Título original: Carlos V
AA. VV., 1985
Editor digital: Titivillus
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Carlos V, el hijo de Felipe el Hermoso y de Juana la Loca, nace en Gante en 1500 y muere en Yuste en 1558. Su vida transcurre, por tanto, a lo largo de la primera mitad del siglo XVI, en ese período que se corresponde con el tardío Renacimiento y con el comienzo de la Reforma. Beneficiario de una herencia territorial gigantesca —los reinos de España con sus posesiones en Italia, norte de África y las Indias; los Países Bajos, Austria y la corona imperial—, Carlos tuvo que hacer frente a la compleja y diversa gobernación de tan dispares reinos e intereses. En este Cuaderno, Manuel Fernández Álvarez, Ana Díaz Medina, Teófanes Egido y Demetrio Ramos, trazan su perfil y analizan la política de quien fue rey de España, emperador de Europa y señor de las Indias.
AA. VV.
Carlos V
Cuadernos Historia 16 - 095
ePub r1.0
Titivillus 07.01.2022
Soldado y estadista
Por Manuel Fernández Alvarez
Catedrático de Historia Moderna. Universidad de Salamanca
L LAMADO a uno de los destinos más asombrosos de la Humanidad, hasta el punto de convertirse en el primer y único Emperador del Viejo y Nuevo Mundo, en principio nada cabía sospechar que tal ocurriese: en efecto, aparte de que la dignidad imperial era electiva, y nadie podía asegurar cuál seria la voluntad de los siete príncipes electores alemanes, a la hora de que quedase vacante la corona imperial, lo cierto es que las coronas de España tenían otros candidatos con mejores derechos que el príncipe Carlos. Fue preciso que la muerte le fuese allanando el camino, de forma sorprendente, y no sólo con el fallecimiento del príncipe don juan, el único hijo varón de los Reyes Católicos, sino con el de la princesa Isabel, su hermana —la mayor de las hijas de Fernando e Isabel— y de su hijo Miguel, que había sido jurado heredero de todas las Coronas peninsulares en 1501.
Tal cúmulo de circunstancias convirtieron a juana y a su descendencia en los herederos, hecho que llamó la atención de los contemporáneos. Era una situación asombrosa de la que el propio Carlos V se haría eco: así, en sus Instrucciones de 1543 a su hijo Felipe, al advertirle que debía ser moderado en su vida amorosa con su esposa María Manuela, le añadía:
… Conviene mucho que os guardéis y que no os esforcéis en estos principios, de manera que recibiésedes daño en vuestra persona, porque demás que eso suele ser dañoso, así para el crecer del cuerpo como para darle fuerzas, muchas veces pone tanta flaqueza que estorba a hacer hijos y, quita la vida, como lo hizo al príncipe don Juan, por donde vine a heredar estos Reynos (Corpus de Carlos V, II, 100).
Poco sabemos de la infancia de Carlos, aparte del hecho de que creció como un huérfano, a partir de la muerte de su padre Felipe el Hermoso en 1506, y de la locura de su madre recluida en Tordesillas al año siguiente, y con la que ya no volvería a vivir bajo el mismo techo, visitándola sólo de muy tarde en tarde.
Esa orfandad fue aliviada por criarse en su niñez en la Corte de su tía Margarita, quien después de enviudar dos veces, se retiró a su palacio de Malinas, desde donde gobernó los Países Bajos y la pequeña tropa de los hijos de Juana y Felipe que habían quedado bajo su tutela: Carlos, Leonor, Isabel y María (mientras, en España, se criaban los otros dos, Fernando —el preferido de Femando el Católico— y Catalina, la hija póstuma de Felipe el Hermoso, que Juana la Loca tenía junto a sí, sin dejar que nadie se la arrebatase).
Sobre aquel chiquillo nacido en Gante pronto llovieron los honores. A los seis años se vio convertido en conde de Flandes y señor de los Países Bajos. Diez años después, la muerte de su abuelo Fernando y la locura de su madre le hacen entrar en posesión de su herencia hispana, lo que los documentos mencionan con el título de las Coronas de España. Es cuando se dispone a su viaje hacia el sur, acompañado de su hermana Leonor —que le llevaba dos años— y de un alegre cortejo de palatinos flamencos, ávidos de lanzarse sobre la herencia española, bien dirigidos por el señor de Chièvres, Guillermo de Croy.
Rey de España
Por Ana Díaz Medina
Profesora de Historia Moderna. Universidad de Salamanca
L OS inicios del gobierno de España de quien había de ser, en expresión de Menéndez Pidal, Emperador del Viejo y del Nuevo Mundo, estuvieron erizados de tensiones y dificultades.
Al conocerse la muerte de Fernando el Católico, el grupo que rodea a Carlos en Bruselas comienza a pensar en el viaje a España. Ciertamente, el nuevo soberano desconocía prácticamente todo lo relacionado con los reinos que había de regir: ni su lengua ni sus costumbres ni sus leyes le habían sido enseñadas y, por tanto, no se había familiarizado con ellas.
Ese desconocimiento casi absoluto de todo lo relacionado con el país que había de regir tenía su origen —según Menéndez Pidal— en la propia voluntad de sus educadores flamencos, muy dependientes de la política francesa, sin que los españoles que residían en la corte de Bruselas ejercieran un contrapunto compensador; y ello porque constituían un conjunto heterogéneo de cortesanos que tenían intereses contrapuestos: de un lado, ciertos exiliados de la corte de Fernando el Católico, y de otro, algunos partidarios del hábil monarca aragonés, situados por éste cerca de su nieto para intentar que el futuro heredero de los territorios peninsulares tuviera una formación menos francófila y más hispana.
Con todo, de España entonces se hablaba en Europa, y estas noticias pudieron llegar al futuro Carlos V; aunque, ciertamente, lo que se decía estaba muy condicionado por la admiración, la envidia o el temor. Las Españas eran ese país que había concluido con el frente musulmán, era la nación que había descubierto un Nuevo Mundo de oro, pero era también el lugar en el que se había realizado una impresionante expulsión de hispano-judíos y donde se había puesto en marcha el terrible tribunal de la Inquisición. Un mundo, en fin, lleno de contradicciones y contrastes y que, por ello, podía estimular la curiosidad de cualquier joven monarca.
El encuentro con las tierras hispanas no se produjo conforme al ceremonial preestablecido: el fortuito desembarco ante la asturiana villa de Tazones llenó de sobresalto a sus moradores, que creyéndose invadidos se aprestaron a la defensa de su tierra con todo aquello de lo que pudieron echar mano; pintoresca anécdota en ese lento viaje de Carlos V hacia Valladolid, que parece presidido por dos consignas: retardar lo más posible el encuentro con Cisneros y conseguir el control de los dos personajes que podían oponerse a sus pretensiones hereditarias: su madre, la reina doña Juana, y su hermano, el infante don Fernando.
La visita a la prisionera de Tordesillas pudo, sin duda, impresionar afectivamente a Carlos V, pero también le pudo llevar a considerar que aquella mujer constituía un peligro para sus intereses de gobierno: quizá por ello, el 14 de enero de 1520, momento en que ya sonaban fuertes las voces del descontento en ambas Coronas, el Emperador indicaba en carta al marqués de Denla, guardián de doña juana, que lo más conveniente era que ninguna persona hable con S. A., pues aquello no puede aprovechar sino dañar. Era preciso aislar a su madre de cualquier contacto político.
Antes de esto, la muerte de Cisneros y la salida de su hermano Fernando hacia el norte de Europa parecían dejar el camino libre, aunque no hay que olvidar que, excepto por ser el primogénito, todo lo demás estaba en contra suya. Y en primer lugar, el enrarecido ambiente de Castilla, como lo puso de manifiesto el recibimiento que tuvo en Valladolid, donde pronto se echaron de ver las rivalidades entre la nobleza flamenca y la hispana, causa inmediata de los primeros enfrentamientos.