Alberto Junyet - Cristóbal Rojas
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- Libro:Cristóbal Rojas
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- Editor:ePubLibre
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- Año:1954
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Cristóbal Rojas: resumen, descripción y anotación
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Alberto Junyet, 1954
Editor digital: Titivillus
ePub base r2.1
[1] J. A. Hedderich. Documentos de Cristóbal Rojas. “Revista Nacional de Cultura”. Caracas, febrero de 1939.
[2] Nombre del sabio francés que midió el meridiano terrestre.
[3] El boceto de esta obra se encuentra en el Museo de Bellas Artes.
[4] Rivero Sanavria se domicilió en el número 88 del bulevar de Montparnasse y Michelena en el número 221 del bulevar Raspail, que en aquellos días aún estaba a medio formar.
[5] nformación dada al autor por la señora Elvina Delfaur en 1952.
[6] En los últimos cantos de El Purgatorio (segunda parte de la Divina Comedia) Dante y Beatriz se encuentran a orillas del río Leteo, cuyas aguas le hacen olvidar al pecador sus culpas.
La «Fundación Eugenio Mendoza» a travez de la «Biblioteca escolar» facilita esta «Colección de biografías» de autores venezolanos.
Alberto Junyet
Alberto Junyet
Biblioteca escolar Eugenio Mendoza - 30
ePub r1.0
Titivillus 24.04.2020
A comienzos de agosto de 1881 el vapor Ville de Brest zarpaba del puerto francés de Saint Nazaire rumbo al Caribe y, cerca de tres semanas más tarde, hacía escala en Martinica. Los pasajeros aprovecharon la oportunidad de darle un vistazo a Fort de France, capital de la isla. Al llegar a la explanada conocida por la Sabana quedaron en admiración ante la deslumbrante nota de color que las mujeres martiniqueñas, vestidas con sus trajes típicos, ponían en aquella espaciosa perspectiva abierta en plena ciudad.
Entre los pasajeros figuraba Antonio Herrera Toro, un pintor de veinticinco años que regresaba a Venezuela después de un viaje de estudios por Italia y Francia. Admiraba también aquel espectáculo de la Sabana, pero demostraba al mismo tiempo una extraña inquietud. Se cubría los ojos con frecuencia y aseguraba que tardaría mucho tiempo en poder recuperar la percepción de los rapporti, esto es, de las medias tintas y gradaciones insensibles de la luz, a causa del deslumbramiento que originaba en sus ojos la exuberante luminosidad tropical, su avasalladora crudeza.
Hasta cincuenta años antes, los pintores habíanse reducido a hacer croquis y apuntes del paisaje campestre o marino al objeto de utilizarlos después en el taller. Pero de pronto tuvo lugar algo desconocido todavía en la historia de la pintura. Unos pocos artistas ingleses y franceses, generalmente mal vistos por la pintura tradicionalista, tuvieron le osadía de arrancar los caballetes de los estudios —donde habían permanecido reclusos durante siglos— para plantarlos en plena campiña y entablar, frente al lienzo, un diálogo directo con la Naturaleza. Para distinguir esta nueva modalidad artística y especificar su carácter disidente, a lo largo del siglo último se le dio el nombre de “pintura al aire libre” (en francés: de plein air).
La actividad y las palabras de Herrera Toro en la Sabana de Fort de France demostraban que, durante su viaje de estudios, el joven artista venezolano se había interesado por aquella radical bifurcación de la pintura. Y que por primera vez en el mundo, que sepamos, un hombre trasponía a la cegadora claridad de la zona tórrida los problemas de la luz al aire libre recientemente planteados por un puñado de otros hombres en territorios de zona templada. Aquella preocupación transportada por Antonio Herrera iniciaría en la pintura de su país un camino, duro en los comienzos, pero de fructíferas consecuencias: la senda que un día iba a ser triunfalmente coronada por el arte de Armando Reverón.
El lenguaje popular francés usa ciertos denominativos donde se entremezclan lo afectuoso y lo pintoresco. Llama, por ejemplo, carabin al estudiante de Medicina, y rapin al estudiante de Pintura y al pintor novel. Cristóbal adquirió, pues, condición de rapin desde que transpuso por primera vez el umbral de la academia Julián.
Dicho umbral se encuentra en el fondo de un pequeño patio que da a la calle del Dragón, casi enfrente de la casa que, en la misma calle, habitó Víctor Hugo en su juventud. Franqueado un corto pasadizo, se llega a un espacioso local donde se dan las clases de pintura y escultura, al paso que en los altos de la casona funcionan las aulas de perspectiva, grabado y otras especialidades. Diversos documentos gráficos nos demuestran que la academia apenas ha variado de aspecto desde los tiempos de Rojas. La mayor diferencia consiste en que, hoy, los alumnos del vetusto instituto discuten sobre expresionismo y arte abstracto. ¡Quién sabe de qué discutirán mañana!
En la Escuela de Bellas Artes de París, sita en la calle de Bonaparte, a poca distancia de la academia Julián, las plazas de alumno son limitadas y se obtienen por concurso. A causa de esta restricción, los aspirantes a pintor, escultor, grabador o arquitecto, antes de entrar a concurso para ingresar en la referida Escuela, suelen prepararse en las academias libres. Mas también se adiestran en las mismas muchos rapins que no aspiran a someterse a las férulas de la enseñanza oficial.
Entre las academias libres, el instituto Julián —fundado a finales del Segundo Imperio por un oscuro pintor que llevaba este apellido— mantuvo en París el primer puesto hasta los inicios del siglo actual. Aunque después tuvo que competir con rivales de su talla, como la academia de la Grande Chaumiére y otras más, ha conservado hasta el presente un honroso prestigio.
En el cuadro de profesores de la academia Julián figuraban varios artistas con categoría de astros de primera magnitud a los ojos del gran público y de las esferas oficiales. Uno de ellos era Juan Pablo Laurens, autor de vastas decoraciones murales y de cuadros de Historia cuyas reproducciones ilustran todavía páginas de algunas enciclopedias anticuadas. Por más que la gloria que rodeó antaño a Laurens se haya eclipsado mucho, no es posible regatearle sus dotes de excelente pedagogo, pues conocía a fondo la artesanía de la pintura y la ciencia de inculcar sus conocimientos técnicos sin vulnerar la personalidad del educando.
Detalle interesante es el hecho de que durante la larga carrera de Laurens (fallecido en 1921) recibieron su enseñanza un número considerable de artistas suramericanos, pues en su haber pedagógico hemos podido contar cuatro pintores chilenos, uno peruano y seis venezolanos: Boggio, Rojas, Michelena, Rivero Sanavria, Federico Brandt y Tito Salas.
Cristóbal asimilaría con extraordinaria rapidez cuanto de bueno había en los conocimientos técnicos de Juan Pablo Laurens. E inclusive algo de lo malo, aunque por fortuna sólo transitoriamente.
Una de las debilidades que deben achacarse a aquel profesor es la de que permitiera a sus alumnos el uso de un detestable colorante llamado betún de Judea, el cual nunca llega a secarse bien del todo y, además, tiende a ennegrecer los demás colores del lienzo. Numerosos cuadros del siglo pasado han sufrido los daños del betún, entre ellos más de una obra maestra. Y es harto probable que el oscurecimiento sufrido por las obras pintadas por Cristóbal Rojas durante su primer período en París sea debido a esta causa. Aunque nuestro artista terminaría por desterrar el betún de su paleta, es de lamentar que un factor material de esta clase haya perjudicado a casi la mitad de los pocos lienzos que le fue posible realizar antes de fallecer en forma tan prematura.
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