«Dejad que los demás hagan la guerra. Tú, Austria afortunada, cásate». He aquí la divisa de los Habsburgo que en Carlos I de España y V de Alemania, el más grande de todos, llegó al máximo de su éxito. Porque los vastos dominios que rigió a lo largo de su vida llegaron hasta él como resultado de seguir tal política, la de las uniones matrimoniales entre miembros de las diversas familias que reinaban por aquel entonces en Europa.
Carmiña Verdejo
Carlos V
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turolero 18.10.15
Título original: Carlos V
Carmiña Verdejo, 1968
Editor digital: turolero
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«Dejad que los demás hagan la guerra.
Tú, Austria afortunada, cásate».
He aquí la divisa de los Habsburgo que en Carlos I de España y V de Alemania, el más grande de todos, llegó al máximo de su éxito. Porque los vastos dominios que rigió a lo largo de su vida llegaron hasta él como resultado de seguir tal política, la de las uniones matrimoniales entre miembros de las diversas familias que reinaban por aquel entonces en Europa.
Carlos fue rey de Borgoña, por herencia de su padre. Gobernó las posesiones españolas, suyas por parte de madre. Fue elegido Sacro Emperador Romano, al suceder a su abuelo Maximiliano I, añadiendo de este modo a sus posesiones los dominios habsburgueses de Austria, Alemania y otras partes de la Europa central y oriental. Gracias al casamiento de su hijo Felipe con la reina inglesa María Tudor, extendió también hasta las islas su influencia, siendo llamado «Rey de Inglaterra, Francia, Jerusalén e Irlanda». Y más allá de Europa era señor de Méjico, las Antillas y Perú.
Fue el suyo un grandioso poderío que supo mantener en sus manos con inteligencia hasta que en el año 1555 abdicó voluntariamente en favor de su hijo, prefiriendo la paz y la soledad conventuales de Yuste al esplendor y gloria que bien merecía por su extraordinaria existencia, su inmenso poder, su envidiable posición en el mundo de entonces, sus grandes cualidades políticas y guerreras y sus meritorias virtudes personales, todo lo cual le convirtió en uno de los personajes más ilustres y que más influencia tuvieron en la Historia Universal.
Esta apasionante vida del genial político y guerrero es la que vamos a seguir paso a paso, volviendo atrás en el tiempo y sacudiendo el polvo de las crónicas antiguas que nos cuentan los hechos de Carlos I de España y V de Alemania y los pormenores de su vida.
Capítulo 1
Capítulo 1
Su Majestad, doña Isabel de Castilla, y su regio esposo, don Fernando de Aragón, estaban orando en la capilla de palacio cuando les llegó la gran noticia.
—Señora, en Gante ha nacido ya vuestro augusto nieto —anunció un mensajero que iba todavía cubierto con el polvo del camino.
—¿Cuándo ha sido el suceso feliz?
—El 24 de febrero, señora.
La Reina Católica juntó sus manos blancas y elevó los ojos al Cielo, al tiempo que sus labios murmuraban:
—Cayó la suerte sobre Matías.
A simple vista estas palabras parecen enigmáticas, pero lo que en realidad encerraban era una auténtica profecía, una visión anticipada de lo que había de ser la vida de aquel príncipe, nacido muy lejos de España, pero vinculado a ella con lazos indestructibles.
En efecto. Doña Juana, hija de los Reyes Católicos, y su esposo don Felipe, hijo del emperador Maximiliano de Austria, habían emprendido viaje hacia Flandes. Era uno de los muchos viajes que realizaba la augusta pareja desde que contrajeron matrimonio el 20 de octubre de 1496. Juana y Felipe tenían ya un hijo, su primogénita Leonor, nacida en Lovaina dos años después de la boda. Pero faltaba un heredero varón. Y este nacimiento tan esperado debía ocurrir precisamente en aquel viaje.
Era un lunes, 24 de febrero de 1500. En algún lugar de la ciudad de Gante daban las tres y media de la mañana. El llanto de un chiquillo rompió el angustioso silencio de la alcoba principesca donde reposaba doña Juana. Acababa de nacer un futuro emperador. Y casualmente, aquel lunes, era San Matías. De ahí que la abuela materna pronunciase la frase profética, pues previno que sobre el santo había recaído la suerte de ver nacer en su día a tan ilustre soberano.
En cuanto se supo la feliz noticia todas las campanas de la ciudad repicaron alegremente, anunciando al pueblo el acontecimiento. Las gentes se precipitaron hacia el castillo, congregándose en sus puertas, a fin de demostrar su júbilo y su adhesión a la corona. También los nobles se apresuraron a felicitar a su bien amado príncipe Felipe y a su gentil esposa, la princesa de Aragón. Todo era alegría en torno, todo parecía sonreír a los jóvenes padres.
La familia del emperador Maximiliano de Austria, abuelo paterno de Carlos I, por Bernard Strikel. (Galería Imperial de Pinturas de Viena). (Fotografía Mas).
El 7 de marzo fue la fecha elegida para bautizar al recién nacido. Desde el día del nacimiento hasta el del bautizo toda la ciudad se entregó generosamente a los preparativos. La fantasía de los artistas se desvivía en adornar calles y plazas para acoger con los honores debidos al pequeño príncipe en su primera visita a la ciudad. Es inútil es decir que en la fecha señalada se organizó una espléndida comitiva desde la Prinsenhof, donde nació, hasta la entonces iglesia de San Juan, hoy de San Bavon, donde debía tener lugar la ceremonia.
La Prinsenhof estaba a una media milla de la ciudad, detrás del Gravenkasteel, la aún existente Torre de los medievales Condes de Flandes. De la Prinsenhof sólo queda en la actualidad una puerta de arco rebajado y parte del muro superior, perforado por una ventana. Pocas son estas ruinas para dar una idea a los historiadores de cómo fue la mansión en que Carlos vio la luz. Pero en el Museo Arqueológico de la Abadía de la Byloke, en los alrededores de Gante, existe una pintura del siglo XVI, que no es gran obra de arte, pero sirve para llenar el hueco que el tiempo dejó en la que fue real casa. En el cuadro, la casa aparece como una vivienda típica del siglo XV, no muy grande, pero más agradable para habitarla que el vetusto Gravenkasteel. Lo más maravilloso de ella eran los alrededores, los cuidados jardines, las hermosas alamedas y los frondosos bosques.
La procesión bautismal fue algo jamás visto en Gante. El derroche de luz y riquezas que inundó la ciudad sólo podía hacerse para conmemorar una fecha como aquélla. La presencia de tan linajudos personajes sólo podía darse en una ocasión semejante. Y es que se iba a bautizar, nada más y nada menos, al recién nacido que, desde el mismo instante de abrir los ojos al mundo, era el heredero más fabuloso que lo fue rey alguno antes y después de él.
Fueron sus madrinas en la ceremonia Margarita de York, hermana del rey de Inglaterra, que era llevada en hombros, sentada en rica silla, y que tuvo el honor de llevar al neófito en brazos. La otra fue doña Margarita de Austria, la que ejercería extraordinaria influencia en el pequeño príncipe.
Los padrinos eran también varones de rancio linaje. Uno de ellos fue Carlos de Croy, príncipe de Simay. Y el otro fue el príncipe de Vergas. El primero llevaba el estoque desnudo, cuajado de pedrería, que ofreció como regalo al pequeño. El segundo le regaló el yelmo o calado de oro.