ISBN: 9788496581814
Autor: Levitt, Steven 2005
Título Original: Freakonomics
Traductor: Andrea Montero
Editorial: Ediciones B
¿Qué resulta más peligroso: una pistola o una piscina? ¿Qué tienen en común un maestro de escuela y un luchador de sumo? ¿Por qué continúan los traficantes de drogas viviendo con sus madres? ¿En qué se parece el Ku Klux Klan a los agentes inmobiliarios? Quizás éstas no sean las típicas preguntas que formula un economista, pero Steven D. Levitt no es un economista típico. Se trata de un especialista que estudia la esencia y los enigmas de la vida cotidiana y cuyas conclusiones, con frecuencia, ponen patas arriba la sabiduría convencional.
En Freakonomics, ambos se proponen explorar el lado oculto de las cosas: el funcionamiento interno de una banda de traficantes de crack, la verdad acerca de los agentes inmobiliarios, los mitos de la financiación de las campañas electorales… El hilo conductor de estas historias es la creencia de que el mundo moderno, a pesar del exceso de confusión, no es inescrutable y, si se formulan las preguntas adecuadas, resulta incluso más fascinante de lo que pensamos.
Una obra divertida e interesante, con ejemplos sorprendentes; un libro singular que analiza el trasfondo de muchas de nuestras decisiones cotidianas demostrando que las leyes económicas pueden explicar el porqué de muchas de nuestras acciones y de aquellos acontecimientos que nos parecen sorprendentes.
Steven Levitt, mediante un pensamiento endemoniadamente inteligente y sagaz, nos muestra cómo ver a través del caos; literalmente redefinirá el modo en que vemos el mundo moderno.
Steve Levitt, Stephen Dubner
Freakonomics
Un economista políticamente incorrecto explora el lado oscuro de lo que nos afecta
ePUB v1.3
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AGRADECIMIENTOS
Conjuntamente, nos gustaría dar las gracias a dos personas que contribuyeron a la creación de este libro: Claire Wachtel, de William Morrow, y Suzanne Gluck, de la agencia William Morris. Éste es el tercer libro que Stephen Dubner ha escrito bajo sus auspicios; sigue estando agradecido y, en alguna ocasión, pasmado. Éste es el primer libro como tal de Steven Levitt, y, como era de esperar, ha quedado impresionado. Queremos dar las gracias a los colegas por su talento y apoyo desde ambas entidades: Michael Morrison, Cathy Hemming, Lisa Gallagher, Debbie Stier, Dee Dee De Bardo, George Bick, Brian McSharry, Jennifer Pooley, Kevin Callahan, Trent Duffy y muchos otros de William Morrow; Tracy Fisher, Kares Gerwin, Erin Malone, Candace Finn, Andi McNi- chol, y muchos otros de la agencia William Morris. También desearíamos expresar nuestra gratitud a los diferentes sujetos de este libro (especialmente a Stetson Kennedy, Paul Feldman, Sudhir Venkatesh, Arne Duncan y Roland Fryer) por su tiempo y preocupación. Gracias también a los amigos y colegas que nos ayudaron a mejorar el manuscrito, incluidos Melanie Thernstrom, Lisa Chase y Colin Camerer. Y a Linda Jines, a quien se le ocurrió el título: buen trabajo.
AGRADECIMIENTOS PERSONALES
Tengo una enorme deuda contraída con mis múltiples coautores y colchas, cuyas ideas llenan este libro, y con toda la gente amable que se ha molestado en enseñarme lo que sé de la economía y de la vida. Me siento especialmente agradecido a la Universidad de Chicago, cuya Initiative on Price Theory me proporciona el ambiente de investigación ideal; y también a la American Bar Foundation, por su camaradería y apoyo. Mi esposa, Jeannette, y nuestros hijos, Amanda, Olivia, Nicholas y Sophie, convierten cada día en un placer, a pesar de que añoramos muchísimo a Andrew. Gracias a mis padres, que me mostraron que ser diferente no era malo. Y sobre todo, quiero dar las gracias a mi buen amigo y coautor Stephen Dubner, un escritor brillante y un genio creativo.
S. D. L.
Aún me queda por escribir un libro que no germine, o al menos no surja, de las páginas del New York Times Magazine. Este no es una excepción. Por ello, doy las gracias a Hugo Lindgren, Adam Moss y Gerry Marzorati; también gracias a Vera Titunik y Paul Tough por invitar al Hombre de las Rosquillas a las páginas de Magazine. Estoy enormemente agradecido a Steven Levitt, in- teligente, sabio y tan amable como para hacerme soñar —bueno, casi— que yo mismo me he convertido en economista. Ahora sé por qué media profesión desea tener un despacho adjunto al de Levitt. Y finalmente, como siempre, gracias a Ellen, Solomon y Anya, os quiero.
S. J. D.
INTRODUCCIÓN: EL LADO OCULTO DE TODAS LAS COSAS
A cualquiera que haya vivido en Estados Unidos a principios de los noventa y prestase una pizca de atención a las noticias de la noche o al periódico de cada día se le perdonaría el haberse muerto de miedo.
El culpable era el crimen. Había ido aumentando implacablemente —una gráfica que trazara el índice de criminalidad en cualquier ciudad norteamericana durante las últimas décadas semejaba una pista de esquí de perfil— y parecía anunciar el fin del mundo tal y como lo conocíamos. La muerte por arma de fuego, intencionada o no, se había convertido en algo corriente, al igual que el asalto y el robo de coches, el atraco y la violación. El crimen violento era un compañero horripilante y cotidiano. Y las cosas iban a peor. Así lo afirmaban todos los expertos.
La causa era el denominado «superdepredador». Durante un tiempo estuvo omnipresente: fulminando con la mirada desde la portada de los semanarios, abriéndose paso con arrogancia entre los informes gubernamentales de treinta centímetros de grosor. Era un adolescente canijo de la gran ciudad con una pistola barata en la mano y nada en el corazón salvo crueldad. Había miles como él ahí fuera, nos decían, una generación de asesinos a punto de sumir al país en el más profundo caos.
En 1995, el criminólogo James Alan Fox redactó un informe para la oficina del fiscal general del Estado que detallaba con gravedad el pico de asesinatos perpetrados por adolescentes que se avecinaba. Fox proponía un escenario optimista y otro pesimista. En el escenario optimista, creía que la tasa de homicidios cometidos por adolescentes se incrementaría en otro 15% en la década siguiente, en el escenario pesimista, sería más del doble. «La próxima oleada criminal será de tal envergadura —declaró—, que hará que 1995 se recuerde como los buenos tiempos»
Otros criminólogos, politólogos y doctos analistas plantearon el mismo futuro horrible, como lo hizo el presidente Clinton. «Sabemos que tenemos alrededor de seis años para solucionar el problema de la delincuencia juvenil —declaró—, o nuestro país se verá inmerso en el caos y mis sucesores no pronunciarán discursos acerca de las maravillosas oportunidades de la economía global, sino que tratarán de que la gente consiga sobrevivir en las calles de nuestras ciudades.» El dinero de los inversores inteligentes se encontraba claramente en el crimen.
Y entonces, en lugar de seguir aumentando la criminalidad comenzó a descender. A descender y descender y descender aún más. La caída resultó sorprendente en varios sentidos: era omnipresente, las actividades criminales, en todas sus categorías, disminuían a lo largo y ancho del país; era constante, con descensos cada vez mayores año tras año; y completamente imprevista, sobre todo para los grandes expertos que venían prediciendo lo contrario.