T. LOBSANG RAMPA, fue el indiscutible introductor del budismo tibetano ante el gran público de Occidente, un nombre mítico entre los pioneros de la «invasión» espiritual oriental que hoy vivimos. Supuestamente era un lama tibetano que se hizo famoso mundialmente en 1956, cuando publicó El Tercer Ojo, un libro de extraordinario impacto que no ha dejado de ser reeditado desde entonces. Pero siempre se dudó de su autenticidad y las dudas fueron aumentando hasta su muerte en 1981. Hoy, la mayoría de los entendidos se inclina por reconocer que en realidad se trataba de un antiguo fontanero irlandés llamado Cyril Henry Hoskins, que nunca había estado en los Himalayas y cuyo conocimiento del budismo tibetano era más bien escaso.
Sin embargo, no son pocos los que aún defienden su memoria, los que mantienen que T. Lobsang Rampa era un auténtico lama, nacido a principios del siglo XX en Tíbet, educado y entrenado en el monasterio-hospital Chakpori de Lhasa y en 1923 trasladado a estudiar Medicina a la Universidad china de Chungking, que conoció a Chiang Kai Shek y que fue torturado por los japoneses como prisionero de guerra en la segunda guerra mundial.
Entre expertos y aficionados al budismo tibetano y al esoterismo oriental se da por hecho que este lama tibetano ni fue lama ni fue tibetano. El movimiento «escéptico» hace hincapié en sus «indiscutibles» profesión de fontanero y nacionalidad inglesa o irlandesa. La conocida revista dedicada a fenómenos extraños Fortean Times, en su núm. 63 de junio/julio de 1992, publicó un reportaje de Bob Rockard en portada caracterizándolo sin rodeos como un engaño, un hoax. El reportaje fue abundantemente reproducido en España por una revista del género. Pero curiosamente, ni los editores de Fortean Times ni la mismísima British Library conservan hoy ni un solo ejemplar de aquel número.
Pero no todo el mundo lo tiene tan claro. Philip Porter, que lleva diez años investigándolo, deja todas las posibilidades abiertas y recaba información por todo el mundo con el objetivo de poder resolver las incógnitas que rodean al extraordinario personaje.
Título original: Chapters of Life
T. Lobsang Rampa, 1967.
Traducción: Luis Echavarri
ePub base v2.1
Notas
En este libro de T. Lobsang Rampa se resumen y expresan las virtudes que han hecho de él un autor sin paralelo en la literatura contemporánea: singular destreza narrativa, innegable capacidad artística, objetividad y una experiencia vital única e invalorable. El camino de la vida es un admirable compendio de hechos sobresalientes, de antigua sabiduría y de vivencias palpitantes. En sus páginas se hallará una concepción del mundo y de las cosas y una interpretación del acontecer cotidiano sorprendentemente magistral. Quien ya aprecia a T. Lobsang Rampa debe leer esta nueva obra. Quien aún no lo conoce tendrá la oportunidad de apreciarlo en toda su indiscutible jerarquía.
T. Lobsang Rampa
El camino de la vida
ePUB v1.0
aggelos13.07.13
Capítulo II
MUCHAS MORADAS
Estaba solo, solo en la vieja casa situada en el centro del páramo. Lejos, al final del largo huerto cultivado, un arroyo ruidoso se volcaba sobre las rocas y silbaba al pasar por los trechos pedregosos. En los días calurosos tenía la costumbre de sentarse a la orilla del arroyo murmurante o de posarse en una de las grandes rocas que dominaban el torrente tumultuoso. Más lejos se hallaba el puentecito de madera con la barandilla tambaleante por el que pasaba cuando iba a la aldehuela en busca del correo y a hacer compras.
Él y su esposa habían vivido allí placenteramente. Juntos habían tratado de hacerse un hogar, de mantener «el cuerpo y el alma unidos» mientras él pintaba y esperaba que lo reconocieran. Pero, como de costumbre, la prensa no había comprendido —ni tratado de comprender— su arte y los críticos lo aprobaban con débiles elogios; el reconocimiento estaba tan lejos como siempre. Y ahora se hallaba en la vieja casa, con la mente y el ánimo tan agitados como el ventarrón que soplaba afuera.
A través de los brezales del páramo el viento ululaba con una furia desenfrenada, azotando el argomón amarillo y haciendo que se inclinase ante las ráfagas potentes. El mar lejano era una agitada masa blanca de espuma, con grandes olas que iban a romperse con estruendo en la costa de granito, arrastrando de vuelta los guijarros con un chillido que crispaba los nervios. Una gaviota solitaria volaba hacia atrás en lo alto, arrastrada por el viento, impotente en la garra de la tormenta.
La vieja casa se sacudía y estremecía ante el golpeteo incesante de los elementos. Vedijas de nubes, arrastradas hacia abajo, azotaban las ventanas como fantasmas que trataran de entrar. De pronto se oyó un estruendo metálico y una chapa de metal acanalado pasó girando a través del huerto y fue a dar contra el puente y a introducirse entre las viejas tablas. Durante un instante, los extremos rotos vibraron como las cuerdas demasiado tensas de un violín y luego, uno tras otro, se estremecieron y cayeron en el arroyo.
Dentro de la casa, sin hacer caso de la tormenta, el hombre se paseaba de un lado a otro constantemente, recordando una y otra vez el momento en que al volver de la aldea se había encontrado con que su esposa se había ido. Volvía a leer la amarga nota en la que ella le decía que él era un fracasado y ella se iba a otra parte. Con el ceño fruncido, al concebir de pronto una sospecha, se dirigió al viejo escritorio destartalado y abrió el cajón del centro. Registrando el fondo, sacó la caja de cigarros en la que guardaba el dinero para pagar la renta y para los gastos cotidianos. Antes de abrirla tuvo ya la seguridad de que estaba vacía y de que el dinero, su único dinero, había desaparecido. Buscó a tientas una silla, se sentó y ocultó la cabeza entre las manos.
«¡Antes! —murmuró—. ¡Ya me ha sucedido esto antes!». Levantó la cabeza y se quedó mirando sin ver a través de la ventana, azotada por una lluvia torrencial que en corriente incesante se abría paso por las rendijas e iba formando un charco en la alfombra. «¡He vivido todo esto anteriormente! —siguió murmurando—. ¿Acaso he enloquecido? ¿Cómo podía haber sabido esto?». En lo alto del alero el viento chilló burlonamente y dio a la vieja casa una nueva sacudida.
Contra la vieja cerca de piedra se amontonaban los caballitos del páramo frente al viento en una aflicción abyecta, tratando de proteger de algún modo sus ojos punzados por las ráfagas. En la sala comenzó a sonar el teléfono, lo que sacó al hombre de su letargo. Lentamente se dirigió al aparato discordante, que dejó de sonar antes que él extendiera la mano para levantar el auricular.
«¡Lo mismo, lo mismo! —murmuró a las paredes indiferentes—. ¡TODO HA SUCEDIDO ANTES!».
* * *
El anciano profesor cruzó fatigosamente el patio para dirigirse a la sala de conferencias. Los años habían sido duros, ciertamente. Nacido en circunstancias muy humildes, había sido el «niño inteligente» que tuvo que trabajar como un esclavo y ganarse la vida para poder realizar sus estudios. Y durante casi toda su vida tuvo que abrirse camino contra la oposición de los que se sentían agraviados por su origen humilde. Ahora, en el ocaso de su vida, el peso del tiempo se ponía de manifiesto en su cabello blanco, su rostro arrugado y su paso débil. Mientras avanzaba lentamente, sin tener en cuenta los saludos de los estudiantes, reflexionaba acerca de muchos aspectos oscuros de su especialidad, la historia antigua.