Umberto Eco - Semiótica y filosofía del lenguaje
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- Libro:Semiótica y filosofía del lenguaje
- Autor:
- Editor:ePubLibre
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- Año:1984
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Semiótica y filosofía del lenguaje: resumen, descripción y anotación
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Título original: Semiótica e filosofía del linguaggio
Umberto Eco, 1984
Traducción: Ricardo Pochtar
Editor digital: FLeCos
ePub base r1.2
I
Este libro reorganiza una serie de cinco ‘artículos’ semióticos escritos entre 1976 y 1980 para la Enciclopedia Einaudi. Casi cinco años separan la redacción del primer artículo de la del último, y muchos más han transcurrido desde 1976 hasta la fecha de la presente introducción. Era inevitable que surgiesen rectificaciones, análisis más detallados, nuevos estímulos. Por esa razón los capítulos de este libro, aun conservando la estructura de los artículos originales, han sido objeto de algunas modificaciones. Sobre todo el segundo y el quinto han cambiado de ordenación; el cuarto se ha enriquecido con párrafos nuevos. En muchos casos el párrafo nuevo se limita a ahondar el análisis original, otras veces, hay modificaciones más breves que transforman la perspectiva de conjunto. Todo ello corresponde a la línea de mis publicaciones de estos últimos años.
Como revela el índice, este libro examina cinco conceptos que han dominado todas las discusiones semióticas: signo, significado, metáfora, símbolo y código, y los toma en consideración desde el punto de vista histórico y en el contexto del marco teórico esbozado en mis obras inmediatamente anteriores —Tratado de semiótica general (1975) y Lector in fabula (1979)—, aunque, eso creo, no sin corregir en algunos casos la puntería. Estos cinco temas son y han sido también temas centrales en toda discusión de filosofía del lenguaje. ¿Esa comunidad de temas basta para justificar el título del libro?
Ante todo la elección es una consecuencia casi natural del proyecto de reconstrucción historiográfica que caracteriza el tratamiento de cada tema. Desde el segundo congreso internacional de semiótica (Viena, 1979) he venido insistiendo en la necesidad de llevar a cabo una verificación y reconstrucción del pensamiento semiótico (para comenzar, el occidental) a partir de la época clásica. En los últimos años he trabajado en esa dirección en cursos, seminarios, congresos, así como encargándome de la mayoría de los artículos históricos para el Encyclopedical Dictionary of Semiotics, que se publicará próximamente, e interesándome por la literatura, cada vez más abundante por suerte, que se ha ido publicando sobre el tema. Cada vez estoy más convencido de que, para comprender mejor muchos de los problemas que aún nos preocupan, es necesario volver a analizar los contextos en que determinadas categorías surgieron por primera vez. Ahora bien, cuando se recorre la historia de esos conceptos, nos encontramos con estudiosos de medicina, de matemáticas, de ciencias naturales, con retóricos, con expertos en adivinación, con emblematólogos, con cabalistas, con teóricos de las artes visuales; pero sobre todo aparecen filósofos. No me refiero sólo a los filósofos del lenguaje (desde el Crátilo hasta hoy en día), sino a todos los filósofos que comprendieron hasta qué punto el análisis de la lengua y de otros sistemas de signos es fundamental para entender muchos otros problemas, desde la ética a la metafísica. Cuando esta relectura se lleva a cabo correctamente, nos damos cuenta de que todo gran filósofo del pasado (y del presente), ha elaborado de alguna manera una semiótica. No podemos entender a Locke si no tenemos en cuenta que, como dice en el último capítulo del Ensayo, la esfera del conocimiento humano se reduce a física, ética y semiótica. No creo que pueda entenderse la filosofía primera de Aristóteles si no se parte de su observación de que el ser se dice de muchas maneras; ni existe mejor definición del ser precisamente, que aquella por la que el ser es lo que el lenguaje dice de muchas maneras. Así podríamos continuar con otras referencias: por ejemplo, a la semiótica subyacente (y no tan implícita) en Ser y tiempo.
Así las cosas, cómo no asombrarse de que los manuales de historia de la filosofía ‘borren’ esas semióticas, como si la necesidad de remontarse al problema del signo para comprender toda una filosofía representase una amenaza que debe ser eliminada para no perturbar los sistemas y las imágenes confortables que la tradición ha forjado. Por otra parte, en el segundo capítulo veremos cómo la tradición medieval reconoció pero al mismo tiempo ocultó, relegó a los márgenes del discurso, los formidables problemas semióticos que suscitaban inevitablemente los comentarios a las Categorías de Aristóteles.
Pero incluso sin tratar de derivar toda filosofía de una semiótica, nos basta con examinar la tradición de la filosofía del lenguaje. Esta no se reduce (como en la actualidad) a una especulación situada entre la lógica formal, la lógica de los lenguajes naturales, la semántica, la sintaxis y la pragmática, enfocada sólo desde el punto de vista de los lenguajes verbales. La filosofía del lenguaje, desde los estoicos hasta Cassirer, desde los medievales hasta Vico, desde Agustín hasta Wittgenstein, ha abordado todos los sistemas de signos, y al hacerlo ha planteado una cuestión radicalmente semiótica.
II
Preguntarse sobre las relaciones entre semiótica y filosofía del lenguaje obliga a distinguir ante todo entre semióticas específicas y semiótica general.
Una semiótica específica es una gramática de un sistema de signos particular. Hay gramáticas del lenguaje gestual de los sordomudos norteamericanos, gramáticas del inglés y gramáticas del sistema de señales de tráfico.
Utilizo el término ‘gramática’ en el sentido más amplio posible, que incluye, junto con una sintaxis y una semántica, una serie de reglas pragmáticas. Aquí no me propongo indagar cuáles podrían ser las posibilidades y los límites de una ciencia humana, pero considero que las semióticas específicas más maduras pueden aspirar a un estatuto científico, incluyendo la capacidad de prever los comportamientos semiósicos ‘medios’, e incluyendo la posibilidad de enunciar hipótesis falsables. Es evidente que nos encontramos ante un campo muy amplio de fenómenos semiósicos, y que existen diferencias notables entre un sistema fonológico —que se organiza mediante sucesivos ajustes estructurales y cuya aplicación llevan a cabo los hablantes sobre la base de una competencia no formulada en forma explícita— y un sistema de señales de tráfico impuesto a través de una convención explícita por la que los usuarios conocen claramente las reglas de competencia. Sin embargo, las mismas diferencias podrían localizarse en el continuo de las ciencias naturales, y sabemos hasta qué punto las capacidades de predicción de la física difieren de las de la meteorología, como ya advertía Stuart Mili.
Estoy hablando de semióticas específicas, no de semiótica aplicada: esta última representa una zona de límites imprecisos por lo que preferiría hablar de prácticas interpretativo-descriptivas, como lo es la crítica literaria de base o inspiración semiótica, respecto a la cual no creo que debamos plantearnos problemas de cientificidad, sino más bien de persuasividad retórica, de utilidad a los efectos de la comprensión de un texto, de capacidad para lograr que el discurso sobre el texto resulte controlable intersubjetivamente.
Desde 1978 se estableció una polémica cordial entre Emilio Garroni y yo (desde su Ricognizione della semiotica hasta su reciente intervención en el libro de entrevistas publicado por Marin Mincu: La semiotica letteraria in Italia) que podía sugerir una posible rigidez de nuestras respectivas posturas. Garroni, por su parte, con su desconfianza de la diversificación de las semióticas específicas y con su exigencia de una necesaria fundamentación filosófica; yo, en cambio, incitando a enfrentar los riesgos de una exploración empírica, postergando el problema filosófico. Pues bien, sobre la base de lo que vengo diciendo, esa oposición debería resultar menos tajante. Estoy convencido de que las semióticas específicas deben abordar sus propios problemas epistemológicos internos, es decir, reconocer y denunciar sus metafísicas implícitas, puesto que es imposible, por ejemplo, determinar en cualquier sistema (o texto) unos rasgos ‘pertinentes’ sin antes plantearse el problema epistemológico de definir la pertinencia. Pero se trata de un problema propio de toda ciencia, y no creo que sea irresponsable afirmar que a veces una investigación científica puede progresar perfectamente sin interrogarse sobre sus propios fundamentos filosóficos. Será el filósofo, o el científico mismo cuando filosofa sobre su forma de proceder, quien se plantee ese tipo de interrogación; sin embargo, no es raro el caso de investigaciones filosóficamente ingenuas que aun así han permitido descubrir fenómenos y esbozos de leyes que luego otros formularían de una manera más rigurosa y sistemática.
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