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Friedrich A. Hayek - Principios de un Orden Social Liberal

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Friedrich A. Hayek Principios de un Orden Social Liberal
  • Libro:
    Principios de un Orden Social Liberal
  • Autor:
  • Editor:
    Unión Editorial
  • Genre:
  • Año:
    2010
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Principios de un Orden Social Liberal: resumen, descripción y anotación

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Nota del Editor La presente obra constituye una recopilación de cinco ensayos - photo 1

*Nota del Editor

La presente obra constituye una recopilación de cinco ensayos de Friedrich A. Hayek que son particularmente significativos respecto a lo que el Autor entiende por liberalismo y democracia.

El primero de ellos, "Principios de un orden social liberal", se encuentra en su volumen de Estudios en filosofía, política y economía.

El segundo, "Liberalismo", se encuentra en Nuevos estudios en filosofía, política y economía.

El tercer ensayo, "Por qué no soy conservador", corresponde al "Postscriptum" de su obra Los fundamentos de la libertad.

El cuarto, "La constitución de un estado liberal", se haya en el volumen de Nuevos estudios en filosofía, política y economía.

Finalmente, el quinto, "Adónde va la democracia", igualmente se encuentra en Nuevos estudios en filosofía, política y economía.

El editor pide disculpas debido a que la numeración del índice no corresponde con la de los ensayos, sin embargo, el contenido no se ha visto alterado en absoluto.

PRINCIPIOS DE UN ORDEN SOCIAL LIBERAL

1. Por «liberalismo» entenderé aquí la idea de un orden político deseable que se desarrolló inicialmente en Inglaterra desde los tiempos de los Viejos Whigs, a finales del siglo XVII, hasta los de Gladstone, a finales del siglo xix. David Hume, Adam Smith, Edmund Burke, T.B. Macaulay y Lord Acton pueden ser considerados sus representantes típicos en Inglaterra. Fue su idea de la libertad individual sometida a la ley la que inspiró originariamente los movimientos liberales de Europa continental y la que constituyó la base de la tradición política americana. Algunos de los pensadores más importantes que vivieron en estos países, como B. Constant y A. de Tocqueville en Francia, Im-manuel Kant, Friedrich von Schiller y Wilhelm von Humboldt en Alemania, y James Madison, John Marshall y Daniel Webster en Estados Unidos, pertenecen plenamente a esa tradición.

2. Este liberalismo hay que distinguirlo netamente de otro, en su origen, tradición de la Europa continental, definido también como «liberalismo», del que directamente desciende el que actualmente reivindica su nombre en Estados Unidos. Esta última versión, si bien comenzó con el intento de imitar la primera tradición, acabó interpretándola en el espíritu de un racionalismo constructivista, prevalente-mente en Francia, convirtiéndolo por tanto en algo muy diferente y, al final, en lugar de defender la limitación de los poderes del gobierno, llegó a sostener el ideal de unos poderes ilimitados de la mayoría. Tal es la tradición de Voltaire, Rousseau, Condorcet y de la Revolución francesa, convertida en la antecesora del socialismo moderno. El utilitarismo inglés ha heredado gran parte de esta tradición continental, y también el partido liberal inglés de finales del siglo xix, surgido de la fusión de los whigs liberales y de los radicales utilitaristas, ha sido fruto de esta mezcla.

3. Liberalismo y democracia, aunque compatibles, no son lo mismo. El primero propugna la limitación del poder del gobierno, mientras que la segunda se preocupa de en quién debe radicar ese poder. Podemos captar mejor la diferencia que entre ambos existe si nos fijamos en sus respectivos contrarios: lo opuesto del liberalismo es el totalitarismo, mientras que lo opuesto de la democracia es el gobierno autoritario. Por consiguiente, es posible, por lo menos en principio, que un gobierno democrático sea totalitario y que un gobierno autoritario actúe sobre la base de principios liberales. El segundo tipo de «liberalismo», al que aludí anteriormente, se ha convertido de hecho en democratismo más bien que liberalismo y, al pedir que el poder de la mayoría sea ilimitado, resulta ser esencialmente antiliberal.

4. En particular, convendría destacar que ambas filosofías políticas, que se describen como liberales y que sólo en muy pocos puntos llegan a conclusiones semejantes, se basan en fundamentos filosóficos totalmente distintos. La primera se basa en una interpretación evolucionista de todos los fenómenos culturales y mentales y en la conciencia de los límites de la capacidad de la razón humana. La segunda se apoya en lo que he llamado racionalismo «constructivista», una concepción que lleva a tratar todos los fenómenos culturales como producto de un diseño deliberado, y a la idea de que es al mismo tiempo posible y deseable plasmar de nuevo todas las instituciones existentes según un plan prefijado. El primer tipo de liberalismo es, por consiguiente, respetuoso con la tradición y reconoce que todo conocimiento y toda civilización se basa en ella, mientras que el segundo desprecia la tradición, pues considera que la razón, considerada aisladamente, es capaz de proyectar la civilización (recuérdese la afirmación de Vol-taire: «si queréis buenas leyes, quemad las que tenéis y haced otras nuevas»). El primero, además, es un credo esencialmente moderado, que confía en la abstracción sólo como un medio capaz de extender los limitados poderes de la razón, mientras que el segundo se niega a reconocer tales límites y cree que la razón, por sí sola, es capaz de demostrar que ciertas soluciones concretas específicas son deseables..

(Resultado de esta diferencia es el hecho de que el primer tipo de liberalismo al menos no es incompatible con las creencias religiosas y que a menudo haya sido defendido y desarrollado por hombres que poseían fuertes convicciones religiosas, mientras que el liberalismo de tipo «continental» ha sido siempre contrario a todas las religiones y políticamente ha estado en constante conflicto con las religiones organizadas.)

5. El primer tipo de liberalismo, el único que en adelante consideraremos, no es resultado de una construcción teórica, sino que surgió del deseo de extender y generalizar los efectos benéficos que brotaron imprevisiblemente de las limitaciones impuestas a los poderes del gobierno, a causa de la total desconfianza con respecto a los gobernantes. En efecto, sólo después de haber descubierto que la innegable mayor libertad personal de que gozó el inglés en el sigo XVIII produjera un bienestar material sin precedentes, se intentó desarrollar una teoría sistemática del liberalismo, intento que en Inglaterra nunca alteró el cauce originario, mientras que las interpretaciones continentales cambiaron en gran parte el significado de la tradición inglesa.

6. Así, pues, el liberalismo deriva del descubrimiento de un orden que se autogenera, un orden espontáneo de la realidad social (el mismo descubrimiento que lleva a reconocer que existe un objeto específico de las ciencias sociales teóricas), un orden que ha posibilitado la utilización del conocimiento y de las capacidades de todos los miembros de la sociedad en una medida muy superior a la que sería posible en cualquier orden creado por la autoridad central y que ha generado el consiguiente deseo de hacer el más completo uso de estas poderosas fuerzas que dan origen al orden espontáneo.

7. Con la intención de explicitar los principios de un orden ya existente, aunque sólo de una forma imperfecta, Adam Smith y sus seguidores desarrollaron los principios fundamentales del liberalismo, para demostrar las ventajas de su general aplicación. Al hacerlo, dieron por descontada una cierta familiaridad con la concepción de la justicia y con los ideales de la rule of law y del gobierno sometido a la ley, concepción e ideales muy poco conocidos fuera del mundo anglosajón; con el resultado de que no sólo sus ideas no fueron plenamente comprendidas fuera de los países de lengua inglesa, sino que perdieron su plena vigencia incluso en Inglaterra, donde Bentham y sus seguidores reemplazaron la tradición jurídica inglesa por un utilitarismo constructivista, derivado más del racionalismo continental que de la concepción evolucionista de la tradición inglesa.

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