T. Lobsang Rampa - La caverna de los antepasados
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- Libro:La caverna de los antepasados
- Autor:
- Editor:ePubLibre
- Genre:
- Año:1963
- Índice:5 / 5
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La caverna de los antepasados: resumen, descripción y anotación
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La caverna de los antepasados — leer online gratis el libro completo
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Título original: The Cave of the Ancients
T. Lobsang Rampa, 1963
Traducción: Inés Nieto
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
A Max y Valeria Sorock
dos inquisidores de la Verdad
Éste es un libro que trata de lo Oculto y de los poderes del hombre. Es un libro simple, en el que no hay «palabras raras» ni sánscrito, ni nada de lenguas muertas. ¡La mayor parte de las personas desea CONOCER las cosas, no adivinarlas mediante palabras que ni siquiera comprenden los autores! Si un autor domina su trabajo, puede escribir sin tener que disimular su falta de conocimiento con el empleo de un lenguaje extraño.
Muchas personas se desorientan con el mumbo-jumbo. Las Reglas de la Vida en realidad son simples; no hay necesidad alguna de disfrazarla con cultos místicos o seudoreligiones. Ni tampoco es necesario que se aleguen «revelaciones divinas». CUALQUIERA puede tener las mismas «revelaciones» si lucha por ellos.
Ninguna religión tiene las llaves del Cielo, ni a nadie se condenará eternamente porque entre a una iglesia con el sombrero puesto en lugar de descalzo. En el Tibet, en las entradas de las lamaserías hay una inscripción que dice: «Cien monjes, cien religiones». Crea lo que creyere usted, si su creencia incluye «no hagas a los demás lo que no quieras que te hagan a ti», saldrá ganando cuando llegue el Juicio Final.
Algunos dicen que la Inteligencia se puede conseguir uniéndose a tal o cual culto, y también pagando y sufriendo mucho por ello. Las Leyes de la Vida dicen: «Busca y encontrarás».
Este libro es el fruto de una larga vida, de una cuidadosa selección de las lamaserías mayores del Tibet y de las virtudes que se consiguieron por una estrecha vinculación con las Leyes. Éste es un conocimiento que enseñaron los Antepasados y está escrito en las Pirámides de Egipto, en los Altos Templos de los Andes, y en el lugar más grande del mundo para el Conocimiento Oculto: Las Montañas del Tibet.
T. LOBSANG RAMPA
El atardecer era cálido, delicioso, excepcionalmente cálido para la época del año. Elevándose suavemente en la atmósfera, la dulce fragancia del incienso tranquilizaba nuestro espíritu. A lo lejos, detrás de los altos picos de los Himalayas, el sol se ponía en medio de una aureola de gloria, que coloreaba con un rojo sangre las cúspides adornadas de nieve, como si presagiara la sangre que mojaría al Tibet en los días venideros. Las crecientes sombras se deslizaron, desde los picos gemelos Potala y nuestro Chakpori, hacia la Ciudad de Lhasa. Abajo de nosotros, hacia la derecha, una tardía caravana de comerciantes de la India dirigía su lento caminar hacia Pargo Kaling, o Puerta del Oeste. El último de los piadosos peregrinos se apuraba, con prisa desmedida, por llegar a su pueblo de Lingkor Road, como si temiese verse sorprendido por la aterciopelada oscuridad de la noche que se acercaba rápidamente.
El Kyi Chu, o Río Feliz, corría alegre hacia el mar, arrojando brillantes destellos de luz como tributo al día que terminaba. La Ciudad de Lhasa tenía el brillo dorado de las lámparas de aceite. Al final del día, desde el cercano Potala, sonó una trompeta, cuyas notas rodaron y se hicieron eco a través del valle, rebotaron contra la superficie de las rocas, y volvieron hacia nosotros con un timbre distinto.
Miré la escena familiar, miré el Potala, cientos de ventanas centelleantes como si monjes de todas categorías atendieran a sus negocios al final de la jornada. En lo alto del inmenso edificio, cerca de las Tumbas Doradas, se veía una figura solitaria y remota. Cuando los últimos rayos del sol se hundieron en las montañas, sonó nuevamente una trompeta, y del Templo surgió el sonido de un cántico profundo. Rápidamente, se desvanecieron los últimos vestigios de la luz; y las estrellas del cielo se transformaron en una llamarada de joyas colocadas sobre un fondo púrpura. Un meteoro relampagueó en el cielo y se encendió en un glorioso estallido final antes de caer a tierra, como un puñado de cenizas.
—¡Hermosa noche, Lobsang! —dijo una voz muy querida.
—Hermosa noche, por cierto —repliqué mientras me ponía de pie rápidamente, de manera de poder saludar al Lama Mingyar Dondup. Se sentó al lado de un muro, y me hizo señas para que también me sentara. Señaló hacia arriba y dijo:
—¿Te das cuenta de que las personas, tú y yo, podríamos parecemos a eso?
Lo miré en silencio: ¿cómo podía parecerme yo a las estrellas en el cielo nocturno? El Lama era un hombre grande, buen mozo, y con un noble corazón. ¡Aun así no se parecía a una colección de estrellas! Él rió al ver mi perplejidad.
—Literal como siempre, Lobsang, literal como siempre. —Sonrió—. Quise significar que las cosas no siempre son lo que parecen. Si escribes: ¡Om! ma-ni pad-me Hum , tan grande que no todas las personas del Valle de Lhasa pudieran leerlo, te darías cuenta que sería demasiado grande para ellos entenderlo. —Se detuvo y me miró para asegurarse de que estaba siguiendo su explicación y luego continuó—: De la misma manera, las estrellas son «tan grandes» que no podemos determinar lo que realmente forman.
Lo miré como si hubiera perdido sus sentidos. ¿Las estrellas FORMAN algo? ¡Las estrellas son —seguro— ESTRELLAS! Luego pensé en escribir tanto como para llenar el Valle, y luego que esa escritura se volviese ilegible a causa de su tamaño. La dulce voz continuó:
—Piensa en ti mismo que te empequeñeces, empequeñeces hasta que te vuelves tan pequeño como un grano de arena. ¿Cómo me parecería a ti entonces? Imagina que aún te vuelves más pequeño, tan pequeño que el grano de arena fuera como un mundo para ti. Luego ¿qué verías tú de mí? —Se detuvo y me miró con ojos penetrantes—. ¿Bueno? —preguntó—, ¿qué verías?
Yo estaba sentado y boquiabierto, con el cerebro bloqueado para todo pensamiento, con la boca abierta como un pez recién sacado del agua.
—Verás, Lobsang —dijo el Lama—, un grupo de amplios mundos dispersos que flotan en la oscuridad. A causa de tu tamaño pequeño, verías las moléculas de mi cuerpo como mundos separados con un inmenso espacio entre ellos. Verías mundos girando alrededor de mundos, «verías soles» que serían las moléculas de ciertos centros psíquicos, ¡verías un UNIVERSO!
Mi cerebro estalló, casi juraría que la «maquinaria» que está sobre mis cejas tuvo un estremecimiento convulsivo con el esfuerzo que hice para poder seguir todo este conocimiento extraño, excitante.
Mi Guía, el Lama Mingyar Dondup, se inclinó y suavemente alzó mi mentón.
—¡Lobsang! —rió entre dientes—, tus ojos se están desviando en un esfuerzo por seguirme. —Se sentó hacia atrás, riendo, y me dio algunos momentos para recobrarme un poco. Luego dijo—: Mira la materia de tu manto. ¡Siéntela!
Lo hice y me sentí un tonto al mirar el andrajoso ropaje que usaba. El Lama observó:
—Es una tela, algo suave al tacto. No puedes ver a través de ella. Pero imagina verla a través de un vaso que la aumentara diez veces. Piensa en las duras hebras de la lana de yac, cada hebra diez veces más dura que la que tú ves aquí. Podrías ver la luz entre las hebras. Pero auméntalas un millón de veces y podrás cabalgar a través de ellas, salvo que cada hebra sea demasiado inmensa como para escalarla.
Ahora que me lo mostraba, me parecía que tenía sentido. Me senté, pensé, y estuve de acuerdo cuando el Lama dijo:
—¡Como una vieja mujer decrépita!
—¡Señor! —dije por fin—, entonces toda la vida es un montón de espacio salpicado de mundos.
—No es tan simple como eso —replicó—, pero siéntate con más comodidad y te diré algo del Conocimiento que descubrimos en la Caverna de los Antepasados.
—¡Caverna de los antepasados! —exclamé, lleno de ávida curiosidad—, me iba a hablar sobre eso y la Expedición.
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