© Yerko Moretic y Carlos Orellana, 1962
Inscripción N° 25.264
Talleres de
Editorial Universitaria, S. A.
San Francisco 454, Santiago de Chile
Proyectó la edición Mauricio Amster
Edición electrónica, 2021.
Edición integral, con la portada original de Mauricio Amster.
Versión 1.0 - 04/2021
Yerko Moretić
Carlos Orellana
El Nuevo Cuento Realista Chileno
Antología
Con un ensayo sobre
“El Realismo y el Relato Chileno”
1962
Advertencia
Este libro ha sido concebido con una clara y específica finalidad: mostrar cómo el realismo se mantiene vivo y vigoroso en la narrativa chilena actual.
En el ensayo que precede a los cuentos se aborda brevemente el problema teórico del realismo en la literatura, y se examina desde este ángulo, de una manera general, el relato chileno de este siglo, con énfasis particular en la producción de las dos últimas décadas.
Los cuentos aspiran a proporcionar una visión parcial de la narración realista de nuestro país: la que se refiere al trabajo de numerosos escritores de reciente promoción. Un grupo de ellos lo constituyen autores que han publicado sus primeros libros realistas (novelas o volúmenes de cuentos) en los últimos cinco años: Margarita Aguirre (El Huésped, 1958), Edesio Alvarado (Venganza en la Montaña, 1959, La Captura, 1961 y El Caballo que Tosía, 1962), Armando Cassigoli (Angeles bajo la Lluvia, 1960). Luciano Cruz (Los Contrabandistas, 1959), Poli Délano (Gente Solitaria, 1960 y Amaneció Nublado, 1962), Manuel Miranda Sallorenzo (Los Lindes del Amargo, 1961), Jaime Valdivieso (El Muchacho, 1958 y Tornillito, 1961), Mercedes Valdivieso (La Brecha, 1961) y Luis Vulliamy (Piam, 1957 y Aquella Lluvia Lenta, 1960). Otros publicaron en este período en antologías: Ernesto Barrera (Diez Cuentistas de Valparaíso, 1958 y Orbita, 1960), Enrique Lihn (Cuentos de la Generación del 59, 1959) y Jorge Teillier (Cuentistas de la Universidad, 1959). Narradores inéditos son Félix Alarcón, Fernando Castro, Carlos Ossa, Mario Rotta y Eduardo Saavedra, prescindiendo de lo que la mayoría de ellos ha publicado en la prensa.
Hay otro grupo, en fin, al que en el ensayo de Moretić —sin el ánimo, por cierto, de acuñar una denominación específica— se alude como “generación ausente”. Ellos son: Juan L. Araya, Franklin Quevedo, Jorge Soza Egaña, José Miguel Varas Y Sergio Villegas. Varas publicó, muy joven, dos novelas, pero su perfil de narrador realista sólo adquirió relieve en trabajos dispersos que publicó en años posteriores. Villegas tiene antecedentes únicamente por su obra poética, y de los otros hay referencias por sus publicaciones en diarios y revistas. El conocimiento del trabajo de este grupo sirvió, en alguna medida, como punto de partida en la gestación de esta antología. En sus cuentos, considerados en conjunto, y en ellos mismos como escritores y como hombres, los antologadores han sentido que se resume una buena parte de los problemas que suscita la creación realista de nuestro tiempo.
En los trabajos de este libro hay, naturalmente, diversos niveles de realización. Las razones son claras. Pero en todos ellos —aunque también, como es natural, en grados de profundización diferente— puede advertirse la voluntad de aprehender de una manera realista sus respectivos materiales.
La expresión “nuevo cuento” debe tomarse en un sentido estrictamente cronológico. Los antologados son escritores “nuevos” porque empiezan su labor o la han iniciado recientemente. No supone ningún juicio de valor; tanto más cuanto que este conjunto de relatos se exhibe, precisamente, como una prolongación, promisoria y fecunda, de la tradición realista de nuestra literatura. Tampoco ha preocupado a los compiladores la cuestión puramente formal (en el sentido más exterior de la forma) de que algunos de los trabajos incluidos escapan, por su extensión o estructura, al concepto tradicional de cuento. A sabiendas de este hecho han denominado el libro, de una manera convencional, El Nuevo Cuento Realista Chileno.
A los antologadores les preocupa, ante todo, relevar el papel del realismo en nuestras letras, y afrontar la responsabilidad de salir al paso a la ofensiva antirrealista que, en la literatura chilena como en la de otras partes, ha ido asumiendo más y más el carácter de una embestida franca y frontal. De una u otra manera, sea que se trate de debatir una obra, de analizar a un autor o de discutir sobre generaciones, formas narrativas, etc., la controversia se sitúa entre los partidarios del realismo y sus antagonistas, entre los que propugnan una literatura de raíces nacionales, expresiva de nuestros verdaderos problemas, y los que, desde los más variados ángulos, propugnan su desnacionalización, su desvitalización.
Los resultados de la antología deben juzgarse, pues, teniendo presente este marco específico en que sus autores han querido deliberadamente situarla.
CARLOS ORELLANA
El Realismo y el Relato Chileno
I
La verdad surge de la totalidad de los aspectos de un fenómeno real, y de sus mutuas relaciones
(Lenin).
Toda obra literaria que aspira, por humildemente que sea, a elevarse a la altura del arte, debe justificar su existencia a cada línea. Y el arte mismo podría definirse como la tentativa de un espíritu individual para hacer justicia, lo mejor que se pueda, al universo visible, trayendo a luz la verdad diversa y una que entraña cada uno de sus aspectos. Es el esfuerzo para descubrir en sus formas, en sus colores, en su luz, en sus sombras y los hechos de la vida misma, lo que es fundamental, lo esencial y perdurable —su cualidad más evocadora y más convincente—, la verdad misma de su existencia.
(Joseph Conrad, en 1897)
El término realismo ha alcanzado una vigencia universal y tan preñada de significaciones, que sirve como piedra de toque en la gran polémica que, desde hace varios decenios, se realiza mundialmente en torno a las características esenciales de la creación literaria y a las proyecciones ideológicas de la labor artística en general. Sin embargo, si se quiere encontrar su definición en el uso que de él hacen los especialistas, de inmediato se advierte que existe una extraordinaria confusión, muy similar, por lo demás, a la confusión que reina habitualmente en la nomenclatura estética y filosófica.
Es cierto que la historia literaria ha consagrado dos acepciones de realismo: una, restringida, circunscrita a los rasgos asumidos por la literatura de varios países europeos (especialmente Francia, Inglaterra y Rusia), durante la segunda mitad del siglo XIX; y, la otra, amplia, referida a cualquiera producción literaria que constituya un reflejo veraz y hondo de la realidad.
Con frecuencia ambas acepciones se entrecruzan, identifican o malentienden en los textos especializados, o desaparece la acepción amplia. No siempre tal falta de rigor puede atribuirse a inadvertencia de historiadores y críticos literarios. Sería ofensivo, inclusive, suponerles ignorancia o candidez doctrinaria en cuestiones tan debatidas.
Basta fijarse, por ejemplo, en que determinada crítica europea y americana ha impuesto ciertas frases estereotipadas que revelan desprecio por la literatura realista —entendida en su sentido amplio, que es el que seguiremos utilizando—, para comprender que en ellas subyace un trasfondo muy poco ingenuo. Juicios como “de crudo realismo”, “desciende a un bajo realismo”, y otros parecidos, se aplican a obras literarias o a partes de ellas en que el autor se extiende minuciosa y hasta deleitosamente en escenas de alcoba, o describe hechos monstruosos, deformidades de todo tipo, episodios repugnantes, etc. Aun críticos partidarios de la literatura realista se dejan arrastrar mecánicamente por esta peyorativa terminología.