OCTAVIO PAZ LOZANO (Ciudad de México, 31 de marzo de 1914 - 19 de abril de 1998) fue un poeta, escritor, ensayista y diplomático mexicano, Premio Nobel de Literatura de 1990. Se le considera uno de los más influyentes escritores del siglo XX y uno de los grandes poetas hispanos de todos los tiempos. Su extensa obra abarcó géneros diversos, entre los que sobresalieron poemas, ensayos y traducciones.
Octavio Paz, 1957
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En 1957 hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por su belleza –construcciones a un tiempo geométricas y aéreas, fantasías templadas siempre por una sonrisa irónica– sino también porque cada uno de ellos destila, por decirlo así, sabiduría. Me movió un impulso muy natural aunque, en México, mal pagado: compartir el placer que había experimentado al leerlos. Los publiqué, ese mismo año, en «México en la cultura», el suplemento literario de Novedades que dirigía Fernando Benítez. Más tarde reuní esos apólogos y cortos ensayos –algunos muy cerca de lo que llamamos «poema en prosa»– en Versiones y diversiones (1974), bajo un título adrede ambiguo: Trazos. Excluí únicamente los fragmentos de Chuang-Tzu. Ahora los recojo. Creo que Chuang-Tzu no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras.
México, abril de 1996
Notas
Notas
[1] El mundo de los muertos.
[2] El Matusalén chino.
[3] A pesar de todo, Chuang-Tzu amaba a Hui-Tzu. En otro pasaje de su libro, al contemplar la tumba de su enemigo íntimo, exclamó: «Era el único hombre, en todo el Imperio, con el que podía conversar».
[4] Maestro de Chuang-Tzu, fundador del taoísmo y autor del Libro del Tao (Tao-te King).
[5] Héroe mítico.
[6] Yin y Yang: las dos fuerzas o elementos, lo activo y lo pasivo, lo masculino y lo femenino, la luz y la sombra, el trabajo y el reposo, la danza y la quietud, los dos opuestos complementarios de que está hecho el Gran Todo.
[7] En su introducción al tratado de Averroes La incoherencia de la incoherencia, Simón van der Bergh cita un ejemplo parecido: un hombre camina con facilidad sobre una tabla si ésta se apoya en el suelo, pero vacila apenas se encuentra suspendida en un abismo. El ejemplo aparece primero en Avicena; más tarde lo citan Santo Tomás de Aquino, Robert Burton y Montaigne. También lo utilizó Pascal.
[8] El mismo Lieu-Ling.
[9] Alusión a la creencia de que el gusano de seda puede convertirse en avispa.
[10] Título del traductor.
Chuang-Tzu, un contraveneno
Chuang-Tzu, un contraveneno
Trazos
Trazos
«En 1957», escribe Octavio Paz, «hice algunas traducciones de breves textos de clásicos chinos. El formidable obstáculo de la lengua no me detuvo y, sin respeto por la filología, traduje del inglés y del francés. Me pareció que esos textos debían traducirse al español no sólo por su belleza –construcciones a un tiempo geométricas y aéreas, fantasías templadas siempre por una sonrisa irónica– sino también porque cada uno de ellos destila, por decirlo así, sabiduría. Me movió un impulso muy natural: compartir el placer que había experimentado al leerlos… Creo que Chuang-Tzu», como los otros poetas que recoge esta breve antología, «no sólo es un filósofo notable sino un gran poeta. Es el maestro de la paradoja y del humor, puentes colgantes entre el concepto y la iluminación sin palabras».
Octavio Paz
Chuang-Tzu
Siruela. Biblioteca de ensayo - Serie menor - 6
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Titivillus 05-04-2020
Poco o nada se sabe de Chuang-Tzu, salvo las anécdotas, discursos y ensayos que aparecen en su libro (que ostenta también el nombre de su autor). Chuang-Tzu vivió a mediados del siglo IV antes de Cristo, en una época de intensa actividad intelectual y de gran inestabilidad política. Como en el caso de las repúblicas italianas del Renacimiento o de las ciudades griegas de la época clásica, las querellas que dividían a los príncipes y a los pequeños Estados corrían parejas con la fecundidad de los espíritus y con la originalidad y valentía de la especulación. A grandes males, grandes remedios. Un poco más tarde los Ch’in (221-206 a. C.) unificaron al país y fundaron el primer Imperio histórico. Desde entonces, hasta la caída de la última dinastía en nuestro siglo, China vivió de las ideas inventadas en el periodo de los Reinos Combatientes. Durante dos milenios no hizo más que perfeccionarlas, podarlas, extenderlas o adaptarlas a las condiciones y circunstancias históricas. La filosofía, o mejor: la moral –y mejor aún: la política– de Confucio (Kung-Fu-Tzu) y sus grandes sucesores (Mo-Tzu o Mencio) fueron el fundamento de la vida social; sus principios regían lo mismo la vida de la ciudad que la de la familia. Pero la ortodoxia confuciana no dejó de tener rivales; los más poderosos fueron el taoísmo y, más tarde, el budismo. Ambas tendencias predican la pasividad, la indiferencia frente al mundo, el olvido de los deberes sociales y familiares, la búsqueda de un estado de perfecta beatitud, la disolución del yo en una realidad indecible. A diferencia del budismo –corriente de fuera– el taoísmo no niega al yo ni a la persona; al contrario, los afirma ante el Estado, la familia y la sociedad. El taoísmo es un disolvente. No es extraño que los confucionistas lo viesen como una tendencia antisocial, enemiga de la sociedad y del Estado. En el taoísmo hay una persistente tonalidad anarquista.
Los padres del taoísmo (Lao-Tzu y Chuang-Tzu) recuerdan a veces a los filósofos presocráticos; otras, a los cínicos, a los estoicos y a los escépticos. También, ya en la edad moderna, a Thoreau. Lejos de perderse en las especulaciones metafísicas del budismo, los taoístas no olvidan nunca al hombre concreto que, para ellos, es el hombre natural. Sus emblemas son el pedazo de madera sin tallar y el agua, que adquiere siempre la forma de la roca o del suelo que la contiene. El hombre natural es dúctil y blando como el agua; como ella, es transparente. Se le puede ver el fondo y en ese fondo todos pueden verse. El sabio es el rostro de todos los hombres.
He dividido a mi brevísima selección en tres secciones. La primera se refiere a la lógica y a la dialéctica. La crítica de Chuang-Tzu a las especulaciones intelectuales de los lógicos aparece en una serie de apólogos y cuentos en los que el humor se alía al raciocinio. Muchos entre ellos asumen la forma de un diálogo entre Hui-Tzu, el intelectual, y Chuang-Tzu (o su maestro: Lao-Tzu). Ante las sutilezas del dialéctico el sabio verdadero recurre, sonriente, al conocido método de reductio ad absurdum. En nuestra época erizada de filosofías y razonamientos cortantes y tajantes (preludio necesario de las atroces operaciones de cirugía social que hoy ejecutan los políticos, discípulos de los filósofos), nada más saludable que divulgar unos cuantos de estos diálogos llenos de buen sentido y sabiduría. Estas anécdotas nos enseñan a desconfiar de las quimeras de la razón y, sobre todo, a tener piedad de los hombres.