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T. Lobsang Rampa - El tercer ojo

Aquí puedes leer online T. Lobsang Rampa - El tercer ojo texto completo del libro (historia completa) en español de forma gratuita. Descargue pdf y epub, obtenga significado, portada y reseñas sobre este libro electrónico. Año: 1956, Editor: ePubLibre, Género: Niños. Descripción de la obra, (prefacio), así como las revisiones están disponibles. La mejor biblioteca de literatura LitFox.es creado para los amantes de la buena lectura y ofrece una amplia selección de géneros:

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T. Lobsang Rampa El tercer ojo
  • Libro:
    El tercer ojo
  • Autor:
  • Editor:
    ePubLibre
  • Genre:
  • Año:
    1956
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El tercer ojo: resumen, descripción y anotación

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Prólogo del autor

Soy tibetano; uno de los pocos que han llegado a este extraño mundo occidental. La construcción y la gramática de este libro dejan mucho que desear, pero nunca me han enseñado el inglés de un modo sistemático. Para aprenderlo no tuve más academia que un campo de prisioneros japonés, donde me sirvieron de maestras unas prisioneras británicas y norteamericanas pacientes mías. Aprendí a escribir en inglés por el procedimiento de probar y equivocarme.

Ahora está invadido mi querido país —como se había predicho— por las hordas comunistas. Sólo por esta razón he disfrazado mi verdadero nombre y el de mis amigos. Por haber hecho yo tanto contra el comunismo, sé que mis amigos residentes en países comunistas sufrirían si se descubriese mi identidad. Como quiera que he estado en manos comunistas y en poder de los japoneses, sé por experiencia personal lo que puede lograrse mediante la tortura, pero este libro no lo he escrito sobre la tortura, sino sobre un país amante de la paz que ha sido muy mal interpretado y del que durante mucho tiempo se ha tenido una idea falsa.

Me aseguran que algunas de mis afirmaciones es muy posible que no sean creídas. Están ustedes en su pleno derecho de creer y no creer, pero no olviden que el Tíbet es un país desconocido para el resto del mundo. Del hombre que escribió, refiriéndose a otro país, que «la gente navegaba por el mar en tortugas», se rió todo el mundo. Y lo mismo le sucedió al que afirmó haber visto unos peces que eran «fósiles vivos». Sin embargo, es innegable que estos últimos han sido descubiertos recientemente y que llevaron a los Estados Unidos un ejemplar para ser estudiado allí. Nadie creyó a los hombres. Pero llegó el momento en que se demostró que habían dicho la verdad. Esto me ocurrirá a mí.

T. LOBSANG RAMPA

Escrito en el Año de la Oveja de Madera

Importante prólogo de los editores

La autobiografía de un lama tibetano es la crónica única de una experiencia y, como tal, inevitablemente difícil de corroborar. En un intento por confirmar las afirmaciones del autor, los editores sometieron el manuscrito al examen de casi veinte lectores, todos ellos personas de probada experiencia e inteligencia, y algunos con conocimientos especiales sobre el tema en particular. Sus opiniones resultaron tan contradictorias que no se obtuvo ningún resultado positivo. Algunos se cuestionaban la veracidad de una sección; otros, la de otra; lo que un perito no admitía, era aceptado incuestionablemente por otros. Los editores se preguntaron: ¿existe algún perito que haya recibido la educación de un lama tibetano en sus formas más evolucionadas? ¿Habrá alguno que haya sido criado en el seno de una familia tibetana?

Lobsang Rampa nos ha aportado documentos auténticos que prueban que posee el título de médico por la Universidad de Chungking, y en esos documentos se le nombra como Lama del Monasterio de Potala, en Lhasa. En las muchas conversaciones personales que hemos sostenido con él, ha demostrado ser un hombre de poderes y logros poco comunes. No obstante, en lo que respecta a muchos aspectos de su vida personal ha mostrado una reticencia que a veces resultó desconcertante; pero todos tienen derecho a guardar ciertos secretos, y Lobsang Rampa sostiene que está obligado a cierta ocultación por la seguridad de su familia en el Tibet ocupado por los comunistas. En realidad, con ese propósito ha falseado ciertos detalles, tales como la verdadera posición de su padre en la jerarquía tibetana.

Por estos motivos, el autor debe aceptar —y lo acepta de buen grado— la total responsabilidad de las declaraciones que hace en este libro. Podemos creer que aquí y allá excede los límites de la credulidad occidental, aunque los puntos de vista occidentales no pueden ser decisivos en los asuntos que aquí se tratan. A pesar de todo, los editores creen que EL TERCER OJO es en su esencia, un relato auténtico de la crianza y educación de un muchacho tibetano, en su hogar y en un lamasterio.

Con ese espíritu publicamos este libro. Cualquiera que difiera con nosotros, creemos que, por lo menos, estará de acuerdo en que el autor está dotado de gran habilidad narrativa y del poder de evocar escenas y personajes de un interés absorbente y único.

Capítulo I
Primeros años en casa

—¡Oéh! ¡oéh! ¡Con cuatro años ya, no es capaz de sostenerse sobre un caballo! ¡Nunca serás un hombre! ¿Qué dirá tu noble padre?

Con estas palabras, el viejo Tzu atizó al pony —y al desdichado jinete— un buen trancazo en las ancas y escupió en el polvo.

Los dorados tejados y cúpulas del Potala relucían deslumbrantes con el sol. Más cerca, las aguas azules del lago del Templo de la Serpiente se rizaban al paso de las aves acuáticas. A lo lejos, en el camino de piedra, sonaban los gritos de los que daban prisa a los pesados y lentos yaks que salían de Lhasa. Y también sonaban por allí los bmmm, bmmm, bmmm de las trompetas, de un bajo profundo, con las que ensayaban los monjes-músicos en las afueras, apartados de los curiosos.

Pero yo no podía prestar atención a estos detalles de la vida cotidiana. Todo mi cuidado era poco para poder mantenerme en equilibrio sobre mi rebelde caballito. Nakkim pensaba en otras cosas. Por lo pronto, en librarse de su jinete y poder así pastar, correr y patalear a sus anchas por los prados.

El viejo Tzu era un ayo duro e inabordable. Toda su vida había sido inflexible y áspero, y ahora, como custodio y maestro de equitación de un chico de cuatro años, perdía muchas veces la paciencia. Tanto él como otros hombres de Kham habían sido elegidos por su estatura y fuerza. Medía sus buenos dos metros y era muy ancho. Las abultadas hombreras le acentuaban esa anchura. En el Tíbet oriental hay una región en la que los hombres son de enorme estatura y corpulencia. Muchos de ellos sobrepasan los dos metros en diez y hasta quince centímetros. Y éstos eran elegidos para actuar de monjes-policías en los monasterios. Se ponían aquellas hombreras abultadas para hacer aún más imponente su aspecto, se ennegrecían el rostro para resultar más feroces y llevaban largos garrotes que no vacilaban en utilizar en cuanto algún malhechor se les ponía a mano.

Tzu había sido monje-policía, ¡y se veía reducido a la condición de nurse de un pequeño príncipe! Inválido ya para andar demasiado, tenía que montar a caballo cada vez que se desplazaba un poco lejos. En 1904 los ingleses, bajo el mando del coronel Younghusband, invadieron el Tíbet y causaron grandes daños. Por lo visto, pensaban que la manera más adecuada de granjearse nuestra amistad era bombardeando nuestras casas y matando a nuestra gente. Tzu había sido uno de nuestros defensores y en una de las batallas le partieron una cadera.

Mi padre era una de las principales figuras del Gobierno tibetano. Su familia y la de mi madre estaban entre las diez familias más ilustres del país, de modo que, entre los dos, mis padres ejercían una considerable influencia en los asuntos del país. Más adelante daré algunos detalles sobre nuestra forma de Gobierno.

Mi padre era corpulento y medía más de 1,80 metros de estatura. Poseía una fuerza enorme. En su juventud podía levantar del suelo un caballo pequeño y era uno de los pocos capaces de vencer a los Hombres de Kham.

La mayoría de los tibetanos tienen el cabello negro y los ojos de color castaño oscuro. Mi padre era en esto una excepción, pues tenía el cabello castaño y los ojos grises. A menudo se irritaba terriblemente sin que pudiéramos adivinar la causa.

No veíamos mucho a papá. El Tíbet había pasado por tiempos muy revueltos. Los ingleses nos habían invadido en 1904 y el Dalai Lama había huido a Mongolia, dejando encargados del Gobierno a mi padre y a otros ministros. En 1910, los chinos, animados por el buen éxito de la invasión inglesa, cayeron sobre Lhasa. El Dalai Lama volvió a ausentarse. Esta vez se refugió en la India. Los chinos tuvieron que retirarse de Lhasa durante la Revolución china, pero antes cometieron espantosos crímenes contra nuestro pueblo.

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