Luis Costa Plans - ¡Bacalao!
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- Libro:¡Bacalao!
- Autor:
- Editor:Contra
- Genre:
- Año:2017
- Índice:4 / 5
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¡Bacalao!: resumen, descripción y anotación
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Dirección editorial: Didac Aparicio y Eduard Sancho
Diseño: Pablo Benito
Composición digital: Pablo Barrio
Primera edición: Diciembre de 2016
Primera edición digital: Julio de 2017
© 2017, Contraediciones, S.L.
C/ Elisenda de Pinós, nº 22
08034 Barcelona
www.editorialcontra.com
© 2016, Luis Costa
Derechos reservados de todas las imágenes incluidas en este libro, excepto en los casos indicados.
ISBN: 978-84-946833-8-1
Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.
A Montse,
que le hubiera gustado leer este libro.
Cuando en la primavera de 1987 el productor y DJ francés Laurent Garnier acudió por primera vez al legendario club The Haçienda de Manchester y se quedó alucinado con la excitante selección de su DJ residente, Mike Pickering, que pinchaba una mezcla de funk, hip hop, electro y el primer house de Chicago, la revolución de la escena de baile en Europa ya llevaba más de un lustro en marcha en Valencia. Para Tony Wilson, el propietario de The Haçienda y del sello Factory Records, Manchester y Valencia compartían idéntica capacidad de gestar las explosivas escenas que allí se dieron. El verano de ese mismo año, el DJ inglés Paul Oakenfold aterrizó en la discoteca Amnesia de Ibiza junto a unos amigos y experimentó una suerte de revelación bajo los efectos del éxtasis y de la mezcla musical «baleárica» de su DJ residente, Alfredo Fiorito; una epifanía que llevaría al británico a organizar las primeras fiestas de acid house en Inglaterra, abonando el terreno del poderoso movimiento rave inglés. Son dos de los momentos culminantes de la historia de la música de baile que han trascendido en los ensayos y reportajes de prensa que se han ocupado de este asunto. Sin embargo, apenas hay rastro de la escena valenciana de los años ochenta y los primeros noventa. Un fenómeno que, partiendo de la más absoluta vanguardia musical, llegó a registrar, en su momento álgido, una asistencia de cincuenta mil personas dispersadas por su entramado de discotecas en aquellos largos fines de semana. Sirva este libro para enmendar esta flagrante omisión literaria.
A la mayoría de invitados que han tenido la amabilidad y la paciencia de participar en esta historia oral no les hace demasiada gracia la palabra «bacalao», hasta el punto de torcer ligeramente el gesto cada vez que la he mencionado. Haciendo amigos, vamos. ¿Por qué entonces escoger como título para este libro precisamente ¡Bacalao!? Por varios motivos. En primer lugar, porque no me he podido resistir. A mí lo de bacalao siempre me ha gustado: es una manera de decir «aquí hay tema, aquí hay percal», de que algo interesante se está cociendo. En segundo lugar, porque el origen de su uso, dentro de esta historia, siempre me fascinó. Obviamente, no lo voy a desvelar ahora, pero puedo decir que estamos hablando de un origen tan popular como espontáneo. A fin de cuentas, bacalao es una palabra bien nuestra, y «partir el bacalao», «aquí hay bacalao» o «¡toma bacalao!» son expresiones tan propias de un valenciano, un manchego, un gallego, un canario o un catalán. Pero lo que realmente me acabó de convencer fue concluir que semejante aversión venía fatalmente condicionada por una ka. ¡Exacto! ¡La ka en lugar de la ce! Cuando empecé con las entrevistas para este libro, hace ahora más de un año, organicé mis preguntas cronológicamente: ¿Cuándo empezaste a comprar discos? ¿Dónde pinchaste por primera vez? ¿Cuándo escuchaste por primera vez la palabra «bacalao»? Y hasta aquí todo más o menos bien. De maravilla, de hecho. Pero a alguno ya le empezaba a cambiar la cara por momentos. «¿Qué habré dicho?», pensaba yo, que seguía a lo mío: ¿Cuándo escuchaste por primera vez lo de Ruta del Bakalao? Y entonces, en ese preciso instante, la mutación facial de mi entrevistado ya se hacía evidente. Era automático. Algo había truncado la fluida y agradable marcha de la entrevista. Y no cabía duda de que aquello se debía a la entrada en escena de esa ka. De una sola letra. Una minúscula alteración, en principio, que pronto pude constatar que había hecho mucho daño. La incursión gráfica de un solo elemento que, en su momento, había perseguido radicalizar por completo su ingenuo y simpático origen. Tampoco voy a desvelar esto ahora, todo se andará. Pero sí puedo decir que el origen de esta perversión nominativa no fue de carácter popular, sino que procedía de los propios medios de comunicación que cubrieron esta historia, a lo largo del primer lustro de la década de los noventa. Por fortuna, esa incómoda pregunta que yo tenía preparada formaba parte ya del tramo final de una larga entrevista que, en varias ocasiones, tuve que fragmentar y activar en diferentes momentos.
Tuve el privilegio y la ocasión de conocer el lado oculto de esta historia, de la que apenas conocía secuencias dispersas. Oculto por desconocido. Había leído el ensayo de Joan Oleaque, En Èxtasi, el libro de referencia sobre este asunto. Y, por supuesto, me había chupado todos los vídeos relacionados, habidos y por haber. Por lo menos, todos los que pude encontrar: el mítico reportaje de Canal Plus de 1993, del programa 24 Horas, titulado Hasta que el cuerpo aguante, presentado por un entonces jovencísimo Carles Francino; o el documental 72 Horas. La Ruta a València, que yo había pillado por banda en el año 2008, cuando salió en DVD en una edición de Blanco y Negro junto con dos CD recopilatorios de música de aquella época gloriosa. Todos los himnos estaban allí. El «This Is a Seagull» de Snake Corps, el «Vagabonds» de New Model Army, el «Commando (Remix)» de Front 242 o el «Es imposible, no puede ser» de Megabeat. Yo los conocía, porque los había bailado en discotecas de Barcelona, como Verdi o KGB, y los había pinchado, cuando empecé a interesarme por los asuntos del baile, pero no había bajado a Valencia por aquellos movidos días, cuando muchos de mis amigos volvían de allí y me hablaban de su loco fin de semana, con toda esa música que a mí me fascinaba y que sonaba en todas partes. Las historias que me llegaban de discotecas con nombres tan enigmáticos como Chocolate, Spook Factory o A.C.T.V, la increíble calidad de la música que allí sonaba, el sonido absolutamente perfecto de sus equipos y del alucinante ambiente y buen rollo de sus gentes solo podían ponerme los dientes —a mis dieciocho años— como los de Nosferatu. Y probablemente este sea el principal motivo de que finalmente me haya embarcado en este proyecto. De acuerdo, en su día no había podido disfrutar de todo aquel festival, pero pensaba cobrármelo; no sabía cómo, pero pensaba hacerlo en algún momento. Y aquí me tienen, saldando una especie de cuenta personal, una deuda contraída conmigo mismo, y que mi editorial, Contra, me sirvió en bandeja hace ahora dos largos años. ¡No podía decir que no!
Desde el principio, lo tuve claro: tenía que ser un libro sobre la escena de baile de Valencia en los ochenta y los primeros noventa, y tenía que ser una historia oral. Allí había una historia que nadie nos había contado y que había quedado sepultada bajo los escombros de la fiesta, tras el colapso, a mediados de la década de los noventa, de una escena que antaño había sido pura vanguardia musical. Me propuse retirar aquellos escombros para desenterrar ese momento único de nuestra cultura, que había quedado congelado en el tiempo. Y a cada paso que daba, no podía estar más convencido del sentido de este libro: el proyecto periodístico más excitante y ambicioso al que jamás me haya enfrentado. Lo primero sería investigar el asunto y manejar la información disponible sobre los protagonistas — DJ , empresarios, músicos, periodistas, disqueros— y sobre los escenarios —las discotecas, pubs, salas de conciertos, parkings y tiendas de discos donde toda esta historia transcurrió—. En su día, lo que había trascendido de todo aquello era la imagen sesgada y sensacionalista de la Ruta del Bakalao, la imagen que, a partir del fatídico año 93, había perjudicado claramente al entonces boyante negocio del ocio nocturno en Valencia, que, según los medios, recibía cada fin de semana una ingente masa de miles de personas en su circuito de discotecas. Para mí, había dos líneas claras de investigación a seguir: una, la de averiguar los precedentes que habían permitido a esta escena crecer hasta esos colosales e incontrolables niveles, y conocer de primera mano el carácter vanguardista que la había identificado y definido. Y la otra, desentrañar las claves de su colapso, más allá del devastador impacto de las explícitas imágenes televisivas que la condenaron.
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