SALOMÉ GÓMEZ-UPEGUI
Feminista
por
accidente
Ensayos sobre tradición y liberación
© Salomé Gómez-Upegui, 2021
© Editorial Planeta Colombiana S. A., 2021
Calle 73 N.Ω 7-60, Bogotá
www.planetadelibros.com.co
Diseño de cubierta: Susan Heilbron Luna
Departamento de Diseño Grupo Planeta Colombia
Primera edición: noviembre de 2021
ISBN 13: 978-958-42-9775-4
ISBN 10: 958-42-9774-0
Desarrollo E-pub
Digitrans Media Services LLP
INDIA
Impreso en Colombia – Printed in Colombia
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Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
CAPÍTULO 1
(Mi) Introducción al feminismo
Si nunca te han llamado una mujerdesafiante, incorregible, imposible...ten fe. Aún hay tiempo.
—CLARISSA PINKOLA ESTÉS
Antes de que las mujeres pudiéramoscambiar el patriarcado, teníamos quecambiarnos a nosotras mismas; teníamosque elevar nuestra conciencia.
— BELL HOOKS
No siempre he sido feminista. Nací en una familia tradicional hasta el tuétano y estudié en uno de los colegios más conservadores de toda Latinoamérica. Hasta los veintiún años creí en todos los mitos alrededor del feminismo y utilicé la palabra “feminazi” con frecuencia, pues asumía que este movimiento era una secta de mujeres agresivas y problemáticas que pretendían amargarle la vida a todo el mundo, y yo —que me jactaba de ser adecuada y bien portada— no quería relacionarme en lo absoluto con ellas.
No siempre he sido feminista. A veces lo olvido y juzgo con fuerza a quienes aún no se atreven a relacionarse con esta palabra. Mi identidad feminista se ha vuelto tan natural que en ocasiones recuerdo mi pasado como si siempre hubiese sido así, progresista y defensora de la igualdad de género. Pero nada más lejos de la realidad.
No llegué al feminismo a través de textos largos, sofisticados y acartonados como El segundo sexo de Simone de Beauvoir, ni leyendo la filosofía de grandes pensadoras feministas como Kate Millet, Andrea Dworkin y Angela Davis. Todo lo contrario. De hecho, la complejidad que caracteriza a la mayoría de estos escritos reforzó, durante años, mi aversión al tema.
La verdad es que llegué a ser feminista más por necesidad y por accidente que por convicción. La verdad es que me tuve que dar contra el mundo antes de abandonar mi carácter conservador e intransigente.
* * *
Una mañana de agosto del 2014, mientras me arreglaba para ir a la Universidad de Los Andes en Bogotá, donde cursaba octavo semestre de Derecho, sentí como si me cayera un balde de agua helada encima. Me miré al espejo empañado por el vapor de la ducha y no reconocí a la joven que me miraba de regreso. Estaba ahí, desde afuera, la misma de siempre, pero irreconocible para mí misma, pues tenía el alma destrozada. Los ojos, vacíos. El sinsabor en la boca, constante. El taco en la garganta, permanente. Los lagrimales, irritados de tanto llorar en secreto. La tristeza y la vergüenza se habían apoderado de mí y no tenía idea de cómo iba a seguir adelante.
Aunque casi nadie lo sabía, en aquel entonces acababa de sobrevivir a una relación abusiva. Digo sobrevivir porque, estando allí, en muchos momentos pensé en desaparecer, porque casi me ahogo a pesar de estar rodeada de mil salvavidas en forma de amigas y familiares. Y, aunque a su tiempo entendí cómo pasó, en ese momento no entendía nada. Solo sabía que un día alguien me había prometido el cielo y las estrellas, y al otro día sentía ganas de vomitar del miedo cada vez que me sonaba el celular. De la nada, me prohibió amistades, movimientos y palabras. Me aisló. Me convirtió en mi peor enemiga. A mí, a Salomé, a la fuerte, a “la brava”, a la que nadie jamás le iba a creer que eso le podría pasar.
Así fue que llegué al estado de necesidad.
El accidente sucedió a los pocos días, cuando decidí calmar mi ansiedad incesante viendo la presentación de Beyoncé en los MTV Video Music Awards, debajo de una tonelada de cobijas para contrarrestar la gélida noche bogotana. Beyoncé era mi “ídola”. Estudiaba para todos mis exámenes repitiendo sus álbumes una y otra vez, la escuchaba en el carro, en el bus, mientras cocinaba y me bañaba. Y ahí estaba, más perfecta, más sexy, más deseable y más dueña de sí misma que nunca. El antónimo de todo lo que yo pensaba en ese momento sobre mí. Me sentía hipnotizada viéndola bailar como si el mundo se fuera a acabar, cuando, de repente, en un cambio de canción, las palabras de la autora nigeriana Chimamanda Ngozi Adichie empezaron a proyectarse en una pantalla monumental:
Enseñamos a las niñas que no pueden ser seres sexuales de la misma forma que los niños. Enseñamos a las niñas a encogerse, a hacerse más pequeñas, les decimos a las niñas: debes tener ambición, pero no demasiada, debes ser exitosa pero no demasiado exitosa, de lo contrario amenazarás a los hombres. Feminista: una persona que cree en la igualdad social, política y económica de los sexos.
Vi la palabra “FEMINISTA” alumbrando a diez metros de altura detrás de Beyoncé y mi vida no volvió a ser igual.
Pasaron instantes entre el momento en el que se terminó el espectáculo y busqué el discurso completo de Chimamanda. Decía ella que la feminidad no era antónimo de lo feminista y contaba historias cotidianas sobre la manera en la que las mujeres no podemos hablar sobre el sexo o la forma en la que los hombres rara vez aprenden a cocinar. Su discurso era simple, aterrizado y real. Esa fue la primera vez que un discurso feminista tuvo sentido para mí. Ese día empecé a entender que abrirme a estas ideas era el cambio radical que tanto necesitaba. Ahí empezó un camino difícil, emocionante y lleno de crecimiento que no cambiaría por nada en el mundo.
* * *
Por mi carrera de Derecho, antes de Beyoncé y Chimamanda había tenido varios acercamientos obligados a teorías feministas, pero mi resistencia era absoluta. Al ser criada en un hogar conservador y educada en un colegio católico, apostólico y romano, sentía que abrazar el feminismo era lo mismo que traicionar todas mis creencias. Me parecía imposible reconciliar temas como el aborto o la libertad sexual con mis concepciones sobre el deber ser, así que lo rechazaba con vehemencia. Leía los textos asignados en clase para sacar buenas calificaciones, pero el mensaje me pasaba derecho. Para mi mente —atiborrada de pavor y prejuicios machistas— era imposible digerir lo que las teorías feministas decían en un lenguaje intimidante que (a pesar de mi educación privilegiada) me resultaba inaccesible.
Siempre he sido, y sigo siendo, una mujer pragmática y no creo exagerar al decir que la simpleza de la cultura pop feminista me dio el empujón que necesitaba para abrirme de una vez por todas a estas ideas y cambiar el rumbo de mi vida. En ocasiones pienso que una parte de mí intuía cómo cambiarían mis relaciones, mi cotidianidad y en general mi vida entera después del feminismo. También creo que fue el miedo a cambiar y a tener que reinventarme el que me mantuvo alejada del feminismo por tanto tiempo.
No siempre he sido feminista y esa experiencia informa mis opiniones y creencias. Algunas personas tienen la fortuna de recibir una educación al respecto desde pequeñas, otras logran abrir sus mentes con el paso del tiempo y otras más debemos encontrarnos en una situación difícil para atrevernos a desaprender creencias limitantes y abrir el corazón a este movimiento fascinante y liberador. Bien lo escribió la sufragista colombiana Esmeralda Arboleda: “No se nace feminista, pero...las injusticias, las discriminaciones, las desigualdades de todo orden con que tropieza la mujer hacen que renazcan a toda hora los defensores —hombres y mujeres— del feminismo”.
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