Renunciar a la libertad es renunciar a la condición de hombre, a los derechos de la humanidad, e incluso a los deberes. No hay compensación posible para quien renuncia a todo.
Existe un paralelismo perfecto (...) entre el papel de la conversación política dentro del Estado liberal y el papel de la conversación filosófica en defensa del Estado liberal.
El liberalismo no es lo que acepta la libertad, es lo que se propone fabricarla a cada momento, suscitarla y producirla con, desde luego, todo el conjunto de coacciones, problemas de costo que plantea esa fabricación.
AGRADECIMIENTOS
E ste libro es fruto de una larga conversación prolongada a través de los años. El hecho de que se haya concretado en un texto no sólo dota de visibilidad a la misma y a la amistad que la sostiene, sino que en cierto modo nos desvincula del resultado, pues la palabra publicada ya no pertenece propiamente a los autores, sino que más bien los cuestiona y permite enjuiciarlos. En la misma medida, con su publicación se renueva la experiencia del espacio literario y, tal vez, de un tipo de comunidad que se forja en la palabra compartida.
Sabemos que no se piensa de forma ensimismada, al estilo que ha consagrado «El pensador» de Rodin. Se piensa leyendo, escribiendo, hablando, confrontando lo que creemos con lo que los otros creen, perfilando nuestros argumentos, haciendo más sofisticados nuestros puntos de vista, o renunciando a unos y a otros cuando hemos sido seducidos por otras posiciones y hemos llegado a la convicción de que las nuestras eran insostenibles.
Los responsables de este libro nos sentimos reflejados en las palabras de Deleuze y Guattari, que afirmaban haber escrito a dúo El Anti-Edipo, pero que, como cada uno de ellos era varios, en total eran muchos. Y que habían utilizado para dicha escritura todo lo que los unía, desde lo más próximo a lo más lejano, hasta el punto de haberse desprendido de la propia identidad. Por ello, más allá de los nombres propios que parecen totalizar su autoría, la conversación de la que es fruto este libro tiene otros muchos partícipes. Algunos de ellos son impersonales: los libros leídos, las recomendaciones o sugerencias de lecturas, un artículo de prensa que ya ni siquiera podemos recordar, la incisiva pregunta que nos hizo comprender que algo no estaba funcionando bien en nuestros argumentos, etc. Pero detrás de todo ello también hay muchas personas. Algunas de ellas han sido especialmente generosas y su participación muy directa. Queremos dejar aquí constancia de ellas: Francisco Giménez Gracia, Carlos Conchillo Martínez, Génesis García, Luis F. Martínez Conesa y María Rubio Gómez. La participación de otros amigos es remisible a conversaciones puntuales e informales, a la lectura de textos de su autoría, etc. Es el caso de Antonio Rivera García, Patricio Peñalver, Rafael Salazar, José Valdivia, Rafael Herrera, Manuel Ballester, Mónica B. Cragnolini y Pedro Alberto Cruz.
Mención aparte merece Salvador Rus, cuyos consejos y confianza en este proyecto han sido fundamentales para nosotros.
Más allá de las deudas de este ensayo con las sugerencias provenientes de diversas fuentes, sólo quienes lo firmamos somos responsables del resultado final, que ahora toca al lector enjuiciar.
L OS AUTORES
Almería/Murcia, agosto de 2013
INTRODUCCIÓN
EL LIBERALISMO COMO CULTURA POLÍTICA
E l liberalismo político no es sólo una forma de gobierno o una comprensión del Estado. Tampoco puede reducirse a una tipología de partido, a una moral o a una ideología. No está vinculado necesariamente a una teoría económica, ni tiene por bandera la apoliticidad o el individualismo. El liberalismo político es una cultura política, es decir, una forma de vida que, si bien incluye determinados posicionamientos teóricos sobre los elementos señalados, los trasciende, no reduciéndose a una concreta comprensión de ninguno de ellos.
Que el liberalismo es una cultura política más bien lo asemeja a un tipo de praxis integral que, en una primera caracterización general, podríamos remitir a la tendencia a privilegiar cierta idea de autonomía personal y, en esta medida, a confiar en las fuerzas espontáneas de la sociedad minimizando la coacción. Desde luego, el liberalismo que aquí defendemos no abraza un cándido ideal de autonomía ni cree en una espontaneidad ajena a todo marco explicativo. Pero creemos que lo nombrado por esas expresiones sirve como criterio último desde el que enjuiciar formas de gobierno, comprensiones del Estado, tipologías de partido, códigos morales o ideologías, permitiendo discriminar entre ellos y sirviendo igualmente como base desde la que defender ante los demás determinadas maneras de organizar las sociedades humanas, enfrentarnos a nuestras limitaciones y a la necesidad de regular el poder, configurar modos de adaptación a los cambios, etc.
Más allá de esta inicial declaración de principios, defendemos que los retos políticos, económicos y sociales a los que nos enfrentamos, y que hoy es habitual y legítimo remitir a la crisis económica que nos somete desde hace algunos años, aunque la exceden, exigen no sólo la defensa de la cultura política liberal, sino su renovación. Sostenemos que es la cultura política que mejor refleja y más respeta la realidad social y política de lo que denominamos Occidente, a la par que la que más contribuye a reforzarla y perfeccionarla. Además, junto con la ciencia, es la más universalizable de sus creaciones.
La relevancia del liberalismo como cultura política no se deja cuestionar por la recurrente aparición de ideologías como la feminista, ecologista, pacifista, postcolonial, indigenista..., entre otras. A diferencia del liberalismo, éstas no se plantean explícita e integralmente las cuestiones políticas nucleares, básicamente las de los procesos de legitimación del poder y de constitución de formas de unidad política, así como la compatibilidad de ello con la convicción acerca de la contingencia de todo fundamento y con el respeto a la autonomía individual y lo que ello exige.
Para demostrar estas tesis desarrollaremos una reconstrucción del liberalismo político a partir de los elementos que consideramos esenciales para encarar los retos futuros. Aunque aludamos puntualmente a experiencias históricas para hacer justicia a la retroalimentación entre experiencias y conceptos, nuestra comprensión del liberalismo se explicita mediante un análisis de principios generales. Ello implica que si bien en este libro se trata de temas económicos, sociales, políticos, históricos o religiosos, nuestra perspectiva es abiertamente filosófica y con una clara tendencia a localizar las excepciones que confirman las reglas. Desde estas premisas esperamos poner de manifiesto que nuestra defensa del liberalismo político permite reconstruir una imagen del ser humano que, sin ser una condición trascendental, sí resulta persuasiva en orden a comprender las experiencias y las expectativas relevantes en (y de) nuestra sociedad contemporánea.
Una vez que hemos explicitado la perspectiva que adoptamos para analizar la cultura política liberal, estamos en condiciones de nombrar los cuatro grandes principios (o valores, o ideales; aunque la terminología no sea irrelevante) por referencia a los cuales la reconstruiremos. Se trata de la igualdad (o la democracia, según se prefiera), la libertad (o la responsabilidad, como se desee), la justicia (o el respeto a las posibilidades, que viene a ser lo mismo) y la memoria (esto es: el tratamiento de la historia). Tales principios permiten aprehender la especificidad del liberalismo político que aquí deseamos reconstruir. La razón es que, desde el punto de vista espacial, el individuo se halla inmerso en la tensión que resulta tanto de su vínculo con los demás como de su experiencia de la propia singularidad. El liberalismo no puede ni pretende disolver dicha tensión; antes bien, es su testigo permanente. Y ello para que ni la comunidad asfixie al individuo ni éste pierda la experiencia de estar habitado por aquélla. Democracia y libertad son las categorías que sintetizan el envite de una política consistente con estos criterios.