Jean-Paul Sartre - El miedo a la revolución
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- Libro:El miedo a la revolución
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1970
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El miedo a la revolución: resumen, descripción y anotación
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LAS IDEAS
A fines de mayo, el poder gaullista parecía a punto de hundirse. A comienzos de julio, luego de las elecciones legislativas que le dieron cien bancas más en el Parlamento, parece más sólida que nunca. ¿Cómo explica usted este espectacular resurgimiento? ¿Puede considerarse que la izquierda es la responsable y que ésta ha fracasado en su misión?
Depende de qué izquierda se hable. Si se trata de los partidos, de las formaciones, de los hombres que representan a la izquierda “política”, entonces la respuesta es sí. Pero hay otra izquierda, a la que yo llamaría “social” y a la que hemos visto durante el mes de mayo en las fábricas en huelga, en las facultades ocupadas, en las manifestaciones callejeras. Ésta no ha fracasado en su misión. Al contrario. Ha ido tan lejos como le era posible, y al final sólo ha sido vencida porque sus “representantes” la engañaron.
No es nuevo. Desde mediados del siglo pasado existe en Francia un desajuste entre la realidad social y su expresión política. Dos imágenes del país coexisten sin superponerse: una, está dada por el resultado de los escrutinios; la otra, más profunda, sólo aparece por ráfagas, con motivo de movimientos populares espontáneos. Que estas imágenes nunca coinciden, bien lo vimos en 1936, en ocasión del Frente Popular, ya que fue necesario que los trabajadores “inventasen” la ocupación de las fábricas y desencadenasen un movimiento huelguístico sin precedente para lograr que se tradujera en hechos, es decir, en reformas precisas, el movimiento “político” que había llevado al Parlamento a una fuerte mayoría de izquierda. El presidente del Consejo de entonces, el socialista León Blum, llevado al poder por aquella ola, hizo, por lo demás, cuanto pudo por frenar ésta.
En 1936 había, por lo menos, coherencia entre el voto y la acción. Y ocurre —esto es lo que acaba de producirse— que ya no la hay. Los trabajadores, o los miembros de la clase media, sólo pueden tomar posiciones en la acción; si se comete la falta —o si se tiene la astucia— de reducir su movimiento a una elección entre aparatos políticos, se los puede llevar a condenar al aislamiento lo que acaban de hacer en la calle.
A esa Francia que durante el mes de mayo intentó hallar la verdad de su “imagen social” a través de todas las mentiras con que la hartaban, y que acababa de inventar algo y de tomar conciencia de sí misma mediante una directa resistencia a la violencia policial del poder, bruscamente se le ha impuesto su vieja “imagen política”, la del Partido Comunista, de la Federación de Izquierda, del Partido Socialista y de sus rencillas. Una imagen tan esclerosada, que los candidatos de izquierda no se han preocupado siquiera por cambiar una sola palabra en sus discursos de los últimos diez años. En la derecha hemos oído que un par de candidatos admitían “que algo había ocurrido digno de ser tenido en cuenta”; en la izquierda parece como si el movimiento de mayo no hubiera tenido lugar. En todo caso, había que olvidarlo lo antes posible. Hasta he llegado a leer en un afiche comunista esta frase extraordinaria: Votad por el PC, que ha hecho esto y aquello y “que ha impedido la guerra civil”. Llegar a semejante confesión es demasiado.
En el pasado solió usted expresar algunas reservas respecto de la política del Partido Comunista, pese a lo cual seguía considerándolo como un partido revolucionario que representaba a la clase obrera. ¿Los acontecimientos de mayo lo han hecho cambiar de parecer?
Pienso que el Partido Comunista ha tenido en esta crisis una actitud que no es en modo alguno revolucionaria, que no es, siquiera, reformista. El PC y la CGT se las han arreglado para reducir las reivindicaciones de la clase obrera a simples “demandas de aumento” —desde luego legítimas— y para hacerle abandonar las reivindicaciones atinentes a los cambios de estructura. Luego han marchado a paso redoblado tras de de Gaulle no bien éste habló de elecciones. A Waldeck Rochet le hemos oído decir: “Nunca hemos pedido otra cosa”.
El PC se ha hallado.así en una situación de complicidad objetiva con de Gaulle: ambos, al reclamar elecciones, se prestaban mutuamente un servicio. De Gaulle, por supuesto, señalaba al PC como el enemigo número uno, acusándolo —lo que él sabía que era falso— de estar en el origen de las “perturbaciones” de mayo. Pero era también una manera de volver a dar a los comunistas una especie de prestigio. Y de Gaulle tenía sumo interés en presentarlos como los principales instigadores de la revuelta, porque los comunistas se comportaban como adversarios “leales”, decididos a respetar la regla del juego; se comportaban, pues, como adversarios poco peligrosos.
¿Está usted de acuerdo con los que declaran que el Partido se ha finalmente conducido en este asunto como un movimiento social-demócrata?
Creo que hay que desconfiar de las etiquetas y los juicios simplistas. Afirmar que “el PC se ha convertido en un partido social-demócrata” no nos ayuda en nada a comprender su actitud. Vale más tratar, de explicar por qué los comunistas han preferido aceptar elecciones a sabiendas de que iban a una derrota, que esperaban menos amarga, sin duda, pero que sabían segura. En mi opinión, se han resignado a ella porque no quieren tomar el poder, a ningún precio. Y esto por dos razones.
La primera es que la izquierda no estaría en condiciones de mantener las promesas que los trabajadores acababan de arrancarles a los patronos y al gobierno. No se halla del todo preparada, y el PC no quiere tener que cargar con la responsabilidad del alza de los precios, de la devaluación o de la crisis del comercio exterior que inevitablemente van a producirse dentro de algunos meses. ¡Que los gaullistas se las arreglen solos!
Pero estas catástrofes sólo nos amenazan porque los patronos quieren mantener el sistema de la ganancia. Si un gobierno socialista o comunista llegara al poder, ¿por qué no iría a concebir una política económica totalmente diferente? ¿Por qué, en suma, dejaría de hacer la revolución? En este punto llegamos a la segunda razón del rechazo de los comunistas a tomar el poder: desde hace cuarenta años, éstos han llevado muy lejos la teoría de la revolución en los países industriales “avanzados”.
En un país altamente industrializado, el nivel de vida es relativamente alto, pero la economía es frágil. Ésta descansa en una organización técnica tan compleja, que la defección de unos pocos elementos puede ser suficiente para bloquear toda la maquinaria. Depende, además, de toda una red de intercambios exteriores. En la mayoría de los países desarrollados la agricultura ya no suministra todo lo que la población necesita. Hay que comprar en el exterior para alimentarse y hay que exportar para poder pagar. Ya no hay independencia absoluta. Ya no es posible, como hizo la URSS en sus comienzos, cerrar las fronteras, contando con la masa campesina para alimentar a todo el mundo, y ponerse a meditar en los problemas de “el socialismo en un solo país”. En Francia la revolución no podrá hacerse como se hizo en la Rusia de 1917; pero esto no quiere decir que sea imposible. Simplemente; hay que encontrar nuevas formas de lucha y averiguar lo que puede ser la organización de un poder revolucionario en las sociedades neocapitalistas llamadas “de consumo”.
¿Por qué nunca se ha hecho este estudio?
Porque desde 1945 los partidos comunistas occidentales, en particular el PC francés, han sido educados por el stalinismo para no tomar el poder. El mundo había sido repartido en Yalta. El reparto era bueno, y los soviéticos entendían respetar el contrato. Los comunistas occidentales recibieron, pues, la consigna de no ir “demasiado lejos”; Dentro del Partido francés, todos los hombres que han intentado impulsar las ventajas que los comunistas conquistaron por su admirable actitud durante la guerra, que han tratado de obtener reformas más o menos revolucionarias, que han incitado a los obreros a mostrarse más combativos, han sido llamados al orden por el Partido, han sido reducidos al silencio, expulsados. Porque el objetivo del Partido no es el de hacer la revolución.
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