BIBLIOTECA CLÁSICA GREDOS, 396
Asesores para la sección latina: JOSÉ JAVIER ISO y JOSÉ LUIS MORALEJO.
Según las normas de la B. C. G., este volumen ha sido revisado por OLGA ÁLVAREZ HUERTA.
© EDITORIAL GREDOS, S. A., 2011.
López de Hoyos, 141, 28002-Madrid.
www.editorialgredos.com
Primera edición: octubre de 2011
Depósito legal: M-36.233-2011
REF.: GBCC396
ISBN 978-84-249-2188-0
INTRODUCCIÓN
I. EL POETA
De Gayo Valerio Flaco Setino Balbo sólo sabemos con certeza que escribió las Argonáuticas, y que Quintiliano lamentó lacónicamente lo mucho que habían perdido las letras latinas con su reciente fallecimiento: multum in Valerio Flacco nuper amisimus (Institución oratoria X, 1, 90). Su nombre completo nos ha llegado a través de las inscripciones de los manuscritos, que difieren entre sí con respecto al orden de los cognomina.
Nuestro Flaco debió de ser, al igual que Silio Itálico y a diferencia de Papinio Estacio, un poeta de elevada posición y aun de rango senatorio, si hemos de leer en la invocación proemial a Apolo (I 5 ss.) una alusión autobiográfica del autor a su pertenencia al prestigioso colegio sacerdotal de los quindecimviri sacris faciundis, muchos de cuyos miembros conocidos alcanzaron el consulado.
La escueta noticia de Quintiliano permite datar la muerte de Valerio Flaco antes de la del emperador Domiciano (18.IX.96), que es a su vez terminus ante quem para la publicación de la Institución oratoria. A fin de fechar con mayor exactitud la redacción de las Argonáuticas, se han espigado en el texto varios termini post quos de los que el más relevante es la toma de Jerusalén por las legiones de Tito en el año 70.
Esto no quiere decir que Valerio se haya puesto a escribir inmediatamente después del saco de Jerusalén, como no atestigua el obituario quintilianeo que su vida y actividad literaria se hayan prolongado hasta los últimos años de Domiciano.
II. EL POEMA
1. Materia
La celebérrima saga de los argonautas comienza cuando dos jóvenes vástagos de la casa de Éolo, Frixo y su hermana Hele, hijos del rey beocio Atamante y de su primera mujer Néfele, huyen a lomos de un prodigioso carnero de vellón de oro de las asechanzas de su madrastra Ino, quien había convencido a su esposo de que sacrificase a ambos hermanos para poner remedio a una mala cosecha que ella misma había provocado mandando tostar la simiente. Hele cae al mar durante la fuga y Frixo llega solo hasta la Cólquide, donde, sacrificado el carnero, entrega la áurea piel al rey Eetes, hijo del Sol, y recibe a su vez de este la mano de su hija Calcíope. Años después, el tirano Pelias, que reina en la ciudad tesalia de Yolco después de haber destronado, según algunas versiones, a su medio hermano Esón, reconoce en su sobrino Jasón, hijo de este, al hombre del que un oráculo le había aconsejado guardarse, y decide mandarlo en busca del vellocino de oro con la esperanza de que sucumba a los peligros del viaje. Embarca Jasón a los más ilustres héroes griegos a bordo de la Argo, nave portentosa que ha ayudado a construir la diosa Atenea, y, fiado en el favor de esta y en el de Hera, rencorosa enemiga de Pelias, pone rumbo a la Cólquide. Después de una travesía jalonada de aventuras, la Argo consigue atravesar las temidas Simplégades o Rocas Entrechocantes, que impedían el paso hacia el mar Negro, y arriba a su destino. Eetes promete entregarle el vellocino a Jasón si este consigue superar unas pruebas terribles, de las que sale airoso gracias a los hechizos de Medea, la maga hija del rey, que se ha enamorado locamente del forastero. Con ella arrebata el héroe la preciada piel al dragón que la guarda, y con ella huye a bordo de la Argo. Para demorar a los colcos que han salido en su persecución, matan al joven Absirto, hermano de Medea, y prosiguen su ruta hacia Grecia entre lances fabulosos. De regreso a Yolco, la hechicera rejuvenece al anciano Esón descuartizándolo e hirviendo sus pedazos en un caldero, y convence a las hijas de Pelias para que hagan lo mismo con su padre, que muere víctima del malvado ardid. Jasón se ve obligado a escapar con su esposa a Corinto, donde la repudia para casarse con la hija del rey de la ciudad; el mismo día de la boda, Medea se las ingenia para abrasar a la novia y al padre con sus artes mágicas, y, después de asesinar también a los dos hijos que ella misma ha tenido del Esónida, huye a Atenas, donde la acoge el rey Egeo.
He aquí, a grandes rasgos, el mito: un viaje a los nunca franqueados confines del mundo en busca de un precioso talismán; trabajos mortales impuestos por reyes inicuos; un héroe valiente, una princesa enamorada y un dragón. Un cuento de hadas que, nacido probablemente de un antiguo rito, acoge la remembranza de la colonización del mar Negro. Pero, sobre todo, una fábula, una fantástica historia viejísima que antes de Valerio Flaco contaron, alteraron y enriquecieron muchos otros, uno de esos relatos que no por manidos dejan de merecer nuevas lecturas.
La Ilíada menciona en tres ocasiones a Euneo, hijo de Jasón y de la reina de Lemnos Hipsípila (VII 468 s.; XXI 40 s.; XXIII 746 s.), y la Odisea conoce las genealogías de Pelias y de Esón (XI 254 ss.), la malignidad de Eetes, hermano de Circe (X 137) y el renombre de la Argo, «cantada por todos» ya en la época de los vagabundeos de Ulises, así como la predilección de Hera por el Esónida (XII 69 ss.); datos suficientes para conjeturar la existencia de unas Argonáuticas prehoméricas de origen micénico donde debían de encontrarse ya los elementos esenciales de la saga.
En la IV Pítica (462 a. C.), encontramos integrados ya en un relato coherente los momentos principales del mito: el destronamiento de Esón por Pelias; el oráculo que advierte a este contra el misterioso hombre «de una sola sandalia» (que resultará ser Jasón); el encargo de traer de la Cólquide el vellocino (condición para la restitución del Esónida en sus derechos dinásticos); la intervención de Afrodita en el enamoramiento de Medea; la prueba impuesta por Eetes, consistente en uncir dos toros de pezuña de bronce que exhalan llamas; la victoria sobre la serpiente que custodia el tusón; el rapto voluntario de la Eétide, futura «perdición de Pelias»; la escala en Lemnos y los amores de los argonautas con las mujeres que han matado a sus maridos (a la vuelta y no a la ida, como en la versión que popularizará Apolonio de Rodas); el intrincado viaje de retorno por Libia y la triunfal llegada a Grecia junto con la Colca.
De las fechorías de la bruja bárbara en la Hélade tratará la Medea de Eurípides (431 a. C.), única de las tragedias áticas de asunto argonaútico que sobrevivió a la incuria del tiempo.
Entre los siglos V y IV a. C., el mito de los argonautas ocupa buena parte de la Lyde de Antímaco de Colofón, escrita en metro elegíaco, y huye después de su país con los argonautas. La fabulosa geografía del itinerario de regreso les permite remontar el Danubio hasta el Adriático, en una de cuyas islas mata Jasón a Absirto por iniciativa de Medea, y cruzar desde este mar al Tirreno a través del Po y del Ródano; hacen escala en la isla de Circe, donde esta purifica a Jasón y a Medea del asesinato de Absirto; atraviesan con éxito las Planctas, escollos móviles semejantes a las Simplégades, y dejan atrás sin mayor menoscabo la costa de las sirenas y el peligroso estrecho de Escila y Caribdis; llegan después a la isla de Drépane, donde la reina de los feacios Arete acelera las bodas de los prófugos para evitar que su esposo Alcínoo entregue a Medea a la escuadra colca que había llegado en su persecución a través del Bósforo; arrastrados desde allí por una tempestad, aparecen en Libia, donde se ven obligados a portar a hombros por el desierto la nave varada en las Sirtes y a llorar, además, las muertes de Canto y de Mopso; parten de nuevo y, al costear Creta, mata la Eétide con sus sortilegios a Talo, fiero gigante de metal; reciben el auxilio de Apolo en la isla de Ánafe, y arriban por fin a Yolco venturosamente.
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