P ABLO G IANERA
La música en el grupo Sur
Más de cien artículos distribuidos a lo largo de 347 números le dedicó la revista Sur a la música. La relación podría considerarse exigua pero señala una atención constante. Este ensayo explora la conexión entre el grupo Sur, intelectual, modernizador y de influencia considerable, y la rama de las artes sobre la que menos han reflexionado los pensadores argentinos a través del tiempo. Con rigurosidad y fluidez, Pablo Gianera va hilando temáticas, autores y artículos, su contexto, y la trama de discusiones estéticas que circularon en torno a la música en la primera mitad del siglo xx. Sur presentó un conjunto intermitente, y a veces contradictorio, de reglas estéticas, y con ello, una manera de enunciar esas reglas. En las prosas alejadas de Victoria Ocampo y Juan Carlos Paz, de Ernest Ansermet y H.A. Murena, de Ezequiel Martínez Estrada y Alberto Ginastera, de Igor Stravinsky y Leopoldo Hurtado y Jorge D’Urbano, se puede reconocer hoy una “manera Sur” de escribir sobre arte y, específicamente, sobre música. En el gesto cultivado, en las reglas que lo justifican y en las palabras que revelan el gesto y las reglas está la cultura de una época.
Director de colección:
D IEGO F ISCHERMAN
Í NDICE
A Lulú y Diario de Poesía , otras revistas
I NTRODUCCIÓN
Durante varios meses, el comentario de que estaba escribiendo este libro provocó en conocidos y amigos el silencio irremediable del otro lado de la línea telefónica o la mirada piadosamente incrédula. El problema, la causa de perplejidad, era el objeto. ¿El grupo Sur y la música? ¿Qué puede decirse sobre eso? Alguien me confesó que, honestamente, creía que el tema, sin más, no existía. Habría que decir en primer lugar que, aun así, la inexistencia de semejante relación (la de un grupo intelectual modernizador con la música) merecería ya muchas consideraciones. Pero el caso es que ese vínculo existe: poco más de cien artículos distribuidos en 347 números es quizás una proporción menor (hay que pensar que muchos de esos textos fueron meramente ocasionales), pero son la evidencia de una aparición constante, de una insistencia sorda. La relación que la revista Sur , y, de manera más general, el grupo organizado alrededor de ella, mantuvo con la música constituye probablemente el capítulo más secreto de su historia, aunque más no sea por el dato secundario, aunque en absoluto desdeñable, de que la música es posiblemente el asunto más discutido en los volúmenes de la Autobiografía y de los Testimonios de Victoria Ocampo.
No debería pasarse por alto que la idea de “grupo”, referida a Sur , resulta problemática. Lo que se llama “grupo Sur” parece más bien una formación heteróclita que excede a la revista, aunque sería inconcebible sin ella. Esta condición torna especialmente difícil la determinación de su ideología. Con todo, es posible, como observó Oscar Terán, delinear algunos de los rasgos centrales de su proyecto intelectual: “liberalismo aristocrático, espiritualista y cultural”. Así definido, podría decirse que el grupo fue transmisor de “un mensaje elitista y cosmopolita”.
De modo quizás caprichoso, Sur presentó un conjunto intermitente, y a veces contradictorio, de reglas estéticas, lo que incluye asimismo una manera de enunciar en palabras esas reglas. Retrospectivamente, se reconoce una “manera Sur” de escribir sobre arte, y específicamente sobre música, que se abre paso en prosas alejadas: las de Victoria Ocampo y Juan Carlos Paz, las de Ernest Ansermet y H.A. Murena, las de Ezequiel Martínez Estrada y Alberto Ginastera, las de Igor Stravinsky y Leopoldo Hurtado y Jorge D’Urbano. En el gesto cultivado, en las reglas que lo justifican y en las palabras que revelan el gesto y las reglas está la cultura de una época. Hay, con todo, una rara paradoja: a pesar de que no hubo mayores exclusiones, a pesar de que, en cada época, escribieron aquellos que era previsible que lo hicieran, la revista no consiguió construir un discurso continuo sobre la música y quedó limitada a intervenciones desarticuladas y espasmódicas; intervenciones de las que el recorte de artículos que aquí se abordan ofrecerá, confío, una muestra cabal.
La versión en español, incluida como apéndice, de un breve texto de Alban Berg conectado lejanamente con un ensayo de Juan Carlos Paz es también un modestísimo homenaje al énfasis que Sur le confirió a la traducción en todos los sentidos.
Por último, debería decir que, salvo por las notas al pie, garantías de verosimilitud, La música en el grupo Sur es un ensayo, no una tesis académica ni un escrito que aspire a satisfacer referatos o estatutos curriculares e historiográficos. Tampoco es una historia del grupo Sur. Es un ensayo en el sentido de la tentativa. G.K. Chesterton creía que la gente escribía ensayos para descubrir justamente qué era un ensayo. Aquí se trató también de descubrir el objeto. O quizás, para hacer algo de justicia a la incredulidad de los amigos, de inventarlo.
M ODERNIDAD Y ESNOBISMO
I
Lo único que me gusta con pasión es la música .
Carta de Victoria Ocampo a Delfina Bunge del 21 de agosto de 1908.
El esnob y el fetichista, sexual o religioso, son hermanos. Ambos convierten en dioses particulares ciertos objetos y profesan devoción por las representaciones. Una piedra, una imagen, una media de seda, una zapatilla de baile o un stiletto son para el fetichista lo que los cuadros de Georges Braque o la música de Francis Poulenc para el esnob: meras sustituciones. Ambos, cada uno a su modo, están hechizados por la representación. Lo que suele representarse es lo distinto, y nada, casi por definición, puede ser más distinto que lo nuevo. El fetiche del esnob es por eso la novedad. Los esnobs están privados de las herramientas para identificar lo nuevo; no saben exactamente qué es. Probablemente nadie lo sepa del todo, pero ellos lo presienten de manera infalible. Allí reside el heroísmo y el martirio del esnob: crea para el mundo un objeto y debe luego adorar su creación.
Es posible que no haya progreso en el fetichismo; en cambio, no hay sino regresión en el esnobismo, aunque se trata de una regresión ambigua, levemente desenfocada, que resulta funcional al progreso. A diferencia del fetichismo sexual, plenamente complacido con la parte, el esnob habita en la ligera impostura de simular que desea lo que su objeto de adoración representa, cuando en realidad sería raro que tolerara la posesión cabal de lo nuevo. Como sucede con el fetichismo, el campo de posibilidades del esnobismo se revela ilimitado. El esnobismo puede colonizar casi cualquier objeto, práctica o hábito, y en cualquiera de las variedades, el esnob es un individuo que se sacrifica a sí mismo y a su gusto en nombre de una causa: el impulso de estar al día culturalmente, cuyas últimas consecuencias suele ignorar. Hay allí una curiosa comprensión del progreso. La evidencia de que los cambios del arte, y en general del mundo, se han acelerado depara en el esnob el frenesí de seguirle el paso al progreso para que este no vuelva obsolescente su gusto. Para el esnob, el arte también es una cuestión de modas: Stravinsky y Chanel quedan allí empatados y son intercambiables. Quizás, notablemente, el esnob comprenda aquello que el progreso significa ahora en el arte: no la evolución ascendente y estéticamente salutífera sino más bien la irreversibilidad.
Esos conocimientos imprecisos devienen contraseñas sociales en manos del esnob. Para él, lo nuevo debe ser una posesión. En el caso del arte, el esnobismo suele comportar una avanzada del gusto. Pero el esnobismo corre también sus riesgos. Ejemplar, el de Victoria Ocampo, inteligente y valiente aun en el error, libraba un combate contra la resistencia que las sensibilidades desacostumbradas le oponían a la novedad.