J. Chandley - S.O.S. EN EL COSMOS
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- Libro:S.O.S. EN EL COSMOS
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- Editor:Editorial Bruguera, S.A.
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J. CHANDLEY
S. O. S. EN EL
COSMOS
Colección
LA CONQUISTA DEL ESPACIO n.°
Publicación semanal
Aparece los VIERNES
EDITORIAL BRUGUERA, S. A.
BARCELONA - BOGOTA - BUENOS AIRES - CARACAS - MEXICO
Depósito legal: B. 49.188 – 1972
ISBN 84-0241716-7
Impreso en España - Printed in Spain
l.ª edición: enero ,
© J. CHANDLEY -
texto
© ANTONIO BERNAL -
cubierta
Concedidos derechos exclusivos a favor
de EDITORIAL BRUGUERA, S. A .
Mora la nueva , . Barcelona (España)
Impreso en los Talleres Gráficos de Ed i torial Bruguera, S. A.
M ora la Nueva, 2 — Barcelona —
Todos los personajes y entidades privadas que aparecen en esta novela, así como las situaciones de la misma, son fruto exclusivamente de la imaginación del autor, por lo que cualquier semejanza con personajes, entidades o hechos pasados o actuales, será simple coinc i dencia.
ULTIMAS OBRAS PUBL I CADAS
EN ESTA C O LECCION
. — El monstruo de las profundidades. — Marcus
Sidereo.
. — Dinosaurio . Curtis Garland .
. — Los hijos de Selene. — Ralph Barby .
. — Asesino cósmico. — Curtis Garland .
. — Rebeldes en Dangha. — A. Thorkent .
CAPITULO PRIMERO
La nave interplanetaria «Celes» surcaba el espacio sideral.
—¡Capitán! Termino de captar señales de socorro.
El aludido comprobó que, en efecto, se volvían a producir aquellas llamadas angustiosas, como otras tantas v e ces había ocurrido.
La computadora de navegación le dio el rumbo y distancia de donde emitían aquellas señales y, sin dudarlo un momento, maniobró en la astronave y partió, raudo, hacia aquel punto.
—A ver si en esta ocasión tenemos suerte —comentó Walter a su copiloto.
—Lo pongo en du d a, capitán.
—Pero en alguna ocasión cometerán un fallo, y los descubriremos.
—No sé, no sé...
—Deja tu pesimismo a un lado, Jerry. Esto no puede durar siempre.
—¿Qué me dice de las otras tripulaciones que lo han intentado?
—Bien, de acuerdo. No se han de salir siempre con la suya, y no sot ros trataremos de que esto sea una realidad.
Y tras sus palabras, comprobó el panel de indicadores de mando, para decir a continuación:
—Voy a imprimir más velocidad. Tenemos que saber, de una vez, las causas de la desaparición de esas naves interespaciales.
—Siempre nos ha de tocar la peor a nosotros, capitán. Mejor dicho, a mí. ¡Ahora que casi y a tenía convencida a Lucy...!
—¡Ah! ¿La morena aquélla?
—No, ésa pasó al archivo. La mandé a paseo.
—¿Por qué?
—Se empeñaba en llamarme Joe, y la muy... fresca... ¿sabe por qué lo hacía?
—Lo ignoro.
—Más tarde me enteré de que iba con dos más, a los que también les llamaba de igual modo. De esta manera no había lugar a equivocaciones, mientras duraba su capricho.
—Entonces... ¿Se trata de la rubia?
—¡Ni hablar...! Esa otra se empeñó en ser un dechado de virtudes y luego resultó lo contrario. ¡Menuda rubia...! Me costó sudores quitármela de encima.
—¿Así que es un nuevo amor?
—Esta Lucy es algo excepcional...: Delicada, femenina, una verdadera maravilla, capitán.
—¿Y hasta cuándo va a durar?
—¡Ah, no! Esta es definitiva. Ya lo verá.
—Eso has dicho siempre.
—No, no; esta vez va muy en serio.
El capitán esbozó una sonrisa incrédula.
Walter River se ganaba la confianza de sus hombres por su comprensión y humanidad. Esto hacía que le eligieran como su confidente y él trataba de seguirles la corriente o bien de aconsejarles.
La conversación sobre ese tema no dio lugar a extenderse más, puesto que, en aquel momento, Charles Leig, el observador, indicó:
—Capitán, treinta grados estribor se registra la presencia de dos naves.
—Gracias, Charles. Enfilamos hacia allá.
Rectificó el rumbo y, sin perder velocidad, iban como una flecha hacia el punto señalado.
En efecto, las dos naves se captaban con más claridad, a tiempo que se las veía maniobrar y, de vez en cuando, unos destellos alternativos en los cascos de las mismas.
—Están cambiando, capitán.
—Ya lo veo, ya lo veo... Trata de establecer contacto. Que se identifiquen...
Charles iba a hacer lo que le indicó su capitán, pero una de aquellas naves quedó desintegrada en el espacio i n finito.
—¡Càspita...! Hemos llegado tarde — exclamó, apesadumbrado, el capitán, y prosiguió:
»Pero hemos adelantado algo. Ahí tenemos la que nos puede conducir a descifrar el enigma.
—O la que nos mande al cuerno.
—Jerry, si no fuera porque te conozco, te dejaba en tierra para siempre. ¡Cuidado que eres cenizo...!
—Es que...
—Déjate de tonterías. Seguro que si se tratara de alguna chica...
—¡Ah, es que están tan ricas, capitán...!
—Pues te lo imaginas, y por ella...
—Sí, sí... ¡Como si esto fuera fácil...!
Mientras tanto, se fueron acercando a la nave desconocida.
El capitán Walter River, indicó a Charles:
—Solicita identificación.
Charles, al cabo de un rato, manifestó:
—Nada contestan, ni con el código interplanetario.
—No insistas. Ya se han dado cuenta de nuestra presencia.
En efecto, la nave misteriosa daba un giro para tomar una trayectoria elíptica y adquirir una posición ventajosa, sin duda, para iniciar el ataque.
Al capitán no le pasó desapercibida la maniobra, por lo que situó su nave de forma que contrarrestara toda acción posible, que redundara en perjuicio de ellos.
La cosa estaba clara.
Quienes fueren, trataban de aniquilarlos, puesto que ya hacía rato que esperaban hallarse en una situación vent a josa.
Pero la pericia del capitán, les ganó la mano.
En una fracción de segundo en que tuvo a la nave misteriosa enfocada, disparó sus elementos ofensivos y unos destellos aparecieron en la nave oponente.
Por un momento, comenzó a dar tumbos, pero luego, recuperada la estabilidad, huyó precipitadamente.
Walter comentó jocosamente, dirigiéndose a su copiloto:
—Jerry, me da la impresión de que a «esa chica» no le has gustado ni pizca. Mira cómo se aleja... Y todo es por la cara de susto que pones.
— ¿Yo...?
—Sí, tú... Anima ese rostro, hombre.
—Es que las chicas no me dan miedo. Pero eso que va ahí delante...
—Ya me contestarás, cuando te pesque una definitivamente.
—Eso todavía no lo sé. De lo único que estoy enterado es de lo que vuela por ahí, y no son besos precisamente lo que reparte.
—Aún no lo sabes.
—Bueno, por lo que he visto..., ya lo imagino.
La distancia que mantenían en un principio con la nave que huía, se fue acortando.
Walter frenó la «Celes».
—¿Por qué no le damos alcance, capitán?
—Quiero averiguar su punto de partida.
—Puede que la hayamos averiado.
—Quizá, pero también puede constituir una celada.
—¿Quiere decir?
—Todo podría ser. Lo que sea, no tardaremos en saberlo.
La nave misteriosa cambió de trayectoria dos o tres veces.
Walter mantenía la distancia y la seguía adonde fuera.
—Está claro que pretende despistarnos.
—Pudiera ser, Jerry. Ya hemos dejado nuestro Sistema Solar, y nos introducimos en la galaxia «Frátera». A a l gún sitio se dirigirán, y quizá lo que traten de impedir es el que podamos averiguarlo.
Walter no iba desencaminado en s us palabras. Por el momento, les estaban entreteniendo, lo que confirmaba también lo dicho por Jerry.
Ya cansado de ir de aquí para allá tras la nave perseguida, al capitán se le ocurrió:
—Vamos a dejar que se alejen, manteniéndolos controlados con nuestro sistema de rastreo a distancia. Entonces quizá se confíen, y nos lleven adonde nos interesa.
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