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Carmiña Verdejo - Leonardo da Vinci

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Carmiña Verdejo Leonardo da Vinci

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Leonardo de Vinci es tal vez el más claro ejemplo de espíritu plural que pasó a la inmortalidad. Leonardo de Vinci fue un genio en su época y lo sigue siendo a pesar de los siglos transcurridos. Su inteligencia sutil profundizó en todas las ramas de las ciencias y las artes, sin que ninguna dificultad obstaculizara su camino.

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Leonardo de Vinci es tal vez el más claro ejemplo de espíritu plural que pasó a la inmortalidad. Leonardo de Vinci fue un genio en su época y lo sigue siendo a pesar de los siglos transcurridos. Su inteligencia sutil profundizó en todas las ramas de las ciencias y las artes, sin que ninguna dificultad obstaculizara su camino.

Carmiña Verdejo Leonardo da Vinci ePub r10 turolero 171015 Título original - photo 2

Carmiña Verdejo

Leonardo da Vinci

ePub r1.0

turolero 17.10.15

Título original: Leonardo da Vinci

Carmiña Verdejo, 1968

Editor digital: turolero

ePub base r1.2

Introducción Leonardo de Vinci es tal vez el más claro ejemplo de espíritu - photo 3

Introducción

Leonardo de Vinci es tal vez el más claro ejemplo de espíritu plural que pasó a la inmortalidad. Leonardo de Vinci fue un genio en su época y lo sigue siendo a pesar de los siglos transcurridos. Su inteligencia sutil profundizó en todas las ramas de las ciencias y las artes, sin que ninguna dificultad obstaculizara su camino.

Figura 1 Leonardo de Vinci Sólo su misma inquietud su extraordinaria - photo 4

Figura 1. Leonardo de Vinci.

Sólo su misma inquietud, su extraordinaria capacidad, ese espíritu plural de que hemos hablado, esa eterna insatisfacción que le caracterizaba, constituyeron serios obstáculos en su vida, los cuales no le permitieron dejar concluida ninguna de las muchísimas obras que comenzó. El deseo de abarcar más y más le hacía inconstante. Y la infinita ilusión de ser cada vez más perfecto en su obra no le dejaba hallar el punto exacto donde esa obra alcanzaba su fin. Leonardo de Vinci fue arquitecto, ingeniero, matemático, filósofo, músico, escultor, inventor ingenioso y pintor por excelencia, amén de cultivar otras muchas actividades, siempre en busca de esa perfección anhelada, de esa satisfacción ignorada.

Leonardo de Vinci fue depositario de los más preciados dones. A la gigantesca inteligencia que poseía había que añadir una gracia delicada en todas y cada una de sus acciones y, además, una gran belleza corporal, nunca bastante alabada. Todo contribuyó a que su fama se extendiera más y más, hasta el punto que después de su muerte alcanzó dimensiones inusitadas, llegando a nuestros días tan lozana y amplia como lo fue en sus tiempos.

No es extraño, pues, que hayamos querido bucear en tan extraordinaria personalidad para conocer detalles y hechos de la vida del que es genio inmortal de la Historia del Mundo: Leonardo de Vinci.

Capítulo 1

La campesina y el notario

En una de las estribaciones del Monte Albano, rodeado de bosques de abetos, cercano a Florencia y en medio de una vega florida, en las que brillan las claras aguas del Arno, se alzaba un hermoso lugar Vinci. Era una aldea de la Alta Toscana, la bella región de Italia. Allí nació Leonardo, el formidable propulsor del Renacimiento.

Corría el año 1451. A la entrada de un pobre caserío montañés llamado Anciano, cerca de Vinci, sobre la carretera que conducía del valle de Niévole a Prato y a Pistoya, existía una posada campesina. En la muestra se leía: «Botigliaria». La puerta abierta dejaba ver una hilera de toneles, de cubiletes de estaño y de ventrudos cántaros de barro. Bajo un fresco emparrado que dejaba pasar el sol, se veían las ventanas enrejadas, sin cristales, con las contraventanas ennegrecidas y los escalones de las terrazas pulidos por los pasos de los clientes.

Los habitantes de los pueblos vecinos, de paso para la feria de San Miniato o de Fucchio, los cazadores de gamuzas, los arrieros, los carabineros que vigilaban la frontera florentina y otras gentes entraban allí para charlar un poco, beber un frasco de vino áspero y jugar a las damas, dados o cartas.

La criada era una pobre campesina, huérfana, de dieciocho años. Se llamaba Caterina y había nacido en Vinci. Caterina era muy bella. Poseía un gran encanto y una gracia alada, a pesar de su extrema humildad. Sus manos eran largas y finas, y sus bucles eran dorados y suaves como la seda. Su sonrisa era tierna, llena de misterio, un poco maliciosa, extraña en ese bello y sencillo rostro, austero y casi severo.

Primavera.

El joven notario florentino Piero de ser Antonio de Vinci, vino de Florencia, donde sus negocios le retenían la mayor parte del tiempo, a descansar a la villa de su padre. Ser Piero pasaba por ser un gran conquistador de mujeres. Tenía veinticuatro años y vestía elegantemente. Era hermoso, sagaz, vigoroso y estaba dotado de esa elocuencia amorosa que seduce a las mujeres sencillas.

Un día rogaron a ser Piero que fuese a Anciano a redactar un contrato para el arriendo a largo plazo de la sexta parte de la prensa de aceitunas. Cuando los campesinos firmaron las cláusulas en la forma legal, invitaron al notario a mojar el contrato en la taberna vecina del Campo della Tonacia. Ser Piero, hombre sencillo y afable hasta con las gentes humildes, accedió gustoso. Se encaminaron a la posada y pidieron buen vino. Caterina los sirvió. Y el joven notario se prendó de ella a la primera mirada.

—Hermosas doncellas tenéis en Anciano, amigos —comentó.

—Caterina es de Vinci, messer Piero —dijo uno de los campesinos.

—¡Ah! Luego somos nacidos en la misma aldea. Me agrada tal coincidencia. Y en verdad que Vinci es cuna de bellas mujeres.

—Gracias, señor —repuso la moza, ruborosa y esquiva. Aquella misma noche, ser Piero habló así a su padre:

—¿Sabéis una cosa, padre?

—Si no me la dices, hijo —sonrió ser Antonio.

—Voy a quedarme en Vinci hasta el otoño.

—¿Y por qué esa decisión?

—Deseo cazar codornices —excusó el joven notario—. Ya sabéis que es mi pasión favorita, padre. Y este año es bueno para la caza, según dicen los campesinos.

—Si ellos lo dicen, así será, hijo. Pero ¿y los negocios de Florencia?

—Un buen amigo cuida de ellos. No paséis pena por eso, padre.

—Está bien, está bien. Siempre me alegra gozar de la compañía de mis hijos. Si puedes estar entre nosotros una buena temporada, bien venido seas, Piero. —Gracias, padre.

En efecto. Piero quedó en Vinci, pero no era la caza de las codornices lo que le interesaba, sino algo mucho más importante para él. Era la conquista de la hermosa Caterina.

Ser Piero se hizo asiduo concurrente de la posada de Anciano. Alternaba campechanamente con los campesinos, pero sus ojos no se apartaban de la bella moza que iba de mesa en mesa sirviendo con garbo a los sencillos clientes. Comenzó a hacerle la corte, prometiéndole una y mil veces que la amaba como jamás amó a mujer alguna. Caterina, que se sabía demasiado humilde para aspirar a ser la esposa del joven notario, resultó menos accesible de lo que Piero creía. —Virgen María, acude en mi auxilio —pedía en sus oraciones la moza, resistiendo con supremos esfuerzos ante los requerimientos amorosos del apuesto galán—. No puedo ser la esposa de ser Piero. Le amo tanto como él desea, mas los Vinci no consentirían nuestra unión. Y yo debo conservar mi virginidad. Ayúdame, Madre mía. Apiádate de mí. Caterina resistía. Pero los ataques galantes de Piero eran cada vez directos. No en vano se le conocía como gran conquistador, a quien mujer alguna le negaba su amor. Y como no podía ser de otro modo, también Caterina acabó por ceder, entregándose en cuerpo y espíritu a aquél amor apasionado y loco. La moza fue feliz, muy feliz. Las palabras ardientes de Piero le confirmaban a cada instante que era la amaba intensamente. Y ella correspondía al cariño, olvidándose por completo de los escrúpulos que sintió en un principio.

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