Bibliografía
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Título original: Los Concilios medievales
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
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Una común definición de concilio la recoge L. Bouyer (Diccionario de teología, páginas 164-5, Barcelona, 1977), con las siguientes palabras: Asamblea de obispos reunidos para discutir y decidir todos los problemas que puede plantear la vida de la Iglesia.
La tradición consagrada en el seno de la Iglesia hace remontar esta costumbre a la reunión apostólica de Jerusalén del año 50. En el período inmediato se celebraron otras asambleas de indudable entidad tanto en Oriente como en Occidente. Sin embargo, sólo a partir del 325 (Concilio I de Nicea) se puede hablar de auténticos concilios universales o ecuménicos por encima de otros de menor alcance: concilios plenarios o nacionales, que reunían el episcopado de un determinado país, y concilios provinciales, en los que se daban cita los obispos de una provincia eclesiástica.
Los concilios ecuménicos fueron objeto de un renovado interés en torno a 1959, con motivo de la convocatoria del II Concilio Vaticano. Aún hoy día el concilio como una forma de gobierno de la Iglesia o como (aspiración de algunos sectores de la Cristiandad desde la Baja Edad Media) la forma de gobierno de la Iglesia sigue teniendo un atractivo.
El Medievo fue la época por excelencia de los concilios ecuménicos o con afanes de ecumenismo. De los veinte así etiquetados de forma más o menos oficial, dos se celebraron en la transición de la Antigüedad al Medievo (Nicea I y Constantinopla I) y sólo cuatro más allá de los límites cronológicos que habitualmente definen la Edad Media (Letrán V, Trento, Vaticano I y Vaticano II).
La fijación del dogma (gran preocupación de los primeros concilios celebrados en Oriente); la disciplina eclesiástica, la persecución de la herejía y la exaltación del poder pontificio (en el centro de los primeros grandes concilios occidentales) y la reforma de la Iglesia (viejo objetivo replanteado con crudeza en los concilios del Bajo Medievo) son los más importantes motivos de convocatoria de las grandes asambleas reunidas desde la época de Constantino hasta las vísperas de la ruptura luterana.
AA. VV.
Los Concilios medievales
Cuadernos Historia 16 - 076
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Titivillus 02.04.2021
Bizancio
y la Iglesia de los siete concilios
Por Ana Arranz Guzmán
Universidad de Alcalá de Henares
A NTE el tema de los concilios orientales, el historiador se encuentra con varios problemas que derivan no sólo de las diferencias entre una mentalidad oriental, mucho más sutil, y una occidental, sino también de la complejidad de acontecimientos convergentes que el Imperio bizantino vivió a lo largo de varios siglos. Unos acontecimientos que no dejaron en momento alguno de traslucirse en los siete concilios ecuménicos que vamos a analizar y que son fiel reflejo de las especulaciones, valores y preocupaciones de toda una sociedad. Abarcan desde el basileus hasta aquellos tenderos mencionados por San Gregorio de Nisa como personas más interesadas por las querellas teológicas que por vender. Concilios donde las disputas cristológicas suponían el centro de unas discusiones espléndidas por confusas y vivaces hasta el extremo de arrancar pasiones a los hombres más doctos y templados y de avivar el fuego de los nacionalismos.
Si bien siguen existiendo dudas acerca de la intervención personal de Constantino (306-337) en el Concilio de Nicea del año 325, lo trascendental es que este emperador iba a inaugurar una nueva época para el Imperio y la Iglesia.
La prueba de fuerza llevada a cabo por Diocleciano (persecuciones, sacralización de la figura del emperador y creación de toda una mística imperial) había resultado finalmente inoperante. El Cristianismo comenzaba a ganar terreno.
Además de las variadas razones tenidas en cuenta a la hora de explicar el triunfo del Cristianismo (el alto nivel moral cristiano frente a la desintegración espiritual del Mundo Antiguo y el ambiente generalizado de frustración), el denominado giro constantiniano, es decir, la conversión de Constantino y su trato favorable al Cristianismo, así como el establecimiento de una estrecha colaboración entre la Iglesia y el Estado, trajo consigo una nueva situación.
El hecho de que Constantino tuviera más superstición que fe, de que tan sólo recibiera el bautismo en su lecho de muerte, de que no renunciara nunca al titulo pagano de Pontifex Maximus, y el haber logrado ser la única persona adorada como dios por los paganos y como santo por los cristianos, representan hechos y anécdotas secundarios frente a lo que iba a suponer el triunfo del Cristianismo y la inauguración de una situación imprevista hasta entonces: la cooperación Iglesia-Estado y la progresiva intervención de los emperadores en cuestiones dogmáticas. Lo que sería una pesada carga a partir del Concilio de Nicea al darse el prime paso de la intromisión del poder secular en los asuntos internos eclesiástico.
La publicación del famoso edicto de tolerancia religiosa en el año 313, conocido por el Edicto de Milán, supuso el primer escalón. El decreto no implicaba un lugar privilegiado para el Cristianismo, pero sí establecía la igualdad entre cristianos y paganos. No obstante, tras la victoria de Constantino sobre Licinio en el 324, el emperador comenzó a acentuar su inclinación a través de sus actividades en los asuntos eclesiásticos, convocando concilios y aprobando leyes para el Imperio de acuerdo con las enseñanzas de la Iglesia.
Constantino y su madre, Santa Helena
(mosaico del monasterio de Osios Loukas,
Grecia, siglo XI).
El emperador Constantino (tabla búlgara medieval).
Encuentro del papa Silvestre con el emperador Constantino
(Iglesia de los Cuatro Santos Coronados, Roma).
Constantino, tras convertirse en el único gobernante del Imperio, deseaba disfrutar de un periodo de paz y tranquilidad. Sin embargo, los cristianos estaban preocupados por dos asuntos: la fecha en que se debía celebrar la Pascua, y por la querella provocada entre el obispo de Alejandría, Alejandro, y su presbítero Arrio.