ANTONELLA S. MARTY
LA
DICTADURA
INTELECTUAL
POPULISTA
[El rol de los think tanks
liberales en el cambio social]
Prefacio de Álvaro Vargas Llosa
Prólogo de Alejandro Chafuen
© 2015 Antonella S. Marty
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«Tomen la cultura y la educación, y el resto se dará por añadidura».
Antonio Gramsci
«No existe, en definitiva, ninguna coacción centralizada capaz de predecir los asuntos humanos, aunque sí puede, en cambio, destruir la proliferante germinación de ideas en millones de cerebros».
G.L.S. Shackle en Alexander Shand
en The Capitalist Alternative
«Si podemos recuperar esa fe en el poder de las ideas, que fue la marca del liberalismo en su mejor momento, la batalla no está perdida. El renacimiento intelectual del liberalismo ya está en marcha en muchas partes del mundo».
Friedrich Hayek en Los intelectuales y el socialismo
«Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando son correctas como cuando están equivocadas, son más poderosas de lo que comúnmente se cree. En realidad, el mundo está gobernado por poco más que esto. Los hombres prácticos, que se creen exentos por completo de cualquier influencia intelectual, son generalmente esclavos de algún economista difunto […]. Tarde o temprano, son las ideas, y no los intereses creados, las que presentan peligros, tanto para bien como para mal».
J.M. Keynes en Teoría general del empleo, el interés y el dinero
«Nuestro trabajo es unificar e inculcar nuestra doctrina en las masas […] Dentro del Peronismo es necesario formar esa multitud de hombres jóvenes y estudiosos que son los que llenarán después las bibliotecas con la exposición de nuestras teorías».
Juan Domingo Perón en Conducción política
«Una revolución solo puede ser hija de la cultura y de las ideas […] Hoy mismo nosotros estamos envueltos en una gran lucha de ideas, de transmisión de ideas a todas partes, ese es nuestro trabajo»
Fidel Castro en Fidel en Caracas
índice
prefacio
por Álvaro Vargas Llosa
¿Deberían los liberales abocarse a la formación de partidos políticos para impulsar la causa de la libertad en el mundo o es preferible que dediquen sus esfuerzos a ganar la lid de las ideas para que sean otros, bajo la presión «ambiental», quienes desmonten la herencia estatista de los distintos países?
Todos los liberales nos hemos hecho alguna vez esta angustiosa pregunta para la cual no hay una respuesta «correcta» y otra «incorrecta»: ambas vías son válidas. Después de todo, la libertad de elegir de acuerdo con las preferencias de cada cual es un bastión de nuestro credo. Una decidida acción política apoyada en resultados exitosos puede modificar conciencias y a su vez atajar lo que Jean-François llamó la tentación totalitaria. Pero a la larga, si no hay un clima de ideas propicio, también es cierto que toda reforma liberal tendrá pies de barro y que la transmisión generacional de las buenas ideas políticas y de los buenos valores morales correrá el riesgo de verse interrumpida.
Estas y otras cuestiones medulares del quehacer liberal subyacen al libro de Antonella Marty, que expone con precisión el predominio de las ideas populistas e intervencionistas en América Latina y argumenta en favor de la necesidad de hacerles frente en el campo de la academia, la investigación, la divulgación y las comunicaciones. El objetivo es lograr una modificación sustancial del acervo cultural que hoy gravita tanto sobre quienes toman decisiones y quienes participan del quehacer político.
Con ese propósito en mente, la autora rememora y realza el ejemplo de quienes, en el mundo anglosajón, fueron capaces, en la segunda posguerra, de allanar el camino para que sus propios países emprendieran reformas audaces gracias a la creación de think tanks orientados a la defensa del Estado de Derecho, la propiedad privada y la libre empresa. Esas reformas, a su vez, inspiraron políticas transformadoras en otros lugares. El caso de Margaret Thatcher, que fue admirada por toda una generación de líderes en Europa central, por ejemplo, es indisociable del esfuerzo paciente que realizó el Institute of Economic Affairs, la legendaria creación de Antony Fisher, Ralph Harris, Arthur Seldon y otros a instancias de Friedrich Hayek, en el Reino Unido para desmitificar el mal llamado Estado del Bienestar.
No menos influyentes fueron, en los Estados Unidos de los años 80, las propuestas que habían impulsado entidades dedicadas a la investigación y a la divulgación de las ideas de la libre empresa desde los años 30 y 40, nacidas en parte como reacción al New Deal erigido por Franklin Roosevelt sobre los escombros de la Gran Depresión.
Con el tiempo y gracias a pioneros como Fisher, el ejemplo cundió en otras partes del mundo. Como nos muestra Antonella Marty, alcanzó también a los países en vías de desarrollo, incluida una América Latina muy necesitada de un aparato intelectual orientado a combatir el populismo.
Cuando se produjo la ola de reformas liberalizadoras y privatizadoras en esta región en los años 90, sin embargo, todavía el trabajo intelectual de los think tanks liberales y de los escritores, periodistas y divulgadores convencidos de la necesidad de desandar el camino populista no había alcanzado una masa crítica. Siempre he pensado que esa limitación tuvo consecuencias trágicas, porque de otro modo aquellas reformas hubiesen sido más profundas, coherentes y limpias de sospecha ética de lo que fueron. Estoy convencido de que, con esa masa crítica, las reformas hubieran resistido mejor el asalto populista contra el «neoliberalismo» que demonizó en muchos de nuestros países la causa de la libre empresa. De ese asalto populista nacieron las dictaduras, semidictaduras o democracias autoritarias del siglo 21 que afean hoy un subcontinente donde ha habido, sin embargo, progresos significativos.
Esta constatación, en cierta forma, convalida la tesis de la autora de La dictadura intelectual populista . Sin esa dictadura intelectual hubiese sido mucho más difícil que consiguiesen su propósito los caudillos que se han aferrado al poder en países como Venezuela, Bolivia, Ecuador y Nicaragua, o que han resucitado las peores prácticas del peronismo en Argentina, y para partidos que han acaparado el poder a lo largo de sucesivos periodos, como el laborista en Brasil. También hubiera sido mucho más costoso, desde el punto de vista político, para nuestros gobernantes democráticos mantener esa inercia mediocre que los llevó a desaprovechar el boom de las materias primas negándose a hacer nuevas reformas. Unas reformas que eran y son indispensables para continuar eliminando los obstáculos que traban la libre respiración de nuestras sociedades.
La buena noticia es que nunca es demasiado tarde. De allí que un texto como el que los lectores tienen en sus manos posea también, independientemente de la voluntad consciente de la autora, una dimensión convocante. Sus páginas invitan a los liberales de las nuevas generaciones a emprender la tarea de revertir la dictadura intelectual del populismo. Una red de instituciones liberales ya existente (y otras que puedan surgir en el futuro) están allí para ser fortalecidas y empleadas por quienes quieran contribuir a la tarea de modificar el clima de ideas en que se desenvuelve nuestra vida pública.
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