Introducción
Este libro no es el que mi editor quería que fuera
A principios de 2019, mi editor, Roger Domingo, me propuso escribir un libro. Se avecinaban elecciones generales, autonómicas, municipales y europeas, además del juicio a los líderes del procés y las más que previsibles negociaciones a cara de perro por la formación de gobierno, y eso me iba a dejar muy poco tiempo libre durante los siguientes meses por mi trabajo en el diario El Español y mis colaboraciones en la tertulia de Federico Jiménez Losantos en esRadio. Aun así, le contesté a Roger prometiéndole algunas propuestas en breve. «No hace falta, quiero que escribas sobre Cataluña», me dijo durante una conversación en una cafetería de la estación de Sants.
Como también dice Félix de Azúa, la modestia es la mayor de mis muchas virtudes. Así que le respondí a Roger que me veía incapaz de escribir una sola línea sobre Cataluña que no hubieran escrito antes Arcadi Espada, Rafa Latorre, Daniel Gascón, Albert Boadella, Juan Claudio de Ramón, Jesús Laínz o el mismo Federico Jiménez Losantos. Llámenlo pánico escénico, si quieren. No se equivocarán de mucho. «Cristian, ellos han escrito de lo que ha pasado en Cataluña. Yo quiero que tú escribas sobre cómo solucionarlo», me dijo.
Como si me hubiera pedido el nombre del asesino de Kennedy, el paradero del avión MH370 de Malaysia Airlines o una propuesta de resolución del conflicto palestino. «Eso es imposible, Roger, y que nadie se haya atrevido con el morlaco, más allá de tres o cuatro pases de muleta más ventajistas que otra cosa, es la prueba de que lo de Cataluña no tiene solución.» En realidad, no respondí con un argumento tan articulado. Pero el mensaje llegó alto y claro.
Finalmente, Roger y yo llegamos a un acuerdo para evitar mi despeñamiento por el barranco de la locura. El libro se titularía La anomalía catalana , y sería más un diagnóstico que una receta, en la línea de esos espantosos libros de ilustraciones médicas del siglo XIX repletos de grotescas enfermedades de la piel y dantescas deformaciones de los órganos provocadas por el cólera, la ictiosis, el cáncer, la sífilis y la difteria. Un follarreír , que dicen en Jerez de la Frontera. Pero es que el tema es el que es.
El vínculo entre el conflicto catalán y las mencionadas ilustraciones médicas del siglo XIX se explica solo. Aunque la medicina de por aquel entonces desconocía qué causaba muchas de esas afecciones, así como su correcto tratamiento, ahora sabemos que algo tan sencillo como una buena higiene habría evitado o paliado los efectos de la mayor parte de ellas.
The Sick Rose se llama, por cierto, el más conocido de los libros que recopilan esas ilustraciones. En español, La rosa enferma . Así podría haberse titulado este libro. Ojalá nadie lo malinterprete como un libro contra Cataluña cuando no es más que un libro contra la enfermedad que corroe sus órganos. Esa enfermedad se llama nacionalismo, y contra ella se construyó la Unión Europea tras dos devastadoras guerras mundiales provocadas por su veneno.
Que esa enfermedad haya renacido en mi casa, y que lo haya hecho con tanta fiereza, propulsada por una mezcla de xenofobia, corrupción, narcisismo, aburrimiento, sentimentalismo, victimismo y complejo de inferioridad disfrazado de complejo de superioridad, me provoca más tristeza que resentimiento por lo que pudo ser y ya jamás será. La publicación de este libro me pilla recién exiliado en tierras más amables, las de Cádiz. Mentiría si dijera que el motivo de la decisión ha sido el procés , pero mentiría también si no dijera que la degeneración de mi ciudad, Barcelona, y el enrarecimiento del clima social en Cataluña han tenido mucho que ver. El mismo día que escribo esta introducción se han producido dos tiroteos en Barcelona. Son el tercero y el cuarto en cinco días en una ciudad en la que las pistolas han sido algo caro de ver durante los últimos cuarenta años de democracia. No lo fue durante las primeras décadas del siglo XX , cuando Barcelona era conocida como una ciudad de pistoleros. No pretendo hacer categoría de la anécdota a partir de la coincidencia de cuatro tiroteos en unos pocos días, pero sería absurdo negar que este déjà-vu de los años treinta del siglo XX en pleno siglo XXI es, por lo menos, llamativo. Sobre todo, a la luz de lo vivido durante los últimos años en Cataluña y en el resto de España.
No albergo ningún sentimiento de odio, pero tampoco de compasión, hacia los culpables de esta degeneración de mi tierra natal. Ojalá lo suyo hubiera sido simple nostalgia romántica. Como dice Rafa Latorre, el nacionalismo catalán ha heredado todos los defectos del Romanticismo sin replicar ninguna de sus virtudes estéticas. Hasta en eso han fracasado los nacionalistas. La cosa habría sido levemente más llevadera si el procés no hubiera sido, en su faceta estética, un cumpleaños de casal de gent gran con pretensiones de revolución posmoderna escrita en Comic Sans.
Pero, por complacer a Roger, vayan las siguientes líneas de esta introducción sui generis . De existir, intuyo que la solución al problema catalán no anda muy lejos de una buena higiene democrática y, sobre todo, de un poco más de respeto por el régimen constitucional que los españoles pactamos en 1978. Es decir, por la ley y la igualdad de todos los ciudadanos de este país. Tan fácil y tan difícil al mismo tiempo, ahora que muchos españoles creen que los catalanes merecemos algo más que ellos porque el nacionalismo les ha convencido de que somos un poco diferentes. Esto es, mejores. Otros, simplemente, consideran al nacionalismo catalán como un aliado contra ese franquismo sociológico que sólo existe en sus fantasías de Che Guevara de Vallecas. Pero éstos son un caso perdido, y sólo cabe esperar que el contacto con el aire limpio de un libro como éste desinfecte algunas de sus llagas ideológicas.