tan tonto». Y desde luego que no: ni en el fondo ni en la superficie, a juzgar por su papel en la admirablemente tranquila transición a la democracia que tuvo lugar durante esos años (la primera saldada con éxito en la turbulenta Historia de España) y que se convertiría en una especie de modelo para los países latinoamericanos y para los excomunistas.
En el otro extremo del espectro político, también entrevisté (en el club de golf de Biarritz, en su «santuario» del suroeste de Francia) a José Miguel Beñarán Ordeñana (alias «Argala»), miembro del comando de la organización independentista violenta vasca ETA (siglas del euskera Euskadi Ta Askatasuna, «Patria y Libertad») que detonó una bomba en diciembre de 1973 al paso del coche del almirante Luis Carrero Blanco, que era, a sus setenta años de edad, el presidente del Gobierno y previsible heredero político de Franco. El explosivo, colocado bajo la calzada de la calle, proyectó el vehículo de Carrero por los aires, por encima del tejado de la iglesia de San Francisco de Borja, donde acababa de acudir a misa. En 1978, Argala moriría asesinado en circunstancias similares por activistas de extrema derecha en Anglet (Francia), cerca de la frontera española.
En 1978, me trasladé a México para trabajar para el Financial Times . Pero era tal la atracción que España seguía ejerciendo sobre mí que, tras seis años en el país americano y dos más en Londres, en la sede central del periódico, abandoné el periodismo a tiempo completo y regresé con mi familia a Madrid para quedarme ya definitivamente. En 1976, mi esposa y yo habíamos comprado una casa en ruinas en un vetusto pueblo de Castilla-La Mancha, en la región donde transcurren las andanzas del protagonista de El Quijote, de Miguel de Cervantes. El lugar carecía de instalaciones de agua corriente, no tenía casi ninguna calle asfaltada y su escuela de primaria estaba muy deteriorada. Para hacer una simple llamada telefónica había que pasar por una operadora, que era hija de uno de los dueños del bar de la localidad, y el quiosco más cercano donde comprar un periódico estaba a diecisiete kilómetros de allí. Hace ya muchos años que tenemos agua corriente, que todas las calles están asfaltadas, y que disponemos de centralita telefónica automática, así como también de Internet, un moderno centro de educación de primaria y un ambulatorio. En la distancia, sobre uno de los cerros que delimitan el extenso embalse que hay junto al pueblo, veinticinco turbinas eólicas de cien metros de altura que presiden el paisaje, como si fueran una versión moderna de los molinos de viento gigantes contra los que luchaba don Quijote en la novela, generan electricidad. En la actualidad, España es el segundo mayor productor mundial de energía eólica por detrás de Alemania.
España se ha transformado en muchos sentidos. Pero sorprende lo poco que se conoce aún de este país (la cuarta mayor economía de la eurozona y la decimotercera del mundo), tanto dentro como fuera de sus fronteras, más allá de sus estereotipos, que perviven pese a su profunda discordancia con la realidad. Cuando vine a España por primera vez, un colega mío que vivía en Londres y me doblaba en edad me preguntó si aquí se fabricaban coches. En aquel entonces, yo no sabía casi nada de este país, pero sí sabía que era un importante productor de automóviles (más de setecientos mil anuales, lo que lo convertía en el noveno mayor fabricante mundial). En 2003, cuando José María Aznar era presidente del Gobierno, visitó el rancho texano del presidente estadounidense George W. Bush y, antes de verse con el propio Bush, tuvo una charla con uno de los más estrechos asesores de este. La conversación discurrió como sigue:
— And what is the chief product exported by Spain? («¿Y cuál es el principal producto de la exportación española?») —se interesa el colaborador de Bush.
— Cars («Coches») —responde Aznar.
— No, I am asking about the number one product which Spain exports («No, pregunto por el primer producto exportador español»).
— Cars («Coches») —repite el presidente español.
— No, no, what I want to know is which Spanish product sells most successfully abroad? («No, no, lo que quiero saber es qué producto español se vende más en el extranjero»).
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