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Valerio Massimo Manfredi - Alexandros III: El confin del mundo

Aquí puedes leer online Valerio Massimo Manfredi - Alexandros III: El confin del mundo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 2005, Editor: Plaza & Janes S.A., Género: Historia. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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Alexandros III: El confin del mundo: resumen, descripción y anotación

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Sinopsis Alejandro aspira a convertir el mundo conocido en una sola nación - photo 1

Sinopsis: Alejandro aspira a convertir el mundo conocido en una sola nación bajo su mando, pero pocos comparten su sueño...

El ejército macedonio se adentra en Babilonia y asesta el golpe final al secular imperio persa. Alejandro aspira a convertir el mundo conocido en una sola nación bajo su mando, pero pocos comparten su sueño. Se urden conjuras, y el rey se ve arrastrado hacia una vorágine de violencia. Solo el amor de Roxana puede aliviar su soledad. Ella le infundirá el valor necesario para llegar a la India misteriosa y luego la fuerza para buscar el camino de retorno.

Alexandros III El confin del mundo - image 2

ALEXANDROS III:

El Confin Del Mundo

Valerio Massimo Manfredi

ePUB v1.0

28.01.2010

por ozn

para Vagos.es

Aléxandros 3

El Confin del Mundo

Valerio Massimo Manfredi

Alexandros III El confin del mundo - image 3

El rey se puso de nuevo en marcha a través del desierto a finales de primavera, por otra vía que desde el oasis de Amón llegaba directamente a las riberas del Nilo en las cercanías de Menfis.

Cabalgaba durante horas y horas a lomos de su bayo sármata, mientras Bucéfalo galopaba a su lado sin arreos ni riendas. Desde que Alejandro había caído en la cuenta de lo largo que era el camino que iba a tener que recorrer, trataba de ahorrarle a su caballo todo esfuerzo inútil, como si quisiera prolongarle lo más posible el vigor de la edad juvenil.

Se requirieron tres semanas de marcha bajo un sol abrasador y fue necesario afrontar aún durísimas privaciones antes de ver la fina línea verde que anunciaba las fértiles riberas del Nilo, pero el rey parecía no sentir ni cansancio, ni hambre, ni sed, absorto como estaba en sus pensamientos y recuerdos.

Los compañeros no le molestaban en su recogimiento porque se daban cuenta de que quería permanecer solo en aquellas interminables extensiones desérticas con su sensación de infinito, con su ansia de inmortalidad, con las pasiones de su espíritu. Sólo por la noche era posible hablar con él, y a veces alguno de los amigos entraba en su tienda y le hacía compañía mientras Leptina le daba un baño.

Un día Tolomeo le sorprendió con una pregunta que se había guardado dentro durante demasiado tiempo:

—¿Qué te dijo el dios Amón?

—Me llamó «hijo» —repuso Alejandro.

Tolomeo recogió la esponja que había caído al suelo de la mano de Leptina y se la dio.

—¿Y tú qué le respondiste?

—Le pregunté si todos los asesinos de mi padre estaban muertos o si había sobrevivido alguno.

Tolomeo no dijo nada. Esperó a que el rey saliera de la tina, le puso sobre los hombros un paño de lino limpio y luego comenzó a friccionarle. Cuando Alejandro se volvió hacia él, le escrutó hasta el fondo del alma y le preguntó:

—Así pues, ¿aún quieres a tu padre Filipo, ahora que te has convertido en un dios?

Alejandro dejó escapar un suspiro.

—Si no fueras tú quien me hace esta pregunta, diría que son palabras de Calístenes o de Clito El Negro... Dame tu espada.

Tolomeo le miró sorprendido, pero no se atrevió a replicar. Desenvainó el arma y se la alargó. Él la cogió y se hizo una incisión con la punta en la piel del brazo, haciendo brotar un hilillo bermejo.

—¿Qué es esto, no es acaso sangre?

—Lo es, en efecto.

—¿Es sangre, no es cierto? No es «icor, que dicen corre por las venas de los bienaventurados» —prosiguió citando un verso de Hornero—. Así pues, amigo mío, trata de comprenderme y no herirme inútilmente, si de verdad sientes afecto por mí.

Tolomeo comprendió y se excusó por haberle dirigido la palabra de aquel modo, mientras Leptina lavaba el brazo del rey con vino y lo vendaba.

Alejandro le vio disgustado y le invitó a quedarse a cenar, aunque no es que hubiera mucho que comer: pan seco, dátiles y vino de palma de ácido sabor.

—¿Qué haremos ahora? —le preguntó Tolomeo.

—Volveremos a Tiro.

—¿Y luego?

—No lo sé. Creo que una vez allí Antípatro me dirá lo que está sucediendo en Grecia y tendremos suficientes noticias por nuestros informadores de lo que Darío está planeando. En ese momento tomaremos una decisión.

—Sé que Eumenes te ha contado la suerte que ha tenido tu cuñado Alejandro de Epiro.

—Sí, por desgracia. Mi hermana Cleopatra estará destrozada, y también mi madre, que le quería muchísimo.

—Pero yo creo que eres tú quien ha debido de sentir el dolor más grande. ¿O me equivoco?

—Creo que tienes razón.

—¿Qué os unía tan íntimamente, aparte del doble parentesco?

—Un gran sueño. Ahora todo el peso de ese sueño recae sobre mis espaldas. Un día pasaremos a Italia, Tolomeo, y aniquilaremos a los bárbaros que le han dado muerte.

Escanció un poco de vino de palma al amigo, y luego dijo:

—¿Te gustaría escuchar unos versos? He invitado a Tésalo para que nos haga compañía.

—Con mucho gusto. ¿Qué versos has elegido?

—Versos que hablan del mar, de diversos poetas. Este paisaje de arenas infinitas me recuerda la extensión marina, y al propio tiempo el ardor abrasador de estos lugares me hace desearlo.

Apenas Leptina hubo retirado las dos pequeñas mesas, entró el actor. Vestía un traje de escena y llevaba el rostro cubierto de afeites: los ojos perfilados con bistre, la boca retocada con minio para hacerle un rictus amargo, como el de las máscaras trágicas. Tocó la cítara arrancando algunos acordes quedos y comenzó:

Brisa marina, brisa marina

que impulsas las naves veloces

sobre el dorso de las olas,

¿adonde me llevarás, desdichada de mí?

Alejandro le escuchaba encantado en medio del profundo silencio de la noche, escuchaba aquella voz capaz de cualquier entonación, capaz de vibrar por medio de todos los sentimientos y de todas las pasiones humanas, de imitar el suspiro del viento y el estampido del trueno. Se quedaron hasta tarde escuchando la voz del gran actor, que cambiaba a cada matiz, que gemía con el llanto de las mujeres o se alzaba soberbia con el grito de los héroes. Cuando Tésalo hubo terminado su representación, Alejandro le abrazó.

—Gracias —le dijo con ojos relucientes—. Has evocado los sueños que visitarán mi noche. Ahora ve a dormir, pues mañana nos espera una larga marcha.

Tolomeo se quedó un rato más tomando vino con él.

—¿Todavía piensas en Pella? —le preguntó de golpe—, ¿Piensas alguna vez en tu madre y en tu padre, cuando éramos muchachos y corríamos a caballo por las colinas de Macedonia? ¿En las aguas de nuestros ríos y de nuestros lagos?

Alejandro pareció reflexionar durante unos instantes; luego respondió:

—Sí, a menudo, pero me parecen imágenes lejanas, como de cosas sucedidas muchos años atrás. Nuestra vida es tan intensa que cada hora vale por un año.

—Esto significa que envejeceremos antes de hora, ¿no es así?

—Tal vez... O tal vez no. El velón que brilla más espléndido en la sala es el destinado a apagarse primero, pero todos los comensales recordarán lo hermosa y grata que era su luz durante la fiesta.

Apartó el faldón de la tienda y acompañó afuera a Tolomeo. El firmamento brillaba sobre el desierto con un número infinito de estrellas y ambos jóvenes levantaron sus ojos para contemplar la resplandeciente bóveda.

—Y acaso éste es también el destino de las estrellas que brillan más fúlgidas en la bóveda celeste. Que tengas una noche tranquila, amigo mío

—Y también tú, Aléxandre —repuso Tolomeo, y se alejó hacia su tienda en las márgenes del campamento.

Cinco días después llegaron a las riberas del Nilo, en Menfís, donde le esperaban Parmenión y Nearco, y esa misma noche Alejandro volvió a ver a Barsine. Había sido alojada en un suntuoso palacio que perteneciera a un faraón; sus habitaciones habían sido preparadas en la parte alta, expuesta al viento etesio que traía de noche un agradable fresco

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