de todos los Caifases y Herodes de esta Tierra.
«La raíz de todos los males es la pasión por el dinero» (1 Tim 6,10).
«Si la tierra está hecha para procurar a cada uno los medios de subsistencia…, todo hombre tiene derecho a encontrar en ella lo que necesita… Todos los demás derechos, sean los que sean, incluidos los derechos de propiedad y el comercio libre, no deben estorbar, antes al contrario, facilitar la realización de ese derecho primario. Y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera» (Pablo VI, Populorum progressio , 22).
«Mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz… Se instaura una nueva tiranía invisible… que tarde o temprano provocará su explosión… Porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos» (Francisco, papa, La alegría del evangelio , 56 y 59).
El título de este trabajo intenta parafrasear el ya célebre título de Thomas Piketty ( El capital en el siglo XXI ), considerado el mejor libro de economía de 2014 y cuyo autor ha rechazado la «legión de Honor», parece que como protesta discreta contra el actual gobierno francés. Esa paráfrasis del título me parece el mejor resumen del libro, uno de cuyos valores es el contraste entre los caminos que el autor propone de modo convincente como necesarios y el realismo con que ve que no se van a cumplir.
Naturalmente, este contraste desborda la mera economía y nos adentra en otro tipo de reflexiones, de carácter más bien teológico. Lo cual no es de extrañar, porque el autor del libro tiene una forma humana de hacer economía que la convierte en autentico material para la reflexión teológica o, simplemente, para una reflexión humana . Y un cristiano debe decir que en todo lo humano hay algo «teologal», dado que todo lenguaje sobre Dios es también (y preferentemente) un lenguaje sobre el hombre. Aquí puede aplicarse eso que tantas veces repiten muchos teólogos: toda teología es antropología.
Si, no obstante, a alguien le extraña que un teólogo escriba sobre un libro de economía, le invito a reflexionar un momento sobre la abundante y significativa presencia que tiene «el pan» a lo largo de toda la Biblia: desde el pan como símbolo del alimento y de la más elemental necesidad humana, como algo que se pide, que se recibe, que se debe compartir y, cuando es compartido, sublima su significado…, hasta el pan como expresión del don del mismo Dios, en Su palabra y en la eucaristía: «pan de vida». No debería, pues, resultar tan extraño que un teólogo hable sobre un economista, dado que, en algún sentido, ambos tratan de lo mismo.
Aún puedo remitir a otro detalle significativo: la revista internacional de teología Concilium , que nunca ha tenido sección bibliográfica, publica en su último número una recensión relativamente larga del libro de Piketty, hecha por dos teólogos brasileños (un seglar y un capuchino); y en ella se lee que «la teología tiene mucho que decir acerca del contenido de este libro».
¿Que cómo puede ser eso? Según un célebre pasaje del evangelio de Mateo (25,31ss), el encuentro con Dios tiene lugar, aunque el hombre no lo sepa , en nuestro encuentro con el hombre necesitado. Y de las necesidades que enumera el evangelista, cuatro tienen color económico (estar hambriento, sediento, desnudo o sin techo), y otra se refiere a la salud (estar enfermo). Ahí se juega el ser humano su juicio definitivo. Los llamados «Padres de la Iglesia» desarrollaron particularmente esa referencia a la salud, explicando que Jesucristo no curó enfermos para deslumbrarnos con su poder, sino para enseñarnos que también nosotros podemos curar. Hasta el punto de que algunos historiadores de la medicina ven ahí la raíz de por qué esta se desarrolló tanto en el Occidente de matriz cristiana (aunque quizá se haya pervertido luego) [1] . Hora es, pues, de que ese mismo modo de argumentar se aplique también a las otras necesidades materiales, poniendo en juego las palabras del mismo Jesús: «dadles vosotros de comer» (Mt 14,16). Dado el progreso de la economía y del poder del hombre sobre la tierra, es correcto decir que las palabras citadas de san Mateo deben leerse hoy también en términos «macroeconómicos» (unas estructuras que den de comer) y no meramente en términos asistenciales. Y que, por tanto, hay que hacer una lectura política de ese capítulo 25 de Mateo. Lo que he escrito en otros lugares sobre la llamada a ser «contemplativos en la relación [2] » se refiere no solo a la relación particular, personal, sino también a esa relación «estructural» que nos constituye a todos los humanos.
Pero, si eso justifica una reflexión teológica sobre la obra de Piketty, no es posible hacer esta reflexión sin un mínimo conocimiento del libro. Por otro lado, hay muchas gentes a las que el libro interesaría, pero que no podrán leerlo. Por eso me pareció que era un buen servicio a todas ellas comenzar con una exposición sucinta, no solo de las tesis del libro, sino del desarrollo que va llevando a ellas. Quede claro, no obstante, que ese resumen no pretende sustituir a la lectura, sino solo para aquellos que no puedan tener acceso a ella.
Reducir 650 páginas a unas 40 (en torno al 6%) es una pretensión bastante desbocada, que quiero subrayar para que el lector de mi resumen no crea que ya conoce bien a Piketty. Y más aún cuando el mismo libro tiene ya algo de resumen, pues su autor remite con frecuencia a soportes técnicos que solo han quedado « on line » pero que ya no figuran en su libro. Quizá pueda justificar mi intento alegando que más vale eso que nada, o con aquello tan clásico de « in magnis voluisse satis est ». Pero me siento obligado a declarar que, aunque he procurado incluir muchas citas literales de Piketty, todos los fallos o desenfoques del texto que sigue serán de mi exclusiva responsabilidad. Ojalá sean pocos o poco importantes. Si es así, se deberá a que dos amigos entrañables, economistas ambos (Benjamín y Carles), han tenido la paciencia de revisar mi resumen: no creo que me dieran sobresaliente, pero un aprobado sí lo conseguí.
Se me dijo también que quizá no era necesario resumir todo el libro, sino solo sus intuiciones centrales, que son más sencillas que sus análisis; pero otros me insistían en la oportunidad de tener un resumen más completo. Sepa, pues, el lector que si no quiere leer toda la primera parte, le bastará con la Introducción, el capítulo III.6 y los tres primeros apartados del capítulo IV; o, si no, pasar directamente al balance global o conclusiones de esta Primera parte. Sepa también que, si no entiende a la primera, quizá le ayude una segunda lectura y, aunque no lo entienda todo plenamente (quizás a mi me sucede lo mismo), podrá sacar un gran fruto de ambas lecturas, que es perder el miedo a los economistas, los cuales inspiran hoy un silencioso respeto, como el de los antiguos sacerdotes. Y sepa, finalmente, que esto lo dice un cura…
Por suerte, en el campo eclesiástico hemos ido pasando del antiguo respeto silencioso («lo ha dicho el cura»… o «los curas lo saben todo») a tomar humildemente la palabra. El antiguo clericalismo ha ido desplazándose de los curas a los economistas, y ahora es necesario desclericalizar esta otra casta. A ello puede ayudar el constatar que todo un premio Nobel de economía (Paul Krugman, admirador de Piketty, por cierto) habla de muchos de sus colegas como «charlatanes y cascarrabias» (¿no hubo muchos curas antaño que merecían esos mismos epítetos?). Y concluye que esos cascarrabias «son ahora gente de gran influencia política. Es como para asustarse. Y mucho [3] ». Pues hay que perder ese miedo.