Jules Verne - Edgar Poe y sus obras (Edición SHJV)
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- Libro:Edgar Poe y sus obras (Edición SHJV)
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1864
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Edgar Poe y sus obras (Edición SHJV): resumen, descripción y anotación
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Escuela de lo extraño - Edgard Poe y el señor Baudelaire - La existencia miserable del novelista - Su muerte - Anne Radcliff, Hoffmann y Poe - Historias extraordinarias - Doble asesinato en la calle Morgue - Curiosa asociación de ideas - Interrogatorio de testigos - El autor del crimen - El marinero maltés
H e aquí, mis estimados lectores, un novelista americano de envidiable reputación. Muchos de ustedes, sin dudas, ya lo conocen por su nombre, pero poco por sus obras. Permítanme, por consiguiente, contarles sobre el hombre y su obra. Ambos ocupan un importante lugar en la historia de la imaginación, porque Poe ha creado un género aparte, que solo procede de él mismo, y del cual me parece que se ha llevado el secreto. Se le pudiera llamar maestro de la escuela de lo extraño. Ha hecho retroceder los límites de lo imposible y tendrá imitadores, sin dudas. Estos intentarán ir más allá, de exagerar su estilo. Más de uno creerá que le sobrepasará, pero no logrará ni siquiera igualarlo.
Ante todo les diré que un crítico francés, el señor Charles Baudelaire, ha escrito, al principio de su traducción de las obras de Edgard Poe, un prefacio no menos extraño que la propia obra. Quizás este prólogo necesitaría a su vez algunos comentarios aclaratorios. Sea como sea, se ha hablado de él en el mundo literario. Se han fijado en él y con razón. El señor Charles Baudelaire era digno de explicar al autor americano a su manera y no le desearía al autor francés otro comentarista de sus obras presentes y futuras que un nuevo Edgard Poe. Ambos nacieron para comprenderse. Además, la traducción del señor Baudelaire es excelente y me serviré de ella para algunos pasajes citados en el presente artículo.
No intentaré explicarles lo inexplicable, lo incomprensible, el imposible producto de una imaginación que Poe llevó, en ocasiones, hasta el delirio. Pero lo seguiremos paso a paso. Les hablaré de sus más curiosas historias, con muchas citas. Les mostraré cómo procede y qué punto sensible de la humanidad toca, para sacar de allí sus extraños efectos.
Edgard Poe nació en 1813 en Baltimore, en pleno Estados Unidos, en medio de la nación más positiva del mundo. Su familia, que desde hacía tiempo tenía una importante posición, degeneró notablemente hasta llegar a él. Si su abuelo llegó a ser famoso en la guerra de independencia como cabo de marina bajo las órdenes de La Fayette. Su padre, un pobre comediante, murió en la más completa miseria.
Un señor llamado Allan, comerciante en Baltimore, adoptó al joven Edgard y le hizo viajar a Inglaterra, Irlanda y Escocia. Edgard Poe no parece haber visitado París, de la cual describe de forma inexacta ciertas calles en uno de sus cuentos.
Al regresar a Richmond en 1822, continuó su educación, mostrando singulares facultades en el aprendizaje de Física y Matemática. Su conducta distraída le hizo abandonar la universidad de Charlottesville e incluso a su familia adoptiva. Partió entonces a Grecia, en el momento de aquella guerra que no parece haber sido hecha más que para mayor gloria de Lord Byron. De paso, debemos destacar que Poe era un nadador notable, tanto como el poeta inglés, sin querer obtener alguna deducción de esta comparación.
Edgard Poe viajó luego de Grecia a Rusia, llegó hasta San Petersburgo, allí se vio comprometido en ciertos asuntos cuyo secreto no conocemos y regresó a Norteamérica, donde entró en una escuela militar. Su indisciplinado temperamento hizo que fuera rápidamente expulsado. Comenzó a experimentar entonces los sinsabores de la miseria, la miseria norteamericana, la más horrible de todas. Para poder vivir, se dedica a hacer trabajos literarios. Gana afortunadamente dos premios fundados por una revista, uno al mejor cuento y otro al mejor poema, y finalmente se convierte en director del Southern Literary Messenger. El periódico prospera, gracias a él, de lo que resulta una especie de buena posición ficticia para el novelista, que se casa con Virginia Clemm, su prima.
Dos años después discute con el propietario del periódico. Es necesario decir que el desdichado Poe le reclamaba a menudo a la embriaguez del aguardiente sus más extrañas inspiraciones. Su salud se fue deteriorando poco a poco. Pasemos de prisa por estos momentos de miseria, de lucha, de éxito, de desesperación, del novelista mantenido por su pobre esposa y sobre todo por su suegra, quien lo amó como a un hijo hasta más allá de la tumba y digamos que luego de una larga estancia en una taberna de Baltimore, el 6 de octubre de 1849, un cuerpo fue hallado en la vía pública. Era el cuerpo de Edgard Poe. El pobre desgraciado respiraba aún y fue llevado al hospital donde el delirium tremens se apoderó de él, y murió el día siguiente, apenas a los treinta y seis años.
Esta es la vida del hombre, veamos ahora su obra. Dejaré a un lado al periodista, al filósofo, al crítico, para referirme al novelista. Es en los cuentos, en las historias, en las novelas, en efecto, donde se manifiesta toda la rareza del genio de Edgard Poe.
A veces se le compara con dos autores, una de ellos, la inglesa Anne Radcliff, el otro, Hoffmann, un alemán. Anne Radcliff ha explotado el género de terror, que se explica siempre por las causas naturales. Hoffmann se ha aprovechado de lo puramente fantástico, en el que ninguna razón física puede ser admitida. No sucede lo mismo con Poe. Sus personajes pueden existir con todo rigor, pues son eminentemente humanos, dotados sin embargo de una sobrexcitada y supranerviosa sensibilidad; individuos excepcionales, galvanizados por así decirlo, como si fuesen personas a las que se les hiciese respirar un aire más cargado de oxígeno y cuya vida no sería más que una activa combustión. Si los personajes de Poe no están locos, deben evidentemente llegar a estarlo por haber abusado de su cerebro, como otros abusan de los licores fuertes. Ellos llevan a límites extremos el espíritu de reflexión y deducción, los cuales son los más terribles analistas que conozco y, partiendo de un hecho insignificante, llegan a la verdad absoluta.
Procuro definirlos, pintarlos, delimitarlos y no lo consigo, porque escapan al pincel, al compás, a la definición. Es mejor, queridos lectores, mostrarlos en el ejercicio de sus funciones sobrehumanas. Es lo que voy a hacer.
De las obras de Edgard Poe, poseemos dos volúmenes de las Historias extraordinarias, traducidos por el señor Charles Baudelaire; los Cuentos inéditos, traducidos por William Hughes y una novela titulada Aventuras de Arthur Gordon Pym. De estas diversas colecciones, seleccionaré lo mejor para interesarlos, y lo lograré sin dificultad, puesto que dejaré la mayor parte del tiempo que Poe hable por sí solo. Sírvanse entonces a escucharlo con confianza.
Ante todo, les voy a ofrecer tres cuentos en los cuales el espíritu de análisis y deducción alcanza los últimos límites de la inteligencia. Se trata de Los crímenes de la calle Morgue.
He aquí la primera de estas tres historias, y cómo Edgard Poe prepara al lector para esta extraña narración.
Después de curiosas observaciones, en las que prueba que el hombre verdaderamente imaginativo no es más que un analista, sitúa en la escena a un amigo suyo, llamado Auguste Dupin, con el cual vivía en París en una parte aislada y solitaria del suburbio Saint-Germain.
«Amigo mío —dijo con extraño humor—, ¿qué otro nombre darle? (consistía en amar la noche por la noche misma, la noche era su pasión). A esta extravagancia, como a todas las otras, me abandoné a mi vez sin esfuerzo, entregándome a sus extraños caprichos con perfecto abandono. La negra divinidad no podía permanecer siempre con nosotros, pero nos era dado imitarla. A las primeras luces del alba, cerrábamos las pesadas persianas de nuestra vieja casa y encendíamos un par de bujías que, fuertemente perfumadas, solo lanzaban débiles y mortecinos rayos. Con ayuda de ellas ocupábamos nuestros espíritus en soñar, leyendo, escribiendo o conversando, hasta que el reloj nos advertía la llegada de la verdadera oscuridad. Salíamos entonces a la calle, tomados del brazo, continuando la conversación del día o vagando al azar hasta muy tarde, mientras buscábamos entre las luces y las sombras de la populosa ciudad esa infinidad de excitaciones espirituales que no puede proporcionar la observación silenciosa.
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