El primer gobierno del Rey bajo la presidencia forzada de Carlos Arias, que el Rey no deseaba, defraudó seriamente a la oposición partidaria de la Ruptura, que no tuvo en cuenta la presencia, bien vista por la opinión pública, de ministros claramente comprometidos por la reforma. La revista Guadiana, dirigida de forma muy incisiva por el joven político liberal Gabriel Camuñas, sacaba a portada en su número de 17 a 23 de diciembre, a Arias, Fraga y Solís bajo un gran titular: Los “nuevos” de siempre. En la revista colaboraban demócratas decididos como Eduardo G. Rico, Pedro Altares, Ramón Tamames, Daniel Gavela, José Antonio Nováis, Amando de Miguel, Manuel Jiménez de Parga y más de un comunista; nos íbamos conociendo todos pero aún nos movíamos con bastante confusión».
Ricardo de la Cierva
La lucha por el poder: así cayó Arias Navarro
Episodios históricos de España - 5
ePub r1.0
Titivillus 22.01.15
Título original:La lucha por el poder: así cayó Arias Navarro
Ricardo de la Cierva, 1996
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Para Mercedes 63
La aparición del eurocomunismo
El primer gobierno del Rey, bajo la presidencia forzada de Carlos Arias, que el Rey no deseaba, defraudó seriamente a la oposición partidaria de la ruptura, que no tuvo en cuenta la presencia, bien vista por la opinión pública, de ministros claramente comprometidos por la reforma. La revista Guadiana, dirigida de forma muy incisiva por el joven político liberal Gabriel Camuñas, sacaba a portada, en su número de 17 a 23 de diciembre, a Arias, Fraga y Solís bajo un gran titular: Los «nuevos» de siempre. En la revista colaboraban demócratas decididos como Eduardo G. Rico, Pedro, Altares, Ramón Tamames, Daniel Gavela, José Antonio Nováis, Amando de Miguel, Manuel Jiménez de Parga y más de un comunista; nos íbamos conociendo todos pero aún nos movíamos con bastante confusión. La revista Cambio 16, que alcanzaba entonces tiradas nunca vistas en España, saludaba al año nuevo: «Feliz año libre» (nº 212, 4 enero 1976). En el extremo opuesto la revista Fuerza Nueva (20.12.75) recelaba precisamente de los reformistas con su titular a toda portada: «Dios salve al Rey». En estos libros sobre la historia de la transición quisiera ofrecer al lector, fuera de toda mitificación del período como una época de la que manaba leche y miel, la impresión todavía vivísima de los recuerdos, los ambientes, los periódicos y los documentos reservados del momento, que salen de mi archivo pimpantes, relucientes, sin depósitos de polvo.
Durante tres semanas, incluida la de Navidad, los partidarios de la ruptura, salvo algunas ocasionales y moderadas declaraciones de disconformidad, prolongaban la misma tregua que les mantuvo inmóviles durante la larga agonía de Franco. El año nuevo amanece, como vemos, con pronósticos de libertad, aunque los reformistas del gobierno sabían ya entonces que mientras se mantuviera Carlos Arias en la presidencia se congelaría la reforma. La oposición de izquierdas lo sabía también. Declaraciones oficiales al nivel más alto —el vicepresidente Fraga, por ejemplo— habían cerrado el paso a la legalización del Partido Comunista, cuyo líder Santiago Carrillo tenia secretamente en el bolsillo el compromiso del Rey para otorgarle la legalización a medio plazo y había conseguido, por su capacidad de convicción y el acomplejamiento de los demás grupos de la izquierda, identificar la viabilidad de la democracia con esa legalización. Por su adiestramiento de varias décadas en la lucha clandestina, por su control de Comisiones Obreras, sindicato clandestino pero actuante, por la colaboración de un importante y numeroso grupo de católicos y clérigos, entre ellos varios jesuitas relevantes, por el arrastre de muchos profesionales de la cultura y el periodismo, el Partido Comunista aparecía como un bastión de la izquierda mientras el socialismo, a quien el Rey y los reformistas estaban dispuestos a tolerar y legalizar, se presentaba dividido en tres corrientes (los jóvenes de Felipe González, los viejos procedentes del exilio y los socialistas radicales e intelectuales del profesor Tierno Galván) que aún no estaban bien implantadas ni configuradas, con serias dificultades en sus trabajos de organización y encuadramiento. Y durante el mes de enero de 1976, para recordar al Rey que el plazo corre, el Partido Comunista (apoyado marginalmente por el resto de la oposición de izquierdas y por la extrema izquierda) va a plantear en la calle un pulso al gobierno Arias y específicamente a Fraga como ministro de la Gobernación; con el intento de forzar la ruptura desde las movilizaciones de masas, hasta que el Rey estuviera en situación de cumplir el pacto Prado-Ceaucescu. Es decir, al Rey rogando y con el mazo dando.
Pero aunque los españoles vivieran toda aquella época obsesionados con su problema interior, un libro de historia no puede descuidar el contexto exterior que tanto condicionaba al proceso de transición española. Fue 1976 un año de cismas; en la Iglesia católica y en el movimiento comunista internacional. Con el papa Pablo VI moralmente destrozado por lo que él mismo había llamado «autodemolición de la Iglesia», el arzobispo Marcel Lefebvre, a quien seguían numerosos católicos tradicionales, sobre todo en Francia, reaccionaba contra Roma con su rebeldía integrista y encontraba un eco de esperpento en la «Iglesia» sevillana del Palmar de Troya, con antipapa incluido y una riada de dinero que venía de medio mundo.
Mucha mayor importancia alcanzaba el aparente cisma del comunismo, en su desesperado esfuerzo de sobrevivir en los ambientes democráticos de Occidente cuando ya caminaba inexorablemente a su colapso en la Unión Soviética, que nadie se atrevía a predecir entonces. Bajo el impulso del líder comunista italiano Enrico Berlinguer se inventó el eurocomunismo, que no consistía, en el fondo, más que en una readaptación de las tesis del comunista histórico italiano Antonio Gramsci para infiltrar en la sociedad democrática, por medio de la acción cultural, la subversión revolucionaria que siempre constituyó la esencia expansiva del marxismo-leninismo. El líder de los comunistas españoles, Santiago Carrillo, se adhirió pronto a la nueva estrategia roja y consiguió que gran parte del comunismo español le siguiera; la nueva etiqueta le permitía presentarse como independiente de las directrices del comunismo soviético lo cual, como demostraría su antiguo compañero, el teórico Fernando Claudín, no era más que la fachada que permitiría a Carrillo continuar su vida de engaño sistemático; pero lo cierto es que la opinión pública, gracias a la tenacidad que el jefe comunista había demostrado durante treinta y cinco años de oposición, creyó en la autenticidad de su mensaje y en su primacía sobre la oposición. En medios universitarios de los Estados Unidos se le llegaría a saludar como campeón del antisovietismo, estúpidamente.
La situación económica mundial mejoraba en las naciones más avanzadas, gracias a que habían decidido a tiempo duras medidas para enfrentarse a la crisis general, pero no así en España, donde como sabemos el gobierno y la opinión pública se oponían a los imprescindibles remedios del ministro de Hacienda Juan Miguel Villar Mir; los demás ministros económicos, la gran Banca y los altos dirigentes empresariales se mostraban ciegamente de acuerdo con un resonante editorial publicado por