Este libro fue publicado en alemán en 1927 (Jena, Gustav Fischer) bajo el título Liberalismus y reeditado en inglés como The Free and Prosperous Commonwealth el año 1962 (Nueva York, Van Nostrand). Aparece ahora esta segunda edición española de Liberalismo, agotada la primera de 1977. Los tres textos son idénticos; no se introdujo variación alguna con respecto al primitivo, ni en la traducción americana ni en la castellana.
Parecía conveniente advertir de ello al lector —decíamos hace un lustro— para que, al ir adentrándose en este ensayo, considere que fue escrito bajo un entorno de específicas circunstancias históricas, las cuales, en cierto grado, condicionaron su contenido, como el propio autor señala en el prefacio a la edición en lengua inglesa.
Sorprendente y, a la vez, admirable resulta —proseguíamos— la sagaz anticipación de Mises, quien, en el momento más eufórico, cuando todo era rosicler, no duda en dar la voz de alarma, advirtiendo de las inevitables crisis y conflagraciones hacia las que Occidente caminaba por culpa —en opinión del autor— de la creciente intervención económica; premonitorio aviso éste que, poco después, cedería el paso a dramática realidad. La dialéctica de las páginas misianas sigue impresionando cincuenta y cinco años después de haber sido redactadas, resultando sobrecogedora la actualidad del discurso, ya que, como tocado por el don de la profecía, prevé, entre otros muchos geniales atisbos, la caída del fascismo, las tribulaciones del post-colonialismo, los problemas migratorios de los pueblos subdotados, el carácter imperialista del bolchevismo, el paro irradicable que padecemos y hasta el turismo de masas de nuestros días.
Mises defiende la libertad como fin per se y, a la vez, como único medio para alcanzar los objetivos sociales que el hombre presente, con tanta ansia, desea conquistar. Procurarla, en posterior y monumental tratado (La Acción Humana, 1300 págs., Unión Editorial, Madrid 1980), demostrar la certeza de los conceptos económicos —catalácticos, diría él— vertidos en la presente obra, ampliando cosas aquí con toda intención sintetizadas, precisamente para no ahuyentar a muchos potenciales lectores, como, en el subsiguiente prefacio, el propio autor indica.
Asalta, sin embargo, ahora, a este editor la inquietante duda de si no pudiera también haber, entre tales lectores, quienes desearan ahondar más en el fundamento y trascendencia de la teoría que, casi como a vuela pluma, estas sencillas páginas resumen. Por eso, para poner remedio a tal posible eventualidad, integrando el presente texto en el total pensamiento misiano, es por lo que, al final de los correspondientes apartados, a pie de página, aparecen las oportunas referencias a La Acción Humana, con miras a dejar ambos trabajos debidamente concordados, en los temas coincidentes, pues Liberalismo, desde luego, aborda asuntos de carácter puramente político —sistemas parlamentarios, propaganda electoral, grupos representantes de intereses minoritarios— a los que La Acción Humana, Tratado de Economía, evidentemente no tenía por qué aludir, como tampoco la presente obra se refiere a diversas cuestiones catalácticas —dinero, crédito, crisis inflacionarias— que, en cambio, el magnum opus misiano estudia y desmenuza a fondo. Las aludidas notas de pie de página no las llevaba nuestra primera edición.
Los párrafos que subsiguen —más o menos concluíamos entonces— parece deben encerrar interés para nosotros los hispanoparlanles, que tan preocupados decimos estar por el porvenir social de nuestras naciones; por el bienestar, en definitiva, de esas entrañables familias, que se extienden, desde más allá del río Grande y del río Colorado hasta las tierras australes, gentes diversas cual caleidoscópica visión, siempre, no obstante, hermanadas por ese mágico aglutinante que es el lazo idiomático, tenue si bien vigoroso en extremo.
Porque —concluimos, ahora— en cuanto al objetivo, la unanimidad es absoluta. Todos —liberales, comunistas, socialdemócratas, anarquistas, creyentes y ateos, el Vaticano y el Kremlim, judíos y masones— todos deseamos y aspiramos a lo mismo; a que los pueblos, las clases trabajadoras, por utilizar la expresión en boga, vivan lo mejor que, en cada momento, quepa; que sean lo más felices y padezcan lo menos posible.
La disparidad, en cambio, surge tan pronto como se aborda el problema de los medios, en cuanto se indaga cuáles sean los mejores para alcanzar aquellos fines universalmente aceptados. El liberalismo cree haber hallado la fórmula óptima: la que se basa en el dominio, en el control privado de los medios de producción. Tal vez el sistema no resulte perfecto —no está la perfección al alcance de los humanos— pero, de todos los modos de organización social, parece ser el de mayor fecundidad, cualquiera sea el ángulo desde el cual se quiera las cosas contemplar. Así, pues, claridad, por favor; no pretendemos, arteramente, confundir el debate. Discutamos los medios —el meollo de la controversia— pero rechacemos con energía a quienes procuran introducir en la discusión, solapadamente, como quien no quiere la cosa, los fines, pues, dada la común conformidad a este respecto reinante, ello no supone sino ganas de perder el tiempo, distrayendo del asunto que verdaderamente interesa la atención de cuantos, con honestidad y seriedad intelectual, desean escrutar temas de trascendencia vital para millones de hombres, mujeres y niños.
El Editor