Varios - La Ilustración Liberal. Número 9. Sep 2001
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Estados Unidos crece entre el 1% y el 2%, la Unión Europea alrededor del 2%, Japón está en recesión; Asia, contagiada y dependiente de Estados Unidos y Japón, ha dejado de crecer; Latinoamérica es un valle de lágrimas que todavía irá a peor.
La economía española, por contra, ha crecido el 3,4% el primer trimestre de 2001 y es incluso posible que esa tasa se haya mantenido, o mejorado, en el segundo trimestre, además de haberse alcanzado un número récord de afiliados a la Seguridad Social, que ha superado los 15,8 millones, gracias, en gran parte, a la legalización de inmigrantes. Mantener esas tasas de crecimiento, tras siete años de expansión, en un entorno internacional claramente recesivo, es un logro que requiere –pero que tiene– explicación.
Resultaría tedioso repetir la descripción de las transformaciones de la economía española que han permitido esa espectacular expansión, en particular su ganancia de competitividad tras las cuatro devaluaciones y el favorable tipo de cambio con el que nos hemos integrado en el euro, junto con el rigor fiscal, el descenso del gasto público hasta el 40% del PIB, la afloración de economía –y, sobre todo de empleo– sumergida, y la política de privatizaciones y liberalizaciones –aunque haya que matizarlas–.
Podría creerse, como han expuesto muchos analistas, y han recalcado los partidos de oposición, en particular el PSOE, que ese larguísimo ciclo de expansión ha sido posible gracias al efecto contagio de la expansión norteamericana y, hasta cierto punto, europea. Siempre me ha parecido una tesis errónea, sin sustento en la realidad, pues nuestra recuperación es anterior a la europea, mucho más fuerte y todavía continua, mientras Europa se ve arrastrada por la esclerosis inter-alemana y el parón norteamericano.
Es evidente que dado nuestro tamaño, nuestras relaciones comerciales y el hecho de nuestro pleno empleo, sólo paliado por la inmigración, si todo el mundo se para España terminará por detenerse también, pero lo haremos más tarde, menos bruscamente y es posible que manteniendo cierto nivel de crecimiento. Existen una serie de razones, al margen de las fundamentales a las que he hecho, más arriba, una somera referencia, que explican la fortaleza de nuestra economía mientras casi todo se debilita a nuestro alrededor: el papel de las nuevas tecnologías, la situación del sector de la construcción, la fortaleza del turismo permanente y de temporada, el aprovechamiento del ahorro europeo –que posibilita la pertenencia al euro– y la realidad de la inmigración.
En la medida en que la actual fase recesiva del ciclo económico norteamericano es consecuencia de una fase anterior de sobreinversión en el sector de las nuevas tecnologías - información, informática, Internet, telecomunicaciones, suministradores de equipos de estos sectores- los países más afectados por la desaceleración son aquellos en los que el sector de la nueva economía era proporcionalmente mayor en términos de inversión bruta y de PIB. Por ello, el mayor ajuste es el de la economía norteamericana y por eso los países europeos más desarrollados –además del caso particular de Alemania–, además de los asiáticos, están sufriendo más que el resto. La inversión en esos sectores y el aumento –real o nominal es otra cosa– de la productividad que ha posibilitado esa inversión, se ha traducido en tasas de inversión en bienes de equipo cercanas al 14% del PIB en Estados Unidos y del 5% de aumento del PIB.
Cuando se han hecho evidentes la sobreinversión, la limitación de la demanda de los servicios que proporcionaban esas nuevas tecnologías y la imposibilidad de mantener el crecimiento de la productividad en el conjunto de la economía, la crisis ha sido inevitable. Estamos en la fase de ajuste, que terminará cuando los excesos se hayan purgado y hayan desaparecido las empresas marginales, incapaces de ofrecer unos mínimos de rentabilidad a sus accionistas. Al haberse reducido bruscamente la inversión en nuevas tecnologías, el crecimiento del PIB norteamericano ha pasado del 5% al 1-2% y la productividad ha evolucionado desde el 3% de crecimiento hasta una cifra negativa.
Lo sorprendente de esta crisis estadounidense es que, hasta ahora, no se haya extendido a otros sectores, hasta afectar, mucho más gravemente, al conjunto de la economía. Esta falta de contaminación se refleja perfectamente en la evolución del Dow Jones, que resiste con ligeras caídas, mientras el Nasdaq se ha desplomado. Y en el mundo real los datos confirman el mantenimiento de la demanda de consumo y la situación de estabilidad de los sectores que atienden esa demanda, las dos terceras partes de la economía. Una posible explicación de esta evolución, o parte de la explicación, es que, en gran parte, la financiación de las inversiones en los sectores de la nueva economía se ha hecho con capital-riesgo más que con créditos bancarios y las pérdidas las están sufriendo los detentadores últimos de capital en esas empresas, en su mayoría fondos de pensiones e inversión. Es posible, por tanto, que el desplome de un sector básico de crecimiento no esté provocando un ajuste monetario importante por la escasa presencia del crédito bancario y, por otra, que la pérdida de riqueza que han sufrido los consumidores sea, todavía, marginal en relación a la riqueza total, porque en ésta tienen un peso fundamental los bienes raíces, como las viviendas, que hasta el momento han mantenido, o incrementado, sus precios.
Es posible, por tanto, que estemos asistiendo a la primera crisis cíclica en la que la financiación de los sectores impulsores del crecimiento no haya sido, fundamentalmente, bancaria y en la que la riqueza de los consumidores no se haya visto afectada por las pérdidas en esos sectores de crecimiento. Esta situación es temporal –como todo en economía– y nada garantiza que, en un momento determinado, los consumidores no decidan modificar su conducta, provocando una caída severa de la demanda, o que, por el contrario, el proceso de ajuste se termine y se restablezcan las condiciones para volver a emprender el crecimiento.
Pues bien, poco de todo este proceso ha ocurrido en la economía española. Los sectores que han tirado de nuestra economía en estos años no son los de las nuevas tecnologías. De hecho, las inversiones han sido insuficientes, excepto en Internet, donde ya se está produciendo el ajuste; no hay excesos de capacidad y, al tiempo, tampoco el capital riesgo ha sido significativo. Lo que es más, la productividad medida por el sistema clásico –la división del PIB por el número de trabajadores, en su acepción más amplia– ha descendido en lugar de crecer. En consecuencia, el colapso de estos sectores está afectando poco al conjunto de nuestra economía, resintiéndose, sobre todo, los sectores ligados a la exportación o integrado en cadenas multinacionales, que tampoco es una proporción excesivamente alta en el total español.
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