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Varios - La Ilustración Liberal. Número 6-7. Oct 2000

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Varios La Ilustración Liberal. Número 6-7. Oct 2000
  • Libro:
    La Ilustración Liberal. Número 6-7. Oct 2000
  • Autor:
  • Editor:
    Sirk tampoco ni Rubio S.L.
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  • Año:
    2012
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La Ilustración Liberal. Número 6-7. Oct 2000: resumen, descripción y anotación

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Sumario Federico Jiménez Losantos Alberto Recarte Amando de Miguel - photo 1
Sumario


Federico Jiménez Losantos


Alberto Recarte


Amando de Miguel


Aleix Vidal-Quadras


César Alonso de los Ríos


Javier Gómez de Liaño


Lorenzo Bernaldo de Quirós


Enrique de Diego


Carlos Alberto Montaner


Enrique Ghersi


Francisco López Rupérez


Gorka Etxebarría


Julia Escobar


Juan Manuel Bonet

Reseñas


Carlos Semprún Maura


José Ignacio del Castillo


César Vidal


Julia Escobar


César Vidal

Retratos


Graciela Sapriza

Aznar y el poder
Federico Jiménez Losantos

Al conocer los resultados de las elecciones de Marzo de 2000, que daban a su partido una holgada mayoría absoluta, José María Aznar López dijo en voz alta a los que le rodeaban: "Ha terminado la Guerra Civil". ¿Se había vuelto loco el presidente en funciones y candidato triunfante? ¿Había perdido el seso por culpa de la tensión electoral y se creía Francisco Franco el primero de abril de 1939? ¿Iba a provocar semejante desvarío la lógica desconfianza entre su gente? Pues no. La política española es tan peculiar que el supuesto disparate era absolutamente razonable. Todos entendieron que Aznar podía muy bien felicitarse por el fracaso de la estrategia del principal partido de la Oposición, el PSOE, y de su padrino mediático, el grupo de comunicación presidido por Jesús de Polanco, que habían recurrido una vez más durante la campaña electoral al fantasma de la Guerra Civil. Baste un ejemplo: en su programa de fin de semana en la Cadena SER, Fernando Delgado dijo que la victoria del PP sería la de los asesinos de García Lorca. Y no fue una improvisación desdichada o un exceso verbal del que la radio polanquista le obligara a arrepentirse. Lo repitió el fin de semana siguiente, ya con los ciudadanos al borde de las urnas. Así que, vistos los resultados electorales, o bien hay diez millones de asesinos virtuales de Lorca en la España del año 2000, o bien los españoles tienen una infinita capacidad de asimilar majaderías cainitas.

En realidad, desde las elecciones de 1993, convocadas por González en pleno escándalo de la financiación ilegal de su partido (caso Filesa), el "felipismo" político y periodístico había identificado machacona y sistemáticamente el posible acceso del PP al Gobierno no con una razonable alternativa democrática después de tantos años de aplastante hegemonía socialista, sino con la implantación de una dictadura de derechas, con la vuelta del franquismo e incluso, subliminalmente, con el mismísimo régimen nazi, a través de un célebre vídeo de propaganda que identificaba a Aznar y al PP con un feroz doberman. No se trató de la exageración propia de la pugna política ni de un temor real de los socialistas a un supuesto autoritarismo del PP, sino de una estrategia electoral deliberada y fríamente calculada que, por otra parte, se reveló muy eficaz. Cavando nuevamente la trinchera de las dos Españas, cultivando el recuerdo manipulado de la Guerra, invocando rencores y terrores casi olvidados, los socialistas trataban de impedir o dificultar la fuga de votos de la Izquierda a la Derecha dirigida por José María Aznar. Y lo consiguieron. Pudieron dilatar tres años su salida del Gobierno y preparar concienzudamente su paso por los juzgados para responder de los muchos delitos cometidos en sus años de poder.

Era, pues, la probada eficacia de esa estrategia propagandística, el efecto devastador para la alternancia democrática que la apelación guerracivilista tuvo en las elecciones de 1993 -que a pesar del escándalo ganó cómodamente González- y en las de 1996 -donde sólo perdió por 300.000 votos-, lo que motivaba la frase de Aznar, mezcla de amargura y alivio: "Ha terminado la Guerra Civil". Si la campaña del PSOE en 2000 fue, en términos políticos, desvaída y caótica, con un candidato llamado Almunia que tan pronto aparecía de compañero de viaje de los comunistas como de testaferro del anticomunista Felipe González, la campaña periodística contra Aznar, protagonizada fundamentalmente por los medios de Polanco, fue decidida, implacable, feroz. Y culminó con una cascada de comentarios editoriales insultantes contra el Presidente del PP por haberle negado en el cierre de campaña una entrevista al diario "El País". No es que ese gesto de Aznar, a quien las encuestas vaticinaban una victoria ajustadísima, careciera de valor y de significación. Al contrario: desafiar al grupo de comunicación más poderoso y supuestamente influyente de España negándole la posibilidad de maquillar su animadversión con una entrevista de trámite al final de la campaña añadía un valor muy especial a la mayoría absoluta. El propio Aznar comentaba en privado pocos días después de su victoria que la decisión de no hablar con los grupos de Polanco la tomó personal y exclusivamente él, contra la opinión horrorizada de todos sus asesores electorales. Y lo recordaba con indisimulable satisfacción, como si esa hubiera sido su auténtica y más difícil victoria política. ¿Acaso no es así? ¿Qué significa ese "final de la Guerra Civil" en la España de hoy?


Derecha e Izquierda en la lucha por el poder

Hay que recordar que la guerra civil de 1936-39, aunque suela presentarse manipuladamente como una rebelión de la derecha cerril, fascista y militarista contra una bucólica II República, ilustrada y democrática, fue en su origen una lucha a la desesperada de la derecha religiosa, política y social para evitar su aniquilación por una izquierda sectaria y decididamente revolucionaria. La guerra civil comienza de hecho en Octubre de 1934, cuando el PSOE, el PCE, los anarquistas y los nacionalistas catalanes, que se niegan a aceptar su salida del Poder en un régimen que consideraban de su exclusiva propiedad, tratan de impedir mediante la violencia la llegada al Gobierno de la derecha democráticamente vencedora en las urnas. Esa revolución de la izquierda y el nacionalismo separatista contra el Gobierno legítimo, derrotada dentro de la legalidad republicana por la derecha democrática de Lerroux, siguió siendo reivindicada, incluso después de su fracaso, por republicanos de izquierdas, socialistas, comunistas y nacionalistas.

Ese mismo bloque revolucionario, agrupado tras las siglas del Frente Popular, vencedoras en las elecciones de Febrero de 1936, no sólo elogiaba y amnistiaba el terrorismo revolucionario de dos años atrás, sino que, en boca del líder socialista Largo Caballero, el "Lenin español", propugnaba la implantación de la dictadura del proletariado al modo soviético. De hecho, tras el parcialmente fallido alzamiento militar del 18 de Julio, el Gobierno del propio Largo Caballero destruyó cualquier forma de legalidad republicana sustituyéndola por un régimen de terror revolucionario. La dictadura en el bando republicano y en el nacional, la represión en las retaguardias, las infinitas atrocidades de la guerra civil no fueron sino expresión de una durísima y sangrienta lucha por el Poder que la Izquierda creyó ganar y acabó perdiendo. El régimen franquista, que nace de la Guerra y que ha marcado indeleblemente la vida y la sensibilidad política de tres generaciones de españoles, se consideró en perpetua guerra civil contra la que llamaba y se llamaba España Roja. También, en la propaganda de la dictadura y en la realidad del nacionalismo vasco y catalán, la "Antiespaña".

La transición democrática después de la muerte de Franco consistió básicamente en que media España renunciaba a su ya lejana victoria en la Guerra Civil a cambio de que la otra media renunciara a la derrota, esto es, a la revancha. Se entiende o se entendía entonces que no cabía renunciar a los hechos históricos, ya irreversibles, sino a la legitimidad de las razones de ambos bandos para seguir haciéndose la guerra y para mantener indefinidamente la división en dos Españas. En realidad, la aceptación común de que se trataba de dos Españas, y no de una España y una Antiespaña enfrentadas interminablemente, abría el camino a la paz. Ese acuerdo nacional, implícito y explícito, tuvo el respaldo abrumadoramente mayoritario de la sociedad española y se mantuvo como discurso político desde el poder durante los gobiernos de Suárez y Calvo Sotelo (1977-82), incluso en circunstancias tan dramáticas como el golpe de estado del 23-F y el largo juicio militar posterior. Duró hasta la autodestrucción de UCD y la victoria del PSOE por una mayoría aplastante, diez millones de votos y 202 escaños, en 1982.

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