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Lou Andreas-Salomé - Correspondencia

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Lou Andreas-Salomé Correspondencia

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A lo largo de su correspondencia con Rilke, Lou Andréas-Salomé ejerció una cura de alma sobre el poeta, convencida de que las fuerzas oscuras de la persona constituían la única fuente tanto de curación como de creación del poeta. Lou trata de convertirse en mediadora entre el alma deprimida del poeta y las angustias que regularmente le confiesa en sus horas de esterilidad, y así aparece esencialmente como la intérprete tanto de esas fuerzas oscuras como de las primeras interpretaciones que da el mismo poeta.

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A lo largo de su correspondencia con Rilke Lou Andréas-Salomé ejerció una cura - photo 1

A lo largo de su correspondencia con Rilke, Lou Andréas-Salomé ejerció una cura de alma sobre el poeta, convencida de que las fuerzas oscuras de la persona constituían la única fuente tanto de «curación» como de creación del poeta. Lou trata de convertirse en mediadora entre el alma deprimida del poeta y las angustias que regularmente le confiesa en sus horas de esterilidad, y así aparece esencialmente como la intérprete tanto de esas fuerzas oscuras como de las primeras interpretaciones que da el mismo poeta.

Lou Andreas-Salomé Rainer Maria Rilke Correspondencia ePub r10 Blok 061214 - photo 2

Lou Andreas-Salomé & Rainer Maria Rilke

Correspondencia

ePub r1.0

Blok 06.12.14

Título original: Rainer Maria Rilke/Lou Andréas-Salomé:Briefwechsel

Lou Andreas-Salomé & Rainer Maria Rilke, 1952

Traducción: José María Fouce

Prólogo: Pierre Klossowski

Postfacio: Miguel Morey

Editor digital: Blok

ePub base r1.2

PRÓLOGO El intercambio de cartas que sigue a continuación ha sido extraído de - photo 3

PRÓLOGO

El intercambio de cartas que sigue a continuación ha sido extraído de la correspondencia entre Rainer María Rilke y Lou Andrés-Salomé, establecida y publicada por Ernst Pfeiffer (Rainer María Rilke/Lou Andrés-Salomé: Briefwechsel. Max Niehans Verlag Zurich u. Insel Verlag Wiesbaden 1952).

La amiga más íntima de Rilke desde 1904 y discípula de Freud a partir de 1912-13 , Lou Andrés-Salomé, practicaba el psicoanálisis. Pero mucho antes había sido la «consultora», literalmente la «psicóloga» de Rilke, y no sólo en los momentos de angustia y de malestar del poeta. Ahora bien, lejos de querer encaminar a Rilke hacia un tratamiento analítico lo apartó, al contrario, de él . La cura de alma que ejerce en muchos períodos de esta larga correspondencia (1896-1926) se fundamentaba en su convicción de que las fuerzas obscuras constituían la única fuente tanto de «curación» como de creación del poeta: era necesario, pues, que fueran preservadas de una intervención semejante a la del método analítico, que hubiera destruido su propio ritmo. Una de las mayores obsesiones de Rilke consistía en la alienación de su propio cuerpo, llegando a veces hasta el desdoblamiento (lo «Otro») a capricho del comportamiento somático de este último, como si se hubiera tratado de un simulador solapado de sus estados de espíritu. Sobre todo en este dominio, Lou busca hacerse la mediadora entre el alma deprimida del poeta y las angustias que regularmente le confiesa en sus horas de esterilidad, y así Lou aparece esencialmente como la intérprete de las fuerzas obscuras tanto como de las primeras interpretaciones que da el mismo poeta.

Pierre Klossowski

CORRESPONDENCIA
RILKE A LOU ANDRÉAS-SALOMÉ EN GÖTTINGEN

París, 17 rue Campagne-Première

8 de junio de 1914

Querida Lou, heme aquí al término de un largo, ancho y duro período, con el que caduca cierto futuro que no había sido fuerte y religiosamente alimentado, sino torturado hasta el aniquilamiento (algo en lo que, poco más o menos, soy inimitable). Si a veces, durante estos últimos años, había podido disculparme so pretexto de que algunos intentos por asentarme más humana y naturalmente en la vida fracasaron porque las personas concernidas no me habían comprendido, y me hacían sufrir ininterrumpidamente violencias, injusticias y prejuicios, precipitándome así en tan gran desasosiego, resulta ahora que después de meses de sufrimiento me encuentro orientado de muy diferente manera: teniendo que reconocer que, esta vez, nadie puede ayudarme. Y aunque alguien viniera con su alma más inocente, más inmediata, y encontrara su referencia en los mismos astros, aunque me soportara a pesar de mi torpeza y rigidez y conservara su pura e infalible disposición para conmigo; aun cuando el rayo de su amor viniera a estrellarse diez veces en la turbia y densa superficie de mi universo submarino, todavía sería yo capaz (lo sé ahora) de empobrecerlo en el seno de la abundancia de su ayuda renovada sin cesar, de encerrarlo en el irrespirable dominio de una ausencia total de ternura, hasta el punto en que, vuelto inaplicable su auxilio, pasara él mismo de la plenitud a la marchitez, hasta dar en una siniestra decadencia.

Querida Lou, desde hace un mes estoy solo otra vez, y es éste mi primer intento de volver a tomar conciencia —ya ves, así están las cosas. En resumidas cuentas, he experimentado muchas cosas durante estos acontecimientos; por el momento sigo constatando esto: que una vez más apenas si estaba a la altura de una tarea pura y alegre, en la que la vida, como si nunca hubiera tenido conmigo malas experiencias, volvía a venir hacia mí, misericordiosa. Desde ahora está claro que también ahí he vuelto a fracasar y que, lejos de avanzar, repetiré un año más este curso de dolor; y que cada día encontraré inscritas en la negra pizarra las mismas palabras, cuya triste flexión creí haber aprendido hasta el agotamiento.

Lo que tan radicalmente iba a cambiar mi angustia comenzó con muchas, muchas cartas, hermosas y ligeras como brotadas del corazón: que yo sepa nunca he escrito otras parecidas. (Era la época, te acuerdas, de la omisión de la «s»). En dichas cartas (cada vez lo comprendía mejor) ascendía una petulancia irresistible, como si me encontrara ante un nuevo y pleno brote de mi más peculiar esencia, que, liberada desde entonces en una comunicación inagotable, se esparcía por la vertiente más alegre al tiempo que yo, escribiendo día tras día, sentía su feliz corriente y el incomprensible reposo que le parecía preparado del modo más natural en un alma capaz de recogerlo. Mantener pura y transparente esta comunicación y, al mismo tiempo, ni sentir ni pensar nada que se encontrara excluido por ella: eso fue lo que de una sola vez, sin que yo supiera cómo, llegó a ser la medida y la ley de mi actuar, y si jamás hombre alguno interiormente agitado pudo sosegarse, yo mismo lo fui con esas cartas. Esta ocupación diaria y mi relación con ella se me hicieron sagradas de una manera indescriptible, y desde entonces se apoderó de mí una confianza enorme, como si hubiera al fin encontrado una salida a ese penoso estancarme en circunstancias continuamente nefastas. Hasta qué punto estaba entonces comprometido en cambiar, podía notarlo igualmente en el hecho de que incluso las cosas pasadas, cuando se me ocurría contar algo de ellas, me sorprendían por el modo en que reaparecían; si, por ejemplo, se trataba de épocas de las que a menudo había hablado anteriormente, hacía hincapié en aspectos inadvertidos o apenas conscientes, y cada cual adquiría, por decirlo con la inocencia de un paisaje, una visibilidad pura, una presencia, y me enriquecía, formaba parte de mí mismo, tanto y de tal modo que por primera vez me parecía ser dueño de mi vida, no por una adquisición, por una explotación, por una comprensión interpretativa de cosas caducas, sino por esta misma nueva veracidad que se esparcía también a través de mis recuerdos.

9 de junio de 1914, martes

Te envío, querida Lou, la hoja de ayer: comprenderás que lo que en ella describo ya no tiene vigencia y se ha perdido para mí; tres meses de realidad (frustrada) han dejado sobre todo ello como una dura y fría lámina de cristal, bajo la cual esa experiencia ya no me pertenece, como si estuviera colocada en la vitrina de un museo. El cristal refleja y en él sólo percibo mi viejo rostro, anterior, el que tú tan bien conoces.

¿Y ahora? Después de un inútil intento de vivir en Italia, he vuelto aquí (hace ya quince días), deseoso de arrojarme a ciegas en cualquier ocupación; pero aún tan embotado y paralizado que apenas si puedo hacer otra cosa que dormir. Si tuviera un amigo le rogaría que viniera a trabajar conmigo cada día, en lo que fuera. Y cuando en el intervalo, de taciturno humor, pienso en el porvenir, imagino en primer lugar un tipo de trabajo que estuviera sometido a las condiciones exteriores, y alejado tanto como fuera posible de toda productividad personal. Pues desde ahora ya no dudo ni por un instante de que estoy enfermo, de una enfermedad que me ha gravemente corroído y cuyo foco se encuentra en lo que hasta entonces llamaba mi trabajo, de tal modo que por el momento no hay ningún refugio por ese lado.

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