PRÓLOGO
En 1700 se publicó en España la primera biografía de sor Juana Inés de la Cruz. Su autor, el jesuita Diego Calleja, nunca vio a la monja mexicana en persona. Su breve Vita la redactó a partir de las cartas que ella le había enviado a lo largo de los años y de las conversaciones que sostuvo con personas, que de regreso en la península ibérica le contaron sobre las maravillas que hacía y decía esa mujer del otro lado del Atlántico. Quienes sí la conocieron y trataron personalmente dejaron solo unos cuantos párrafos sobre distintas etapas de su vida; los testimonios, en muchos casos, se limitan a un par de anécdotas sobre las reuniones que tenía la monja con la flor y nata de la sociedad novohispana en el locutorio del convento, a su atormentada relación con su confesor, a la crisis de los años finales y a su muerte. Estos escritos de época enfrentan al biógrafo moderno con varias dificultades: son contradictorios entre sí, ofrecen grandes lagunas y no terminan por echar luz sobre lo que realmente sucedió al final de la vida de sor Juana, cuando aparentemente, después de convertirse en la autora más afamada del imperio español, abandonó las letras y se dedicó a la mortificación.
Sor Juana redactó en 1691, cuando llevaba 23 años enclaustrada en el convento de San Jerónimo de la Ciudad de México, una carta al obispo de Puebla, Manuel Fernández de Santa Cruz, para justificar su inclinación por las letras y por los estudios humanísticos. Durante muchos años ella había escuchado de parte de diversos hombres de Iglesia que debía dedicar más tiempo a los asuntos religiosos y menos a los mundanos. Conocida como la Respuesta a sor Filotea, su misiva ofrece muchos datos autobiográficos, pero estos están en función de un solo objetivo: defenderse de quienes deseaban convertirla en una digna esposa de Cristo que no escribiese poesía. En ese sentido, sor Juana fue una autobiógrafa interesada, que acomodó y manipuló los hechos en su beneficio. La Respuesta a sor Filotea, como todos los otros textos sobre su vida escritos por sus contemporáneos, debe leerse con cautela. También ante los documentos oficiales (testamentos, profesiones, Protestas de la fe, etc.) conviene tener una buena dosis de escepticismo, ya que, por su carácter burocrático, estos textos se ciñen a reglas retóricas, que, en muchos casos, ocultan los verdaderos sentimientos de quienes hablan en ellos. En suma, la obligación del biógrafo es, ante todo, valorar la información, conocer las intenciones de quién la emite y superar la falacia de tomar todo al pie de la letra. Los hombres y mujeres barrocos siempre dijeron mucho más de lo que escribieron. Aprendamos a escucharlos.
Después de Calleja han existido múltiples y valiosos esfuerzos por reconstruir la vida de sor Juana. Y aunque en la actualidad contamos con más información documental que cuando Octavio Paz publicó su monumental Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe (1982), los libros sobre la célebre monja siguen dividiéndose en dos grupos: por un lado, aquel que hace una lectura de su vida desde el liberalismo laico y, por el otro, aquel que defiende a ultranza una interpretación hipercatólica de sus motivaciones y obras literarias. En cambio, esta biografía propone una exégesis lo más objetiva posible de todos los datos que se conocen de sor Juana hasta el día de hoy.
En los últimos 30 años, gracias al esfuerzo y paciencia de distinguidos investigadores, han salido a la luz extraordinarios documentos sobre la monja: se conoce mejor su núcleo familiar; se ha localizado el inventario de su celda al momento de su muerte; en México y en Lima se hallaron varios escritos anónimos en torno a la polémica por la publicación de la Carta atenagórica (1690); en Puebla se descubrieron dos cartas del obispo Fernández de Santa Cruz dirigidas a la jerónima que iluminan sus relaciones con la jerarquía eclesiástica; ha surgido también un Memorial que pone de relieve los vínculos sociales de sor Juana al momento de su ingreso con las jerónimas en 1668; se encontró asimismo el testamento del personaje al que ella entregó algunos de sus libros cuando decidió alejarse de la literatura; y apenas hace un par de años se descubrió una carta datada en 1682 en la que la virreina María Luisa Gonzaga hace la primera semblanza que se conozca de sor Juana. Biógrafos anteriores han presentado individualmente esta información, pero hasta ahora no se había valorado toda ella en su conjunto.
«No hay cosa más libre que el entendimiento humano», escribió sor Juana. Por ello, el lector debe sacar sus propias conclusiones tras leer estos nuevos documentos y conocer mi interpretación de estos y de otros datos ya conocidos. Quienes estén familiarizados con otras biografías de la monja-escritora se darán cuenta de que doy gran importancia a su estancia con sus tíos en la Ciudad de México durante su infancia y adolescencia, período que juzgo como muy positivo para Juana Inés a diferencia de la mayoría de los estudiosos. Además de los rasgos de su carácter como la disciplina y fuerza de voluntad, he procurado resaltar también su paciencia y su propensión a la introspección. Asimismo, allende de la influencia en su vida de los jesuitas, me detengo en su relación con el agustino fray Payo Enríquez de Ribera, quien fue arzobispo-virrey durante la década de los setenta del siglo XVII e influyó de manera decisiva en la manera en que sor Juana entendió su vocación de religiosa. Discuto ampliamente sus actividades administrativas dentro del convento y aquellas relacionadas con la especulación financiera: es momento de entender que sor Juana fue una monja-escritora-contadora, que tuvo un pensamiento económico muy moderno. Para explicarme lo que sucedió en sus años finales indago particularmente la personalidad creadora de la jerónima. Creo reconocer en la última etapa de su vida una crisis poética.
Mi sor Juana es un personaje paradójico; se suele hablar de la poetisa como si durante toda su vida ella hubiese defendido siempre la misma idea, o como si la mujer que ingresó al convento de dieciséis o diecinueve años fuese la misma que murió veintisiete años después. Esto no fue así: a lo largo de tres décadas dentro de San Jerónimo, sor Juana cambió, evolucionó y buscó con desesperación una solución a su conflicto existencial, a saber, cómo conjugar su personalidad de letrada con su vida monjil. En suma, esta biografía pretende mostrar el complejo y diversificado contexto cultural que hizo posible que sor Juana fuese, por una parte, censurada, pero, por otra, ampliamente celebrada. Hay que decir que ella no fue monja y poetisa profana pese a su época, sino precisamente gracias a las circunstancias de dicha época, en la que prevaleció una excesiva porosidad entre corte y convento.
Me sirvo de un extenso aparato crítico, que circunscribo estrictamente a las notas. Todo lo que se afirma en el libro es fidedigno, verosímil o documentable. Con todo, falta demasiado por estudiar del siglo y de la vida de sor Juana. Por desgracia, como se sabe, en el siglo XIX fueron destruidos muchos documentos de la vida conventual novohispana. Pero también es cierto que los hallazgos más recientes confirman que aún hay material por descubrir. ¿Aparecerá algún día el epistolario de la jerónima?
Estoy en deuda con quienes han precedido mi labor. Espero que los estudiosos de sor Juana Inés de la Cruz podamos muy pronto ocuparnos de la desiderata más urgente de la filología mexicana: la publicación, en una edición crítica, de los tres tomos originales de sus