Texto: Carl Justi
Traducción al español: Jaime Valencia Villa
Edición en español: Mireya Fonseca Leal
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ISBN: 978-1-78310-896-1
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Carl Justi
VELÁZQUEZ
y su época
CONTENIDO
1. Autorretrato, 1640. Óleo sobre lienzo, 45.8 x 38 cm. Museo de Bellas Artes de San Pío V, Valencia.
INTRODUCCIÓN
Hasta finales del siglo XVIII, el nombre de Diego Velázquez era aun poco conocido en buena parte de Europa occidental. La lista de los grandes pintores se había cerrado hacía mucho tiempo y nadie sospechaba que en el lejano occidente, en los palacios de Madrid y El Buen Retiro, se ocultaban las obras de un artista con todo el derecho a pretender un lugar entre los grandes maestros. Fue gracias a un pintor alemán, Rafael Mengs, que Velázquez obtuvo su justo lugar en la historia del arte. Vio que en aquello que él llamaba “el estilo de la naturaleza”, cuyos líderes eran Tiziano, Rembrandt y Gerard Dow, Velázquez estaba por encima de todos.
“Los mejores modelos del estilo de la naturaleza”, escribió Mengs en 1776 a Antonio Ponz, el líder del arte español, “son las obras de Diego Velázquez, por su conocimiento de la luz y la sombra, y por su juego del efecto aéreo, quizá las dos características más importantes de este estilo que refleja la verdad”. Velázquez es uno de esos hombres que no se pueden comparar. Quien pretenda condensar en una simple frase toda su personalidad, caerá irremisiblemente en trivialidades o hipérboles. El pintor de la corte de Carlos III lo vio como al primer naturalista. Piedad y misticismo han sido mencionadas como las características peculiares y dominantes del arte español, lo que puede ser cierto, tanto por su temática como por la estricta religiosidad de sus exponentes.
España tiene a su solitario Murillo, cuyo talante intelectual es comparable con el espíritu devoto de ciertos pintores como Guido Reni, Carlo Dolce y Sassoferrato, pero lo que pone a Velázquez lejos, por encima de ellos, es la feliz asociación de los tipos sencillos nacionales, el color local y el juego de la luz visto a través de su naturalismo y genial carácter ingenuo. Lo que fascina a los extranjeros de la pintura religiosa española no es tanto su abundancia de sentimiento y su profundidad de significado como un cierto toque de sinceridad, simplicidad y absoluta honestidad.
Para todos estos artistas, los asuntos sagrados no fueron pretextos para traer a cuento encantadores asuntos poéticos de otra inspiración, que ni siquiera pensaron, en su ingenuidad medieval, transferir al mundo español. Bajo el influjo flamenco, en las provincias españolas existieron en el siglo XV pintores de retablos que exhibieron tendencias similares, aun dentro del estrecho campo del arte gótico. Pero la intromisión del estilo italiano pronto puso fin a los comienzos de una genuina escuela nacional. Los españoles profesaron, durante todo un siglo, el idealismo; pero, luego de mucho trabajo, no produjeron más que algunas obras insignificantes.
Luego siguió la reacción en el sistema opuesto, pero ahora con capacidades artísticas diferentes. El efecto invariable de este sistema dio rienda suelta a la individualidad, señalando la Naturaleza como la verdadera fuente de inspiración y colocando el talento en una posición independiente. Fueron precisamente estos genuinos y rudos pintores españoles los que dieron la vuelta al mundo y fijaron la imagen de lo que se llamó la Escuela Española. De este grupo, Velázquez fue el más consistente en los principios, el dotado con la mayor destreza técnica y el del más auténtico ojo de pintor. Por consiguiente, desde un punto de vista material, fue aceptado no sólo como el casi único pintor español de temas seculares, sino como el más español de los pintores españoles.
Velázquez se sintió atraído con frecuencia por lo que era difícil de atrapar y reproducir, pero que al mismo tiempo era cotidiano y familiar a la luz del sol. Muy pocos dieron rienda suelta al juego de la fantasía o se volcaron sin importancia en las oportunidades de inmortalizar la belleza, y unos cuantos mostraron menos simpatía por el anhelo de la naturaleza humana hacia lo irreal que nos consuela de las rudezas de la vida. Pero sus retratos, paisajes y escenas de cacería, todo cuanto hizo, pueden tomarse como medida para apreciar la profundidad de lo convencional en los otros pintores. El sentido con que contempló la naturaleza absorbió, para emplear una imagen de la física, menos elementos del color que los demás artistas. Comparados con Velázquez, el colorido de Tiziano luce convencional, el de Rembrandt fantástico, y el de Rubens contagiado con una mancha de manierismo poco natural.
Cualquier cosa que vio, la supo trasladar al lienzo a través del cambio constante y del carácter espontáneo, lo que es a menudo un enigma para los pintores. A la mayor parte de los que manejan un pincel, Velázquez impresiona por la manifiesta apariencia de su saber y por la técnica ingeniosa que, con un mínimo de elementos, consigue más. Y a menudo olvidamos que para él esta era una manera de alcanzar sus propósitos. De allí la inagotable atracción de las obras de Velázquez. El encanto que ejercen cubre tanto sus aspectos interiores como exteriores, en el brillo del carácter y la revelación de la voluntad, en la respiración, en la mirada vibrante y en la profundidad del temperamento. Comparado con los coloristas de las escuelas veneciana y holandesa, Velázquez parece prosaico y vacuo; y escasamente sabemos de un artista con menos atractivos para los no iniciados. En cada obra individual es nuevo y especial, tanto en la inventiva como en la técnica. El interés y el entusiasmo con el que contemplamos las obras de arte del pasado parecerían depender no sólo del anhelo por el conocimiento histórico o por la utilidad práctica de tales estudios; debe ser también algo independiente de nuestra actitud en la vana discusión acerca de la superioridad del arte moderno o del arte antiguo.
Los pintores han declarado que, respecto a la técnica, no tienen nada más que aprender de los antiguos maestros. La época de Cervantes y Murillo en España, cuando formas especiales fueron creadas para materiales, condiciones y maneras de pensar especiales, pueden también tomarse como una fase especial, aunque limitada, de humanidad, con derecho a un nicho en su panteón, y no sólo a una página en los anales de sus hallazgos históricos. El Museo Pictórico fue la única fuente de información relacionada con Velázquez y sus asociados fuera de España hasta el siglo XVIII. El recuento de la vida de Velázquez allí comprendida fue traducido al inglés en 1739, al francés en 1749, y al alemán (en Dresde) en 1781. La Biografía de D’Argenville (1745) es sólo un resumen. Antonio Ponz, en su
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